Edito

Número 4 / Marzo 2009
Voces.

Saba Sanyo Casio

Lázaro

-Levántate y anda.
Pronuncié las palabras con seguridad y firmeza. No muy alto, ya que apenas si estábamos presentes cinco o seis personas, pero sí lo suficiente como para que lo oyera el gentío que se había agolpado a la entrada de la cueva.
Le había hablado a algunos de mis seguidores de mi próximo milagro, y ellos se habían ofrecido a anunciar la buena nueva. Un poco de público no me iría nada mal, tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos.
Pude ver cómo el hálito vital de Lázaro volvía renqueante a su cáscara todavía vacía. Le mostré el camino de entrada, y sólo yo pude ser consciente del temblor imperceptible que recorrió el cuerpo del ya no muerto.
Sentía la expectación que el milagro estaba despertando en la chusma. No todo el mundo seguía aún mis enseñanzas. Por eso me prestaba a tan fatuos juegos de prestidigitación.
Son las desventajas de nacer Hijo del Altísimo.
Repetí la orden:
-Levántate y anda.
Noté cómo el alma y el cuerpo del resucitado se refundían de nuevo, cómo el ánima volvía a engrasar todos los engranajes de aquella carcasa ya amenazada por la descomposición.
Ya estaba hecho.
No se levantó.
Volví a alzar los brazos que había bajado confiado mientras oía los pensamientos de la chusma. Me concentré y grité la orden:
-¡Levántate y anda!
Lázaro seguía inmóvil.
Mierda.
Algo fallaba. Me puse en contacto con Mi Padre y le inquirí sobre lo que en aquel recinto estaba pasando. Me confirmó que todo debería haber salido bien. Que no habíamos encontrado ningún problema en el proceso.
Mierda.
Me acerqué al que tenía que haber resucitado. Lo toqué. Había calor en su cuerpo.
Pero no se movía.
Traje algunas nubes que comenzaron a escupir rayos. Estaba muy contrariado, y no estaba de más que los demás lo supieran.
-¡¡¡¡LÁZARO, LEVÁNTATE Y ANDA!!!! –bramamos a la par Mi Padre y yo.
Nada.
Todos se miraban con el estupor dibujado en sus ojos. Yo miraba al cadáver.
Cuatro de mis apóstoles estaban viendo cómo hacía el ridículo.
No quería echar más tierra sobre mi actuación. Me dirigí a la esposa del fallecido:
-Mi Padre aún lo necesita a su lado en el cielo de los justos. Pero en verdad os digo –miré al exterior- que antes de que pasen tres días este hombre volverá a estar con vosotros.
Ya hablaría yo con Mi Padre.
Me estaba girando para salir cuando empezó la risita.
Surgió del silencio ominoso en el que me encontraba inmerso y atrajo la atención de todos. Lázaro se había llevado una mano a la boca y de allí se le escapaban aquellas minúsculas carcajadas.
-Lo siento, maestro. He vuelto a la vida, pero justo antes de entrar de nuevo en mi cuerpo he visto la solemnidad del momento y he querido aportar una gota de humor.
Una gota de humor. Maldito libre albedrío.
Mi cólera cristalizó en dos rayos que devinieron espadas flamígeras. Aparecieron, luminosos, vengativos, escoltando al mísero humano que había osado burlarse de Nosotros.
Lázaro miraba a un lado y a otro, destilando su miedo en perlas de sudor espeso. También a mí me miraba, esperando comprender. A una orden de mis párpados las espadas llameantes se clavaron en su torso, diez, veinte, mil veces. Mi ira cortó, quemó y cauterizó cuerpo y alma del desdichado. Su pecho se desfiguró en una llaga de color negro purulento, por cuyas simas se escapaban trozos de órganos que nunca debieran ver la luz del sol.
Lázaro me miraba desde el dolor. Pude degustar todo su terror blasfemo. Observé cómo su sentido del humor fue devorado por su angustia al sentir el calor de sus intestinos tapizando sus pies. Su sangre se tornó venenosa, cáustica, y deshizo su integridad, hiriendo, lacerando, escribiendo caminos devastadores. Sus piernas encogieron a mi mandato, y los huesos se astillaron con un sonido cristalino, bello, que consiguió relajarme y que me olvidase, por un momento, de lo que estaba haciendo.

Cajón desastre

"Qui est tu?
Tu me tues"


Oh
Margueritte
mi Margueritte
hermana
puta
santa
muerta
ciudad desconocida
planeta abandonado

mi
fealdad
belezza
podredud
amor
tristezza
amor
desamado
descamaddo
descafeinaddo
amor descarnado
des
corazon
ado

Mi
Me
Matas
dice la Duras

me matas
a mi cadáver
matado
demudado
desnudado
y
reencontra
do.


Amor aguado

Debe ser raro
morir asesinado
por el amado
en sus manos
ahogado
en un desierto
aguas de amor
que llegan al mar
del olvido
repetitivo.


Muwashsháha-s de amor

Pasaste
sentí tu perfume de piel
me corté un dedo
y no salió sangre
cayó mi cráneo al suelo
despedazado
y el polvo de mi hueso
enamorado
se unió a la estela
de la suela de tu pisada.

Muwashshaha-s: nombre tomado de los collares de las mujeres árabes en el año 1000 dc. Son poemas cortos que se prestan sobre todo a temas delicados o ligeros: el amor, los placeres, las descripciones de la naturaleza.


Besos de cebolla

En un mundo

donde todo es

ortopédica

y recauchutadamente

perfecto
exijo

mi derecho

a exhalar mi aliento

de ajo

al viento


mis besos

de cebolla.


Llaves

Llave

hierro errado

mecánica
pieza pequeña

encajada
en espacio cortado

entre dos componentes

piezas adyacentes

sirve para unir

a los convalecientes

espacios latentes

de labios
incandescentes

y/o latentes

de lagos profundos

que giran
sobre aguas negras
de 
sus propios
mundos.

Háztelo con el leopardo

Escribir en español, en esta época en que las frases me vienen en francés, me pregunto ¿para dirigirme a quién? Las personas que puedo encontrar leen Babulia todas las semanas, o andan ojeados por la pesadumbre cotidiana.

Bien, escribir en español para introducirlos, a los pobres, en el paraíso de la modernidad parisina que yo sólo me he construido. Introducir en España la noción de miette o miga, forma en explosión de la expresión escrita. Muchos temas a la vez.

Escribir en español para mis aficionados en el ajo.

