Vida anunciada

Mario se levantó aturdido aquella mañana, se duchó con más lentitud que de costumbre, pero fue súbitamente, al pasar frente al espejo y ver su rostro sin afeitar, cuando sintió la certeza de que su vida no le pertenecía. Aquella sensación de impostura, de encontrarse en el lugar equivocado, fue en aumento durante del resto del día, como si fuera una enfermedad largamente incubada que hasta entonces no se le hubiera manifestado, creciendo ahora en intensidad, encontrándose cada más vez incómodo en cada gesto que realizaba, hasta que a la salida del trabajo, decidido a solucionar el asunto, cogió el teléfono y llamó a la redacción del periódico en donde contrató la publicación de un anuncio: “Encontrada vida de hombre, de unos cuarenta años, en Córcega con Bailén, contiene una mujer y dos hijos pequeños, trabajo estable en unos grandes almacenes, un turismo de cinco puertas, hipoteca a quince años y ahorros en el banco para emergencias y para alquilar una casita de pueblo un par de semanas el próximo verano.”


A la mañana siguiente recibió decenas de llamadas. Todos le decían lo mismo: “Es tan parecida a una vida que perdí.”


“¿Pero en la misma calle?”


No, en la misma calle no, ahí se descolgaban todos, era un poquito más arriba, o más al este, en otro barrio, e incluso en otra ciudad.


“Pero se parece tanto a la vida que tuve”, decían aún los más esperanzados, “que pensé que quizás con el tiempo se hubiera podido mover de sitio”.


Les pedía detalles sobre el puesto de trabajo, la edad de los niños, la marca del coche, el cabello de la mujer, y aunque hubo ciertas coincidencias ninguno de los que llamaron pudo demostrar de pleno que aquella fuera la misma vida que habían perdido.


Mario se preguntó dónde estaría él de haber perdido una vida semejante, y pensó que quizás ya no sería de los que leen los anuncios de los periódicos, sino que tal vez estuviera pidiendo limosna en una esquina, o durmiendo bajo cartones y periódicos atrasados. Salió a la calle y comenzó a preguntar entre los vagabundos, por centros de asistencia, comedores sociales, estaciones de trenes.


La búsqueda duró diez años, los que tardó en encontrar en un periódico antiguo un anuncio que le recordaba al suyo.


“Lo siento”, le contestó un hombre al otro lado de la línea, “pero ese anuncio debe ser viejo, muy viejo, hace años que yo mismo llamé a este teléfono y me respondió una mujer. Me contó que su marido les había abandonado, sin dar explicaciones. Sólo por curiosidad decidimos conocernos. Me enamoré. No me costó demasiado conseguir el empleó que el otro había dejado vacante en los grandes almacenes, y finalmente me vine a vivir con ellos… Los niños bien, ya creciditos, el pequeño con algunos problemas en el instituto, el mayor a punto de entrar en la universidad… Claro que se acuerdan de su padre, pero bueno, se han terminado encariñando conmigo… Ya es casualidad que su vida fuera en esta misma calle, pero si ahora se pasará por aquí lo encontraría todo muy cambiado. En fin, amigo, tenga cuidado, y abríguese, que he oído que se acerca un temporal de frio y aun recuerdo lo duro que era el invierno sin tener un sitio donde dormir.”


Mario colgó el teléfono, y tiritó durante unos segundos sobre la acera antes de alejarse por un callejón.



* Ha realizado estudios de filología árabe, de teoría de la literatura y literatura comparada y de antropología social y cultural. En la actualidad reside en Barcelona, es codirector de la Revista de Humanidades Kafka, y coordinador de Afinidades narrativas.