El regreso de los muertos vivientes

Llueve sobre Colombia con rabia. Recostados en un colchón húmedo, dos abuelos toman aguadepanela. La montaña cruje y una avalancha de tierra los sepulta. Un río se desborda, se mete en el cuarto de los niños y los ahoga. Las gotas de lluvia caen sobre la cabeza de los sobrevivientes y se confunden con sus lágrimas. Cuando llega la ayuda del gobierno, los damnificados deciden inscribirse como paramilitares para recibir mejores garantías. Y las armas? Ellos muestran unos cuchillos de cocina: "las ametralladoras y las motosierras se las llevó el río". Al día siguiente, uno de ellos, alias El jefe, maneja un taxi en Bogotá. Su misión: conversar con los clientes y alertar sobre elementos sospechosos.

Dos universitarios se suben al taxi. Uno de ellos arma un cigarrillo de marihuana. El otro le pregunta si se volvió loco. Por Dios, nos van a detener y en media hora tenemos un parcial! "No se preocupe, replica el del cigarrillo, es para después del examen. Además, esto es la dosis personal". En vista de la situación, el taxista interviene: "disculpen jóvenes, ustedes por quién van a votar?". Ellos se ponen la mano en el corazón y responden en coro riendo: Por el único y verdadero! Al llegar al semáforo se bajan corriendo.
En la esquina, una señora gorda y calva le hace gestos con la mano. Al acercarse, el taxista se da cuenta de que se trata del cardenal Pedro Rubiano. Alias El jefe se baja del carro, le abre la puerta y le besa el anillo. Rubiano retira la mano con desdén. El jefe lo mira por el espejo y se da cuenta que está rojo de la ira. "Monseñor, discúlpeme, si algo le molesta podemos conversar. Mi trabajo consiste en escuchar a la gente". "Gracias hijo. Por ahora condúceme a la Casa de Nariño y ya te contaré por el camino".

Al pasar por el Cementerio Central se escucha un murmullo de ultra tumba: son los quejidos de los muertos y los golpes de sus huesos y sus carnes podridas contra las tablas de los ataúdes. El taxista que es medio sordo no escucha nada, pero monseñor le pone la mano en el hombro y le dice: "Tranquilo, hijo. Hay cosas que no me es dado decirte, pero no tienes nada que temer. No es la muerte sino el aborto lo que altera el orden natural de las cosas". Y al decir esto saca la mano por la ventana y, apuntando al cielo, lanza un anatema contra la Corte Constitucional. En el acto se oscurece el firmamento y empieza a diluviar.

Cediendo a una tentación de juventud, Monseñor enciende un cigarrillo. Con tan mala suerte que el cigarrillo que enciende es el de los jóvenes universitarios, olvidado por error en el asiento del taxi. Monseñor se empieza a reír y el taxi se llena de un olor a selva chamuscada. A guacamayas, orquídeas y micos quemándose en la punta del cigarro.
Sorprendido, el taxista interviene: "Monseñor, discúlpeme que le pregunte, pero usted por quién va a votar?". A Monseñor le da un ataque de risa y al llegar a la presidencia se baja sin pagar. En la casa de Nariño hay una cena de gala: están reunidos la godarria santafereña, los neoconservadores paisas, los jerarcas de la Iglesia, algunos miembros del Opus Dei, un grupo selecto de políticos costeños y los representantes de los reinsertados. Monseñor abre la puerta de un golpe y estalla en carcajadas. "Son lamentos, aclara un sacerdote, Monseñor está muy compungido por la despenalización del aborto".

Del otro lado de la plaza de Bolívar, a la salida del Palacio de Justicia, los magistrados de la Corte son atacados por un perro rabioso de tres cabezas. Los ojos del perro son seis tizones ardiendo, en cuyas pupilas están grabados los círculos del infierno. Los condenados gritan y el conjunto de sus voces forma los ladridos del perro. Los magistrados se defienden como pueden (con el maletín por escudo y el paraguas por espada) y se suben rápidamente en un taxi que pasa. El perro los persigue, pero una anciana lo llama (agitando tres roscones en el aire): "Cancerberito! Cancerberito!". El perro se detiene, mueve la cola y va a refugiarse junto a la vieja en su nido de cartones.

Los relámpagos iluminan la noche y las carcajadas de monseñor retumban en el cielo. Ja, Ja, Já! Peinándose el bigote con dedos nerviosos, Jaime Córdoba Triviño exclama: "esas carcajadas parecen amenazas de un enemigo de la Corte!". "No se preocupe, doctor, dice el taxista, la persona que se ríe es partidaria de la dosis personal". Los magistrados respiran tranquilos. El taxi acelera por la autopista y en menos de nada los constitucionalistas están en pijama, lavándose los dientes antes de meterse a la cama.

Mientras tanto, frente al cementerio central, Laureano Gómez camina dando tumbos en mitad de la vía. Nuestro taxista lo recoge. "Buenas noches, caballero, sería tan amable de llevarme a la Casa de Nariño". El expresidente no ha acabado de decir esto, cuando una multitud de cadáveres se abalanza sobre el taxi. Nuestro héroe les grita: "esperénmen tantico, voy a dejar al doctor y ya regreso". Y arranca.
"Parece que se les aguó el homenaje, no doctor?". Laureano Gómez guarda un silencio sepulcral, pero el taxista vuelve a la carga: "El homenaje en el cementerio... Discúlpeme, doctor, pero es que yo soy muy conversador". Acomodándose la quijada, Laureano Gómez rompe su mutismo: "Yo también soy muy conservador y puesto que usted me simpatiza, déjeme aclararle que lo de allá atrás no era ningún homenaje. Son los muertos, que empiezan a salir de sus tumbas cada vez que se acercan las elecciones presidenciales. Los colombianos nos matamos unos a otros, porque esa es la única manera de remediar el abstencionismo de los vivos. En Colombia reina la impunidad, pero en compensación los muertos gozan del derecho al voto. Vivimos, perdón, morimos en una verdadera necrocracia".
Asombrado, el taxista exclama: "Doctor, y usted también se la fumó verde? En este país se está fumando mucha marihuana!". Al llegar a la casa de Nariño, don Laureano abre la puerta para bajarse, pero el taxista lo retiene del brazo y le reclama: "Usted tampoco me va pagar!". El expresidente se mete una mano a la boca, se afloja una muela de oro y se la entrega. "Una última cosita, doctor, dice el taxista con aire de sospecha, usted por quién va a votar?". "Eso lo vamos a negociar esta noche! Adiós!".

El taxista enciende el radio y se devuelve al cementerio a recoger a los otros clientes. Saca de la guantera una botella de aguardiente, se bebe unos cuantos tragos y canta:

Cuando ustedes me estén despidiendo
Con el último adiós de este mundo
No me lloren que nadie es eterno
Nadie vuelve del sueño profundo