¿No me importa más en realidad el futuro, escondido y en secreto?

Blasfemar como un poseso acerca de la izquierda profesoral en la que he nacido. Perderme en la abyección. ¿Lo ves? Sigo pensando en francés.

Mis padres ya tienen asumido que soy una especie de rock star de la literatura, hay que dejarme hacer el número. Qué importa si me pongo en pelotas y escupo al público. Lo importante es vender mi obra, y sobre todo hacerla, en el tiempo que me queda.

Marc Edouard Nabe es, como Bukowsky, un escritor del just be yourself, del "sé tú mismo". Apenas leídas unas líneas, uno se ve involucrado en sus propios pensamientos y las cosas empiezan a transcurrir bajo el signo de Nabe. Como la fiesta en un hotel particular, de la diseñadora Karen Moller, que ha escrito en inglés sus memorias hace poco. No hacía mucho que había desembarcado con mi novia en la bulliciosa fiesta cuando uno de los raros jóvenes presentes me da una palmada en el hombro para saludarme, estilo "cuánto tiempo". Enseguida se disculpa porque me había confundido con otra persona. Curioso e inconsciente le pregunto con quién me había confundido, y me responde que con el escritor Marc Edouard Nabe.

A él se le ha reservado la impureza de escribir en las paredes, o en internet, que para los consumidores es igualmente vergonzoso. Cuando se encuentra su obra disgregada y exhibida en reliquia en la única edición que tengo de algo suyo, Morceaux choisis, editada por Léo Scheer, comisariada por Angie David, que es ella misma un personaje de novela. Cuando ocurre que desde el principio ha sido rechazado de lo aceptable, de lo que pueda ser entronizado en una papelería o librería, la identificación con mi caso respecto a España es total, aunque aquí suscito cierta curiosidad. Bueno, sobre todo una señora de Burdeos me manda comentarios admirativos cada vez que lee alguno de mis textos franceses. Pero es la punta del iceberg, algo pasa, con Nabe y conmigo, algo semoviente en la tierra que nos dice que nuestro sortilegio ha despertado a algún espíritu.

Yo no tengo nada que ver con Nabe, en el plano real, no es el mismo proyecto, ni la misma táctica. Pero es como si hubiera un imán en ese tomo de los Morceaux choisis, me enloquezco, desencadena mi paranoia, como de forma negativa ya ha hecho con sus no lectores.

* Pintor y escritor español residente en París (Francia).

Dios se corre en mi boca

I
lo que nos recuerda las manos son las cuerdas
entonces manifiesto por los ojos la angustia y la crueldad
del plástico forzado por mi cadáver
es mantenerse incluso cuando los brazos forman huecos
no el estómago cansado
sino la insolencia de rasgar su privilegio
la cercanía limita el encaje que es la carne
mediante el grito que nos triunfa en delirio acabado
yo me postergo y me rebelo
contra la blanca solicitud de la pared reinante
y cargo heridas
aullar o permitirse el encierro
creo pero tener
el desnudo babosa el rastro plateado
y mi jurar no consentirse en espejos indecibles
es la lo
que das
mi búsqueda es un cuchillo o una piedra y otra flecha
machacadas contra la fuerza recta
pero quiero pertenecer
la cocina tiene patas son las arañas restantes
de la comida podrida
de mamá
es el designio de la abuela antes de
muerta
es mi propio ser habitando por la risa abierta
la gota seca de la rabia marcando muecas
mi baba retorcida en precipicios
a pleno diente roto su garganta es mi depósito

IV
pueden levantar los ojos porque es mi nombre
tentado bajo el grito de los perros
cuando el desnivel es tanto
que la noche es poca
y todo enfermo se asemeja compartido
a la sonrisa que me involucra
ni siquiera un dueño tembloroso
quemarme el estómago
en sorbos yo tarea de sangre
así me enrosco
..................................................bestia
colgando por las venas cuerpo y parte
de algún balcón amable
abrirme las manos por quiebre y traslado
del impulso que nos confía a los cuchillos
masticar la angustia como forzar los vidrios
hasta que la uña arrastre columna y carne

V
la entrada es por el ombligo de toda muerte
donde el llanto mastica
la escara sacra por donde se asoman los huesos
a través de la carne
yo me perjudico el ojo
cuando la bestia resplandece el cierre
yo abro los labios
y demuestro hambre
es la lujuria de Dios con su hábito de sombra
arrastrando mi nacimiento contra las ventanas

X
Tragar
noche
hasta
morir
en
altas
ventanas
de
luz
abro mis piernas
en plena búsqueda lunar
y encuentro conejos

XI
iluminar los ojos con la hermosa sinceridad
de las manos en mis fósforos
cortar la carne es
permitir el hueso
golpe
y el brillo fino de las tijeras
silencio golpe
golpe
toda mano en la garganta entorpece la tarea de los dientes

mi fantasía liderada por fantasmas
me atrevería a las pupilas

angustiando inversos los ojos
empujando diamantes sobre la tensión del perro

XIII
habitarme por el suelo en guiño y en carne
aturdirme en huesos tibios
hasta que la máscara reconozca nuestra noche
o la pronuncie con los dedos

bajo la carne la expresión es fascinante
infecto la sonrisa con la mugre bajo mis uñas


XV
Yo estoy muerta. Pero obligo a mis fantasmas

XVII
formó su sexo como tibia
pero muerta

en la vulva el lobo
trepando mugre

Jesús prostituta alta
urge asilo

quiero

pero con sal
y bajo los surcos


* Poeta argentina, parte de su obra literaria se publicó en la antología Cadáver en mano (Visceralia Ediciones, Santiago de Chile). Su texto V ha sido seleccionado para participar en la obra Verso a verso (Editorial Dunken, Buenos Aires, 2008). Colabora en diversas publicaciones literarias y sus poemas han sido traducidos al italiano y al inglés.

El día de la bandera

Se veía cabizbajo, ensimismado, como si de repente le hubiera entrado el autismo. Parecía una efigie de Cuahutémoc, ése que normalmente se usa para las estatuas de bronce de las premiaciones deportivas. Hacía rato que no movía su postura ni un ápice, sentado en el corredor de la casa. No respondía al saludo de los vecinos que al pasar por enfrente de la casa se dirigían a él, a aquel personaje que les había ayudado en diferentes menesteres para aclimatarse a la nueva vida de inmigrantes. Y, es que la vida en los Estados Unidos era tan distinta a la de los diversos lugares de origen que, precisamente, la gente como el Sr. Esquivel-Madrazo ( los dos apellidos unidos para no perder la secuencia acostumbrada y evitar problemas legales por variante de identidad) era la que mediaba entre culturas.

