Luz narco

Otra vez mi corazón creyó que estaba en la arena de un rodeo de Santa Fe, y que los hombres marlboro inclinaban los sombreros de hueso para ver mejor sus movimientos a contraluz. Supongo que por eso que empezó a trotar estando yo quieta, de pie, en el metro de Barcelona.


Tengo taquicardias porque el ruido urbano me cala, me tapo mucho los oídos ahora que he vuelto.

Quisiera que todo sonara como bajo el agua, que cada uno se oyera más a sí mismo. Como cuando se canta con la boca cerrada, cuando el cuerpo es un eco y un teatro con un único espectador, rodeado de líquido impenetrable.


Movía los ojos para mantenerlos húmedos. Inflaba mis pulmones de luz fluorescente fría, de aire subterráneo en movimiento. Intentaba sosegar mi órgano desbocado, pero en seguida me venía a la mente Michael Douglas en Un día de furia, con el pelo cuadrado y la camisa planchada. Y su lujuriosa venganza a chorro.


De repente, un gesto extraño quebró mi estado de inconsciencia voluntaria. Un hombre sudamericano observaba con amor su reflejo redondo en el cristal. Era alto, moreno, y se tocaba la panza como si catara un melón, como a veces los hombres tocan los pechos, sopesándolos con cariño. La barriga iba sujeta por una camiseta roja metida por dentro del pantalón.


Mis ojos recuperaron el foco, tuvieron que hacerlo, para registrar lo que vino a continuación. Con extraña vanidad, el hombre desplegó su índice y accionó la gran hebilla dorada y rotatoria que coronaba sus pantalones. El sello, muy bien engrasado, empezó a girar a tremenda velocidad. Ahí estaba él, paladeando la calma majestuosa que irrigaba su abdomen, todo su cuerpo, mientras en su centro una hélice de oro prometía un chispazo.


Cuando concentró suficientes miradas en un mismo rayo, dejó que la ruleta frenara despacio, descubriendo su forma real. Un impúdico símbolo del dólar se detuvo, y se generó un ambiente indeciso.


Bajé la cabeza para ocultar mi sonrisa. Luego pensé en derretirme, colarme por las rendijas del tren y terminar bajo las piedras dálmatas de la vía.


Clavé la mirada en el libro de la mujer que había sentada a mi lado. El título del capítulo era “Haz lo que te gusta”. Uno de esos manuales para reencontrarse con uno mismo, para vivir con menos. Para hallar la felicidad en la pobreza material. Pensé que en ese preciso momento me gustaría comerme una piruleta de corazón, sentada en un portal, mientras observo los zapatos y las piernas de la gente. Después iría a un geriátrico a leer a Itziar Ziga. Al lado de la mujer, una chica con unos pechos redondos y salientes repasaba los apuntes de fisiología vegetal.


Las puertas del vagón se abrieron de nuevo; cada vez me impacientaba más por salir a la calle. Los pasajeros se amontonaron para salir. En unos segundos el vagón quedó completamente vacío.


- ¿No te molestaba la gente?

Me giré con terror. El jinete seguía en su posición. Su acento era mexicano.

- ¿Qué pasa? ¿Dónde han ido todos? ¿Pasa algo en Diagonal?

- Los espíritus a veces son maliciosos-, sonrió.- ¿Sabe quién soy?

- …No- penosamente empecé a buscar cámaras en el vagón.

- Soy el Shaka. Sergio Vega, cantante. Un gusto señorita.

- ¿Sergio Vega? El cantante de narcocorridos que…

- Que murió acribillado. Me dirigía a Alhuey, con mi Cadillac rojo. 30 disparos.

- …- tragué saliva. Mi corazón se calmó.

- Como mis queridos Gallo de Oro, Zayda Peña y El Loco Elizalde. Que la Santísima Muerte les tenga a todos en su regazo.

- Claro, entonces está usted muerto-, dije con temblorosa desenvoltura.

- Pues sí, y como puede ver, sigo teniendo estilo- Se ríe a carcajadas mientas sujeta su cinturón- ¿Qué és Mexico para usted querida?

- Pues…polvo, es sol y arte, vísceras picantes y carreteras de arena, limón y fuego. Y también muerte.

- Y magia. La que intentáis ignorar.
Nosotros morimos con nuestros espíritus en los talones, con el corazón brillante.

- A mí se me vuelve loco.

- El corazón se hace grande cuando bailas con la muchacha que te embriaga y empiezas a girar hasta que todo se emborrona. Pero también se alimenta de la visión de la sangre de un hermano entre los arbustos… "Una chamarra de cuero, un pantalón de Versace y un revólver del 32"…- se puso a canturrear uno de sus éxitos-
Sé que sólo te sientes libre cuando piensas en cosas que llamas surrealistas, esas visiones que te electrifican el estómago. Hijita eso es magia. Qué sería de este mundo sin las lágrimas.

- ¿Qué más sabe?

- Sé que le pediste a tu abuela que pusiera una vela blanca por ti.

- Sí, pero parece que sólo recojo las migas de energía buena, como las tías a dieta delante de una buena tarta. Tigresas tan tristes.

- Estar vivo es jugar al escondite con lo que se oculta detrás la frente, detrás de los ojos. En la garganta y en la nuca.

- ¿Por qué le mataron?

- Porque dije algo que sólo yo creía.

- ¿Y por qué lo dijo?

- Porque así el secreto se me hacía más fuerte, dije dónde se había escondido a los demás. Sólo así ganas la partida.
Ellos tuvieron miedo de que fuera verdad.

- ¿Qué temían?

- Que ellas tan sólo se hubieran marchado a un lugar donde los peces pequeños les besen los pies, lejos de las maquilas.
Plantan sus cruces rosadas en la tierra de Juárez por la noche, y ahora sus madres lloran la distancia.


A veces la cortina más fea se hincha repentinamente con el aire que entra por la ventana. Y todos callan.


* Periodista independiente. Gestiona el blog Contorno labial.