Había llegado a Refugio hacía cosa de 25 años, cuando contaba con 20 años de edad y dos de familia, luego que sus padres decidieron sentar cabeza y no seguir en la ola migratoria. Los campos del Wes (como les decían ellos) habían dejado su huella en el lomo, y cuando le ofrecieron a su padre trabajo de mayordomo en el rancho de Mr. Polk, mejor conocido por la raza como “el güero polkas”, no lo pensó dos veces. Las penurias de los campos, el trabajo por destajo, los sobresaltos de las redadas de la migra ya habían quedado atrás. Y todo, gracias a las tarjetas verdes. ¡Benditos documentos! Desde que se los dieron, don Salustio, su padre, ya pensó en trabajar en un sólo sitio para pararle a eso de andar de “judío errante”, como él mismo decía. Pensó que así tendrían escuela permanente sus hijos; y, sobre todo, reconoció que el sentar cabeza era importante para que los muchachos siguieran aprendiendo inglés.

Todos estos pensamientos se agolpaban en el ánimo de don Noé, que recorría años como si fueran un carrusel de película. Su cuerpo seguía allí, pero su mente había ingresado a la máquina del tiempo e invadía diferentes épocas, como si estuviera repasando un examen de consciencia. Era como si de repente, los archivos de la memoria se hubieran abierto y se empezaran a agolpar en su cerebro distintos aconteceres que habían permeado el ánimo de zozobras y deleites en una o en otra ocasión: Se acordaba de las pláticas con don Salo, su padre, que repetía las mismas historias de desposeídos allá en la patria vieja, de jornadas de trabajo de sol a sol, “por unos litros de maíz para el bastimento”, y como él mismo dijera: el hambre rondando siempre los jacales y las mujeres pariendo de por vida. ¿Quién podía aguantar aquello?

Luego, recordaba el cuento de los “enganchadores” que pintaban todo color de rosa: “ques’que había mucho trabajo, y que la gente se cansaba de ganar dólares; decían que después de unas cuantas jornadas traían chicos rollotes de “cueros de rana”,y que donde quiera hasta les subían de catego a “Don”. Lo triste, sin embargo, era que cuando se les acababan, o se los robaban, ya ebrios, volvían a ser pinches indios apestosos.

Don Noé también recordaba la prosperidad de la nueva patria: vivían bien, todos iban a la escuela, aunque a veces los hacían sentirse menos por cualquier cosa: que si pronunciaban mal las palabras, que las oraciones no estaban completas, que la pronunciación variaba el sentido del vocablo, en fin…Hasta recordaba, con tristeza ahora (aunque en su momento se moría de coraje) , cómo se habían reído de la Lupita cuando la maestra le dijo que leyera, y como no le salía bien la pronunciación de las vocales, en vez de decir clean the sheet, se le entendió otra cosa.

Cuantas cosas habían pasado. Se había casado muy joven allá en la patria vieja, y empezó a nacer la familia. Con eso de que “la familia pequeña vivía mejor”, decidieron, él y su mujer, tener sólo tres hijos: primero, había nacido Sal, luego, Darío y finalmente, ya en los EE.UU., Lupita. De esta época, recordaba cuando tenía que asistir a las juntas escolares para enterarse de los cambios de mesa directiva y muchos otros asuntos. A él ni le interesaba mucho la política escolar, pero tratándose del organismo que educaba a sus hijos, sufría en silencio cuando hablaban de adquisiciones de materiales e informaban sobre futuras construcciones y lo que significaría para los impuestos de los habitantes del distrito, etc.… Todo, todo, había sido parte del trajín diario, y él… él lo había sobrellevado por convicción, más que por gusto. Estaba convencido de que la educación era lo primero, si no, que se lo dijeran a él que gracias a haber acabado como Dios le dio a entender el high school estaba de empleado de la funeraria de Mr. Morton, y de ahí había salido lo suficiente para comprar el solar e ir pagando la casa.

Sí, 30 años de vivir en los EE. UU. (con y sin papeles), 25 en la misma ciudad, y ahora, nomás porque se les había ocurrido investigar a todos los inmigrantes que habían sido acusados de delitos mayores, estaba a punto de ser deportado. Sí, de-por-ta-do.Así decía la carta. Recordaba a su mujer insistiéndole que se hiciera ciudadano cuando empezó a crecer la familia, dizque para votar y para que se escuchara la voz. Pero, recordaba también que él no quería dejar de sentirse mexicano; pensaba que después de juramentar la adhesión, ya no podría regresar a México y sentirse como en su casa. Y, sin embargo, ahora, al fin de cuentas, cavilaba… pos, si casi nunca íbamos pa’llá de todos modos. La carta en su regazo, sin embargo, decía que las tres convicciones por conducir ebrio, aunque ya las había pagado con cárcel y multas hacía 11 años, lo hacían persona non-grata, y que tenía seis semanas para finiquitar sus asuntos y salir del país o se convertiría en prófugo de la justicia.

Ante esta perspectiva, pensaba:
“y todos los años que trabajó ¿qué? ¡A poco no contaban! Y, sus declaraciones de impuestos, todas en regla…” “Y, el orgullo de nunca haber dependido del güero Félix, como le decían al sistema de ayuda temporal (welfare).” “¿Tampoco contaban?”

Sentía que ya había pagado su deuda con la sociedad, que habían sido errores de juventud. “¿A poco nomás la raza agarraba la jarra los fines de semana? Pos si fuera así, no sería negocio poner cantinas.” En esto pensaba cuando de repente, se le oía dialogar consigo mismo, diciendo:

--Pos’ si ya pagué los errores de juventud. Pos’ qué buena memoria d’éstos.
--Pos’ si ya no tengo nadie en México. ¿Qué voy a hacer allá?
--Y, lo de mi Salvador. ¿Qué? Todavía ni sale el zacate en el pedazo que le tocó en el cementerio, después que lo trajeron despedazado por una mina.
--Pos’, ¿qué más quieren de mí?, si… ya les di todo.
--Hasta mi hijo mayor, que sería mi sostén en la vejez, y todos, todos estos años de trabajo…
--¿Irme a México?, si aquí enterré a mis jefes. ¿Qué voy a hacer a México?
--Y, a mi edad, después de estar metiendo tanto dinero al Social Security.
--¡No’mbre, estos ya ni l’acen!

Con estas disyuntivas se encontraba el hombre. Se le había fijado una fecha oficial para su salida. Un oficial del gobierno le escoltaría hasta la línea divisoria.

La fecha señalada sería el 14 de junio, el día de la bandera. Ese día, en que se celebra ser norteamericano y honrar el lábaro patrio. Era curioso, porque ése era también el mismo día en que le habían citado en la corte del condado para entregarle un documento de ciudadanía para el hijo muerto en combate, para honrarle el sumo sacrificio con ese importante documento. Se preguntaba si el oficial de deportación iría con él a la ceremonia de entrega de la ciudadanía. Resultaría bastante irónico cuando le dijeran: Sr. Esquivel-Madrazo, debe sentirse orgulloso porque su hijo Salvador ha entregado su vida por este gran país que es ejemplo en el mundo de las libertades y el derecho. Y al mismo tiempo, estaría recordando su sentencia: Sr. Noé Esquivel-Madrazo, su comportamiento anterior nos impele a revocar sus documentos. Debe usted salir de este país y regresar al de su origen.

Inmerso en tal frustración, se sorprendió a sí mismo oírse balbucear: “Noé Esquivel, creo…creo que lo que es… éste…pos’ éste no lo esquivaste.”


* Docente universitario y escritor, es editor en Jefe del anuario de creación literaria El Novosatanderino de la Universidad de Texas en Brownsville. En 2005 apareció su poemario Itineransias (con “s”). El 2008 le ha dado la bienvenida a Itineransias II.

¿Hasta cuándo el Ché Guevara?

Si algo es fascinante en el capitalismo globalizado, es su capacidad de tomar íconos que lo critican y lo adversan, convertirlos en productos capitalistas, restarles su función y su contenido semántico y luego, jaque mate, venderlos como un producto capitalista. Una de las más recientes víctimas de la vampirización liberal es sin duda, el argentino Ernesto "Ché" Guevara.

Si existe una gran diferencia entre los dos mastodontes contemporáneos, el capitalismo liberal y el socialismo en cualquiera de sus vertientes, es a nivel moral. En el capitalismo manda el dinero, y cualquier cosa que pueda crear cobres, desde una crítica virulenta de Michael Moore hasta una sátira de Jon Stewart, será bien recibida, incluida en el sistema y rápidamente atacada por los paladines de la derecha que dirán que Moore es gordo y Stewart marihuanero confeso.

Por supuesto que esto dista mucho de la censura que prevalecía en los estados soviéticos del siglo pasado. ¿Crítica al sistema? Seguro. Pregúntenle al chino que fue preso por publicar un blog diciendo que no estaba enteramente de acuerdo con las políticas de su país o pregúntenle a un alemán del este. Dinero o no dinero, el sistema es intocable, se alza como una bandera roja que hondea el camarada Stalin en la mano, a la cual rendiremos pleitesía.

Tal vez es por eso que el capitalismo ha llegado más lejos, porque ha sabido combatir al enemigo endógeno. La idea es sencilla: Cualquier movimiento periférico o underground que critique y cuestione al sistema debe ser transformado en moda, en artefacto de consumo, en moneda de cambio rigurosamente controlada por el sistema. De esta manera, el movimiento pierde su razón de ser, al ser engullido, con todo y pellejo, por el Estado mismo que criticaba.

Todo esto se recubre sutilmente en una capa contestataria: Compra en Macy’s la franela estampada que usan los que quieren parecer que no compran en tiendas de departamento; échate esto en el pelo para que obtengas unos dreadlocks dignos de Bunny Wailer; compra unos jeans nuevos que parecen usados y tienen huecos, por cien dólares.

Así, cualquier movimiento, los hippies, los punks, las feministas; termina alimentando el monstruo que combatían. El rico empresario se frota las manos pensando en cuántas franelas de colores hipilonas va a vender en la próxima manifestación contra la guerra; la empresa promotora de eventos pop se enriquece al proponer un concierto de Slipknot y vender collares de perro que financiarán la próxima gira de las Pussycat Dolls.

Pero tal vez el ícono más paradójico en esta cadena de incongruencias sea la figura de Ernesto Ché Guevara. Amén de lo que usted pueda pensar del tipo: que era un revolucionario libertario/loco asesino; que liberó a Cuba/que instauró a Fidel; que murió por sus ideas/que murió por criminal; todos, absolutamente todos los que conozcan su figura, sean del bando que sean, podemos estar de acuerdo en que al Ché no le gustaba el dinero. Que, idea loca o no, planteaba la abolición de la moneda e intentó durante un breve lapso reformar la economía cubana.

Esto es indiscutible. Pero repito, porque no me apetece discutir las opiniones personales de cada quien sobre el Ché sino más bien lo que representó: El Ché era un tipo que estaba evidentemente en contra del control empresarial y del sistema capitalista, que creía, con razón o no, en la vía comunista donde la gente no compra cosas y vive en la más grande utopía solidaria.

Entonces -y me disculpan que arrastre el idioma castellano por el lodo de los insultos pero estoy algo harto-, qué coño ‘e madre hace ese carajito de mierda con pinta de raver, blanco de dreadlocks prefabricados, altermundialista porro-en-la-mano, ¿con una franela del Ché y unos zapatos Converse en una manifestación ecológica?

Es gente que se disfraza post-modernamente: Hoy, para la marcha, me disfrazo de revolucionario (ergo, franela del Ché), mañana, en el concierto de Fall out boy me visto de patinetero emo y, al final, cuando pise los treinta, me olvido de la güevonada, me busco un trabajo en un banco y veo las fotos en el álbum de cuando queríamos cambiar al mundo ja, ja, qué locos éramos pero era divertido y conocí muchas mujeres.

Personalmente, puedo acotar que este humilde servidor ha visto cosas como: Carteras del Ché papel tualé del Ché libros agendas discos fotos postales toallas platos vasos tazas zapatos ganchos de pelo zarcillos anillos ahorradores de pantalla porta-cigarrillos yesqueros calcomanías placas de carro boinas pipas barbas falsas y pare usted de contar.

La diferencia, y el motivo de este artículo, es que cualquier persona que haya entendido el pensamiento del Ché, así sea una pequeña parte insignificante, lo menos que debería hacer es salir a comprarse una franela con la cara del tipo. A menos que quiera burlarse, claro está. Lo irónico de todo esto es que el sistema les vende los íconos, ya gastados, ya insignificantes y domados, para que sientan que son revolucionarios y contra culturales. Porque hay gente que quiere sentirse revolucionario, y para ello se disfraza y cree que participa.

Una recomendación: ¿Quieres ser revolucionario, punk y contra-cultural? Manda a imprimir una franela que diga "I love Bin Laden", con foto de las torres gemelas y más abajo "Fuck New York". Luego camina por downtown Manhattan un rato. Eso es ser anti-sistema: Cuando la policía y la mitad de la población te quiere linchar, considérate revolucionario. En cambio, cuando los uniformados te ven con tu franela del Ché y se ríen para seguir mojando su doughnut, eres un payaso que le hace el juego a las corporaciones. Así de sencillo.

* Vicente es autor de la novela Caracas cruzada, disponible en la red de librerías Sur de Caracas, Venezuela. Su última novela, Historias de un arrabal parisino fue publicada por Ediciones Idea y se consigue en las librerías de Tenerife, España.

Una o dos cosas

1
No me molestes
tan sólo
acabo de nacer.

2
El vuelo cortante de la mariposa
la lleva a través de la tierra de las hojas
delicada y suficientemente bien para alcanzar
adonde ella quiere ir, donde quiera que sea, parando
aquí y allí para confundir las secas gargantas
de las flores y el fango negro; arriba
y abajo oscila, frenética y sin rumbo; y a veces

durante largos y deliciosos momentos, perfectamente
perezosa, manteniéndose inmóvil en la brisa sobre el suave tallo
de una flor cualquiera.

3
El Dios de la suciedad
vino a mí tantas veces a decirme
tan sabias y deliciosas palabras que me tumbé
sobre la hierba escuchando
su voz de perro,
voz de cuervo,
voz de rana, ahora,
dijo, y ahora,

y ni una sola vez mencionó para siempre.

4
Lo que no obstante siempre ha sido
como una punzante pezuña de hierro,
en el centro de mi mente.

5
Una o dos cosas es todo lo que necesitas
para viajar sobre la laguna azul, sobre la profunda
maraña de los árboles, a través de las firmes
flores de luz---profunda
memoria del placer, hiriente
conocimiento del dolor.

6
¡Pero para levantar la pezuña!
Para eso necesitarás
una idea.

7
Durante años y años luché
sólo por amar mi vida. Y entonces

la mariposa
ascendió, liviana, en el viento.
“No ames tu vida
demasiado” dijo,

y se desvaneció
en el mundo.

* Traducción de Alejandra Ligero Bodi (Sevilla - España).

Mi tío el recovero

En el tren que le bajaba todos los miércoles con su tío el recovero al mercado de la capital de la comarca, transhumaban también muchas vendedoras adormiladas sobre la madera, junto a las capazas de huevos y las jaulas donde amarilleaban los polluelos, y las cestas con gallinas vivas, que iban a vender en el mercado semanal.
Más allá se veía a otras mujeres con barricas de miel, tarros de hierbas medicinales o aromáticas para la cocina, salvia, tomillo, ruda, manzanilla; cajas de tomates en conserva que se hacía en casa, y confituras, y maletas con paños, retales, vestidos y tapetes que más adelante arderían bajo el sol en los puestos. El tren venía de las tierras altas, del esparto, secas como una herida sin sangre, hasta aquel pueblo en donde comenzaba la vega; y por el camino sonreía ya la flor de los albaricoqueros –era marzo o abril- moviendo como una alegría blanca en la mirada ensoñiscada del niño.

Llegaba muy temprano, sobre las siete y media, al mercado. Tenía que ayudar a su tío, primero, a extender y colocar el puesto. Como siempre, debía al principio poner dos piedras en cada extremo de la tienda improvisada, para evitar que otros mercaderes le estrecharan el espacio de su comercio. Y mientras el tío hablaba con el municipal que cobraba la tarifa por la venta ambulante y tío y guardia iban a despacharse un revuelto de ponche y anís seco al bar más cercano, él revoloteaba entre los pollos, ponía la romana, la balanza, las pesas y los platos en su sitio, y se echaba a la boca un caramelo.
Cuando acudían a comprar las primeras mujeres madrugadoras – los puestos de los recoveros estaban siempre al comienzo del mercado – ya venía su tío por la calle, subiéndose hasta más arriba de la cintura el pantalón de pana; con la prisa que se daba (como la primera vez que se le buscó novia en el pueblo) convencía a las señoras de que aquellos huevos eran del día, los huevos más frescos, como de casa. Entonces no se comían si no eran de confianza. “A esta gallina usted le puede hablar”. Su tío era un buen vendedor. Con su pequeña estatura de morisco que venía de una raza de mozos de venta, recordaba las industrias que la familia, en tiempos remotos, había tenido entre aquella capital de la comarca y el mar.
Su tío no se daba aínas en vender. Manoseaba el producto igual que los clientes, a los que invitaba a apreciarlo desde todas las perspectivas. A veces mientras chalaneaba se interrumpía para ponerle un piropo a alguna señora que pasaba. “Preciosa, mira lo que vendo”.
La compradora enlutada que no se decidía aún a mercarle, reía con todas sus ganas y al final se llevaba una docena.
Dejaba a mi tío cuando estaba en el fondo teórico de su explicación, o sea, cobrando a las espectadoras, y me iba corriendo entre los puestos, por el pasillo de calle que no invadían los tenderetes, hechos con cajas y palos de donde colgaban lonas de camión, como porterías de rugby inclinadas unas a otras por el temporal.
Me llegaba yo donde Licio, quien también acompañaba los miércoles a su padre en el mercado. El padre de mi amigo tenía un puesto de zapatos y menormente de hilos y botones para camisa y pantalón. Al principio venía a hacer el mercado en motocicleta, con su cajón de hilos en el asiento de atrás; luego, en un dos caballos furgoneta.
- ¿Qué? ¿Cómo está tu tío el moresco? Licianín, termina de poner bien todos los botones.
Cada fila llevaba un pequeño papelito blanco prendido, con el tamaño y el precio. Cuando se acababa la última fila, mi amigo Licio y yo marchábamos al puesto de churros, con la propina que cada uno había recaudado de sus oficiales. Eran pasadas las ocho y media, y veíamos cruzar a los niños del instituto por una esquina de la plaza del mercado, cerca del puesto del churrero. Nosotros estábamos como de feria todos los miércoles. Habíamos hecho amiga con un niño de nuestra edad, que nos parecía el ser más tonto de la creación. Juan José andaba siempre enamorado. Tenía una bicicleta que a veces nos dejaba para que se la cuidáramos y nos diéramos un paseo.

- Ya está ahí ese tonto de niño.
- Hola, Licio, Luis, eh mi bici, cuidado que le puesto faro nuevo.
Ya se la había arrancado, con jinete incluido, alguno de los dos.
- Joder.
Licio estaba caracoleando con la bici entre las cestas de las mujeres y los montones de retales y ropas tendidos sobre un plástico en el suelo: la moda que vendían los gitanos.
- ¿Sabes cómo se llama?
- María Eugenia.
Juan José me señalaba a una regordeta del instituto, que en ese momento cruzaba en bicicleta, su cartera luciendo fotos de cantantes.
- ¿Y no le has dicho aún nada?
- ¿Cómo le voy a hablar? Tú llevas zapatos, pero yo… Decía Juan José detrás de sus gafas. Tendríamos once o doce años y ya nos habíamos puesto pantalón largo para que nos dejaran pasar en el cine a las sesiones de mayores de catorce, pero los niños seguían calzando zapatillas que se llamaban bambos. Todos, menos yo. Quizá me desquitaba así de mi inferioridad ante Licinio, o por el aquel de sentirme ya otro niño.
Consolaba a Juan José, al que le hacía soñar, y acabábamos riéndonos juntos.

- Eso es una tontería. ¿Sabes dónde vive?
- Sí. Su casa tiene tapia con la de mis primos.
- ¿Y por qué no saltas la tapia y le dices que estás colado por ella?
Era más fácil proponerle a Juan José que saltara la tapia de su amada, que animarlo a que se atreviera a acercarse y hablar a esa niña que iba a su mismo colegio, aunque a la clase de las chicas, claro, separados como estaban los niños y las chicas, aun en el recreo, por una pequeña pareta. Parecía, también, más lógico.

- Ha de ser una tarde que esté sola.
- Vale…
- Te guardo la bici -interrumpía Licio.
- No dámela, que le he arreglado la luz y no quiero que me la roces.
- Buuueno, Juanjo, marica.
- Bocón.

Antes de partir a ocuparnos de nuestros recados, esperábamos a comprar los churros. El churrero, con un brazo salpicado de sudor, movía enérgicamente el rodillo dando holgura a la masa. Luego, echaba toda esa masa ya esponjosa y suelta en un gran recipiente de aceite hirviendo, donde, con unas tenacillas, iba ahogando por partes la rueda, emergiendo y separando sus bordes hasta que aquello se volvía amarillo, marrón y crujiente en el momento en que el humo nos alimentaba los ojos. Un cuarto de churros en un cucurucho de papel basto, sobre el que descargábamos medio tarro de azúcar, valía la mayor de nuestras monedas.

A continuación, comiéndolos, íbamos a hacer los pequeños encargos de nuestras madres o vecinas de mi tío el moresco o del padre de Licinio.
Subíamos por la calle de los salazones donde se veía el bacalao seco colgando de un gancho en los puestos, las bacalás abiertas, el bonito o el biso salado (como el antiguo garum de los romanos), las sardinas ahumadas en sus cajones redondos de madera, y más allá los puestos de encurtidos, aceitunas, olivas de todos los aliños, tápenas, tallos de alcaparras, con el punzante y agradable olor que tanto nos gustaba a los niños, y cuyo sabor nos recordaba el vinagrillo de los huertos, cebolletas, pepinillos, pimientos dulces y picantes, banderillas. Luego los frutos secos, golosinas para la madre o la abuela que disfrutaban repartiéndolas –habas fritas, torraos, avellanas, pipas, almendras menos, cacahuetes; pipas sobre todo, para las tardes de oír los seriales de la radio o, en los últimos tiempos, para las noches de televisión. Volábamos, después, a los puestos de alfombras, ropas, tejidos: había que comprar algún trozo de tela a la hermana o a la tía. Se compraban entonces las telas por metros, para las cortinas, para los trajes de domingo hechos al corte, hechos casi siempre en casa y a veces mandados a cortar a alguna vecina experta que vivía de ello.
Y luego las tiendas de ultramarinos, de conservas, de legumbres, que eran los puestos más grandes, con lonas de camión por encima. Allí comprábamos un kilo de lentejas o de habichuelas.
Pasábamos a la calle de la fruta, las hortalizas, donde, delante de las camionetas en que se transportaban, se vendían los pimientos, las patatas, las peras, los melones grandes, de agua, o los chicos, de año, amarillos y con forma de balones de rugby.
Y volvíamos, otra vez, bajando la cuesta, entre puestos de plantas, macetas, flores y hierbas medicinales y tarritos de miel, a la plaza donde se abría el mercado, y donde estaba el carro de los churros. Entrando en esa plaza estaba el puesto de mi tío, y al fondo la última moda en zapatos.

Para el niño era notable ver que el puesto de su tío no vendía moda: sus productos debían ser del día. En cambio, en el puesto del padre de Licinio, se preguntaba por los zapatos de moda esa temporada. Casi todos eran restos de temporadas pasadas, pero que ese año se veían allí por primera vez. Eran baratos, se los podía llevar el cliente para probarlos y, si le sentaban mal, los podía devolver a la semana siguiente. “Estos zapatos me aprietan aquí”.

- Estos zapatos me aprietan aquí.
- Desahóguelos un poco.
- Pero si ya los he probado tres días.
No acababa de convencer el padre de Licio a una joven ama de casa, que llevaba su bebé en un carrito.
- Luego nos vemos, Licio.
Volvía yo a mis faenas de meritorio de recovero; y mi tío:
- Sabes lo que te digo: que te vagas a estar aquí un rato, que tengo yo que ir a llevar un encargo a cierta señora.
Lo peor que llevaba era la pesa. No aprendía del todo bien el ejercicio de echarme al hombro la pequeña romana y pesar, sujetando a un gancho la cuerda que ceñía las patas del ave. Menos mal que mi tío ya no traía a vender conejos, que se veían cerca en los otros puestos de los recoveros, y palomas y cabritas y pavos por Navidad. De las palomas se hacía un caldo que era mano de santo para la vista. Se regalaban pichones a los enfermos de los ojos: ése era el mejor presente de un familiar a otro, la prueba de que se deseaba ver con salud al pariente. Los pavos sólo se mercaban en las fechas próximas a Navidad.

Como yo había oído de pasada a mi abuela alguna historia sobre mi tío de joven, me quedaba imaginando cosas de él mientras trataba de hacerme con la romana. Una vez, a mi tío, ya solterón, le había buscado la familia una mujer de esta capital, para que se arreglaran. Mi abuela, que tenía algún conocimiento de casamenterías, allá en la posguerra, habló con la chica, y, por lo que sé, un día de mercado mi tío bajo del tren con ropa nueva y el cigarro bien liado en la boca.
Parece que llegaron a tener algunas entrevistas. Mi tío, unas cuantas veces, tomaría por la tarde el tren a la capital, y hablarían, hasta llegar él a entrar al pasillo de la pretendida y hasta estar sentados los dos en el pasillo, sobre unas sillas de anea. No cuenta mi abuela cómo acabó esa historia. Desde luego mi tío seguía, a la fecha, cuarentón y soleto, y con la romana.
- No hay manera, qué invento.
- Échele usted una ayudita al chico, decía compasiva una cliente, y el vendedor de al lado, olfateando a una compradora, acudía a mi apuro.
- A cómo vende los conejos, la señora aprovechaba para preguntarle.
..............................................................................................
- Mesmo la hemos hecho buena –mi tío decía siempre mesmo por lo mismo para iniciar una advertencia o una exclamación.
- ¡Andarrapiezo! ¡Que me puedo fiar de ti menos que de criado de ciego! Mi cara de impavidez y de no enterarme lo indignaba más.
- Has vendido güevos de anteayer a la señora ama del cura. Trae aquí.
El moresco echaba en una cesta los huevos frescos que compraba el anochecer anterior, y en otra los de anteayer.
- ¿Y cómo se va a enterar la señora? Preguntaba, ingenuamente, yo.
- Anda, ¡buena es mi madre! Necesita ésa menos de tres días para resucitarse aquí y estamparnos las trompetas de los ángeles en los oídos. Claro que tú vas a oírla lo que diga por su boca, mandilón, que ya va siendo hora de que espabiles y tengas criterio. ¿No has visto esa capaza verde donde están los huevos más frescos? Ojo a las señoras que vienen con el monedero en la mano, y se saben el credo al revés. Anda, ve donde el Saúco (el padre de mi amigo) y cómprame una hilada.
- Una hilada, ¿para qué la quiere?
- Anda, te digo. Corre, arrapiezo.
Al volver yo… “mi sobrino, el chico”, estaba contando mi tío a otro vendedor. Mi tío echó la hilada en la cesta verde y luego pasó el hilo a la cesta vieja. Al rato, trayéndose de su casa en el delantal los huevos comprados, apareció la señora.
-¡Qué desprecio me ha hecho usted, señor Moresco!
- Cómo…
- Estos huevos más valen para tortaza. Tienen más año que mi abuelo.
- ¿Qué diga eso usted señora Rosa?
- Ni aunque me lo jure sobre el Pilar; le digo que yo conozco a la vista los huevos recién puestos, y que en mi casa no ha entrado ninguno que no sea del gusto de servidora.
- ¿De dónde los ha cogido mi sobrino?
- De esa capaza…
- Compruebe.
- Estos sí se ven frescos, no hay ni que verlos que lo son.
El hilo que había pasado de la capaza verde a la vieja obraba su efecto (nunca sabría yo si era magia por contagio o si una ilusión óptica) y la señora veía esos huevos más blancos que la nieve, infundiendo su color a los que mostraba ella en su delantal.
- Compruebe: son los mismos.
- El caso… decía amusgándose la señora ante los huevos de la hilada.
- Compruebe, los mismos. Está usted perdiendo vista, señora Rosa; ande, ya que está usted aquí: le regalo esta gallinita.

Regalar era verbo entendido (para mi tío y sus clientes) por vender barato.
La señora protestaba prisa de hacer otro mercado, y, como tampoco le sobrarían los dineros, se acercaba a los puestos en que, a la hora de la recogida, los comerciantes “regalaban” los tomates, las lechugas y lo perecedero a precios de saldo.


* Docente y escritor, dirige la revista literaria Ágora y la asociación cultural Taller de Arte Gramático. Ha publicado los libros de poesía La docta ignorancia, Trisagio, Libro del esplendor y Nueve para Alfeo.

Catálogo de variedades y calamidades

roja locura

arrastro un coche de ruedas amarradas
con rastro de saliva
en las baldosas que no pisa nadie

se diría que afilo la ventana
con las manos
en una oración pegajosa y relamida

tengo las manos llenas de locura
roja locura
chorreándome hasta las fosas nasales

desde mis astutos colmillos sudados
se emiten radiaciones
mis deseos más ocultos en trámite perdido

arrastro un coche de bomberos
ardiendo en un camastro
y me callo los nombres difuntos

y me persigue una iglesia abandonada
que crucifica panes
y abre el alba los domingos


al sur de todas las cosas

oculta la impaciencia
la soledad de las grietas
atrapadas en las rodillas
y en la inocencia perversa

puede que mañana
los males sean plausibles
o los motivos caducos
en las razones ásperas

me lavo las promesas
en una balsa de posibilidades
que aquí saben diferente
al sur de todas las cosas


incertidumbre

me deslizo
desatornillado
como un átomo enloquecido
que despista el hambre de las cerezas
y consiente el vocerío de las esperas
atragantándose en su locura
desatendido
fútil

la incertidumbre me asesina paciente
colgándose de mi cuello, suave
vaporizando los sentidos
crónica
atrayente
me respira en los tobillos
calumnia sobre el pie de página
en una lenta muerte de vuelta al ruedo

15 minutos

Suena el interfono: ¿Quién anda?
Soy yo, el Camarón, baja.
Soy yo y nos vemos en la peatonal bocabajo, está visitando de reojo el escaparate de la peluquería del Zacarías, qué hubo Camarón, hace un sol de muerte.
Mediodía: Princesa moviendo el cuerpo hacia la Plaza de los Ángeles a saltos por la calle Avinyó y cañas en el Ascensor, le damos palique a la Tania, la vieja rusa nos habla del gótico y de sus casas relucientes con quebraderos de cabeza y de humedad de sueño breve. Salir y el Camarón andando rápido me habla de Doria la fotógrafa genovesa y de cómo la conoció: le gustan las calles del gótico cuando caen los halos de luz solar y se cuelan por las ventanas. Viramos hacia el Raval y él me cuenta y como siempre lo hace lo del barrio chino y los invertidos y las putas y los delincuentes y las drogas que allí habitaban con el ser humano / Joaquín Costa y hemos entrado donde el Girasol, más cañas y jamón de pata blanca - como nos gusta llamarlo a los tres. La señora Herminia está de mal humor hoy por no sé qué de la humedad así que la dejamos con los albañiles y vamos a lo nuestro que son las muchachas. Derivamos para ver a las muchachas - una somalí / una cubana / una francesa que comparten piso en un cuarto en la calle del Carmen / estamos esparcidos por el aire del Raval, el antiguo barrio chino / sin los invertidos y las putas como siempre me corrige él y de la misma manera; a mí no me deja hablar apenas quizás por eso de que soy joven y además escritor, y es que quieres saberlo todo, me contesta.

Entramos al apartamento / cuento con las chicas que están las 3 por los suelos como de costumbre y nos ponen unos matusalén con un poco de música cubana, charlamos sin parar y de pronto suelta el Camarón: esta noche llega el trompetista Lee Morgan a la ciudad y hay que tratarle como se merece así que le hacemos un juramento / Se conocieron de cuando estuvieron viviendo en Madrid y con el cual tocó en dos ocasiones acullá en la casa de unos parientes cercanos. Las chicas están alisándose el pelo y estamos oliendo el ron desde la habitación contigua, y todo es un vaivén endiablado así que nos miramos a los ojos y no hacen falta más palabras, bajamos a la calle a por unas situaciones y nos llama Lee Morgan mientras suenan los motores: llego a eso de las 7. Coge un taxi en el aeropuerto y nos vemos en la calle del Carmen, Gabriela la cubana te dará la dirección por teléfono - por suerte Lee habla un poco de español así que no tienen problemas en entenderse. Volvemos a casa de éstas / en éstas estamos plantados en el suelo otra vez y las chicas encienden el ventilador del techo, es julio y hay mucha humedad, entonces los poros de nuestra piel reclaman un poco de oxígeno o en su defecto ron y suena el interfono, es Lee suelta Yahma la somalí, que suba. Yahma quien llegó a Barcelona después de múltiples peripecias con una visa de turista y muy poco dinero o más bien nada: ¡suba!
Lee llega vía Madrid y de Managua, increíble muchachos, dejé los trabajos de Nueva York para retirarme de la vida laboriosa, pero no he venido a tocar muchachos / Lee es uno de los más excelentes trompetistas de todos los tiempos y cuando se atranca con el español habla en portugués o francés. Gabriela abre otra botella de ron y empezamos a platicar, del barrio y del chino y de su actual transformación, la del barrio chino y la del Paralelo, de lo que fue en otros tiempos y de lo que es ahora. Huelga decir que aunque yo sea joven a mí me gusta el Raval como lo he conocido y me da igual si el barrio chino fue así o asá, pero el Camarón acecha con su mirada y yo me callo.
Nos acercamos a la noche y es necesario bajar a la calle, en el Robles se sorprenden de nuestra visita así que enseguida nos marchamos hacia otro lugar más que nada porque al Camarón no le gustan las preguntas de los desconocidos y se pone más tierno y tímido que nunca con esos ojos que se le van a salir contra todos. Nos colamos deprisa en Eldorado y cenamos allí sí y con la gente del bar que no nos reconoce y por lo tanto podemos charlar a nuestras anchas y empezamos con lo de siempre y la cena suena así y todo tiene el olor de las siluetas y dejamos que el tiempo de la noche escurra.

A la plaza Real en un tren azul sugiere el Camarón, nos vemos allí con las chicas. Ya estamos en la plaza y nos sentamos en la fuente de las fuentes, tomamos ron y al aire libre y enseguida Lee tiene ganas de tocar y sin pensarlo demasiado vamos al ático de Tomasa propongo, seguro que anda ella semidesnuda por el salón y abriendo botellas de vino y echándole el guante a cualquiera / Tras una ligera dramatización de lo singular aterrizamos en el lugar en cuestión: ah Tomasa, brasilera treintañera de dulces labios nos besa al milímetro y nos seduce y agasaja con sus manos, su forma de hablar pone en tensión a Lee: a la cola muchacho, le digo, y él me sonríe: no sea que tu mujer te pegue un tiro. De pronto estoy con Tomasa en el cuarto de baño y acabamos haciendo el amor en la bañera, Tomasa es duende tanto en el sexo como en sus últimas y múltiples pinturas, mira aquí estoy pintando hombres y animales, llámalo animalia o como prefieras, si quieres dale tú mismo nombre a mi obra, necesito a un joven escritor como tú para que me nombre, y me enseña un cuadro inmenso de 2 x 1 metros y me deja con el espíritu abierto y aprovecha para bajarme los pantalones y decirme que la nombre.
Salimos a la azotea y Lee Morgan está endiablado como un ángel rebelándose tocando trompeta y está tocando y ya no para y el Camarón se sienta junto a él y con Gonzalo, joven guitarrista de Mérida que acaba de llegar a la ciudad y empiezan a ejercitar la pieza “Detrás del tuyo se va” y transforman el circo de invierno en verano. Tiemblan las estelas cantan estrelladas en el azul oriental del negro, en olor a ritmos zambrianos tintos de la noche y entre el cielo y el suelo permanece la rueda roja en el centro.
Lee enciende los ritmos a pulso y el Camarón los canta a diamante. Susurro yo los versos que me sé muy mal de memoria e improviso cuando se hace el silencio cuando la guitarra de Gonzalo se cierra en sí misma y gotea el viento y el de los fotógrafos se enreda en el aire. Llega Alicia con su canto ardoroso y lleno de flores rojas y pañuelos de papiroflexia, Alicia es portuguesa, sobrina de Amália Rodrigues - natural de Beira Baixa quien no sólo controla a perfectos golpes de voz el fado y el flamenco sino que además se atormenta silenciosamente con los ritmos del jazz trompetero.

Sueña la calle a luz y nosotros nos hacemos por ella de improvisto en grupo y por ellos que son los humanos de la ciudad y estamos mirando al tibidabo y se siente ya la humedad de la mañana y el mar y sus bañistas así que comenzamos a despedirnos quedando para mañana que es hoy, así que nos vemos en un rato / en la mar bella, tráete la toalla y nos vemos allí dentro de 15 minutos.