¡Dios mío, perdóname!

Hace siete años yo meditaba con un gurú. Pasando una cortina de cuentas se entraba en una sala oscura donde practicábamos el Hatha yoga. Luego, cerrábamos los ojos y hacíamos "ommmm". El mantra sagrado. Después de varios meses de meditar con el maestro, he aquí que una noche me encontraba en el asiento trasero de un taxi, en mitad de dos amigos. El chofer conducía como un forajido en el torrente de la autopista. Las aspas del limpia parabrisas despejaban un horizonte de luces blancas y rojas y pinos agitados por el viento. Una ambulancia pasó cortando el tráfico y nosotros aceleramos tras ella. Nuestro taxi se me figuraba un Boeing 767 sobrevolando la ciudad. (Al cerrar los ojos, vi un avión acercándose vertiginosamente a un rascacielos. El destello de la explosión se abría en la oscuridad de la cabina como el flash de una foto y nosotros hacíamos nuestra última mueca de horror). ¡Ah! -grité espantado. ¿A éste qué le pasa? -preguntó el taxista- ¿Está drogado? No, soy un santo, un clarividente. ¿Adónde van? Íbamos a una fiesta.
-Esta noche no voy a beber -les dije.
-No se va a poner con esas.
-Sólo un brindis.
-No insistan, no voy a beber.
Dos horas más tarde, estaba completamente borracho, diciendo estupideces y besando a dos mujeres. (Hay testigos). Lo cual no impide que el lunes siguiente estuviera otra vez en la casa del gurú. Me senté en la posición de loto, la pierna derecha sobre la izquierda, las manos sobre las rodillas, concentrado, viendo a través de los párpados cerrados la claridad de Dios que irradiaba amor y sabiduría sobre mi espíritu. Pero, sin saber por qué, el sábado siguiente me emborraché en una discoteca. Rompí una lámpara. Terminé durmiendo en el piso como un perro. Una amiga me vio y me ayudó a levantar. Mientras bajaba las escaleras vomité el tapete rojo. Los gorilas me querían pegar pero ella paró un taxi y me llevó a casa. (Gracias). El lunes volví donde el maestro. Pierna adelante, pierna atrás, el cuerpo arqueado, los pulmones bien abiertos, el culo contraído, inspiración, exhalación. Hatha yoga. El sábado siguiente, decidí cocinar para unos amigos pero me pasé de copas y me fui a la cama a dormir. Cuando me desperté, al otro día, la comida estaba carbonizada. Me dolían los pies porque llevaba 24 horas con los zapatos puestos. Eso me hizo entrar en razón. Al fin, dejé de renegar del catolicismo y me dediqué a beber como Dios manda, es decir, como un monje medieval hundiendo la cabeza en el tonel del vino sagrado. No más espiritualidad pagana. Sólo borracheras.

Las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Ahora frecuento un templo budista. Me siento frente a un monje de movimientos suaves y mirada benigna, que envuelve su flaquísima desnudez en una túnica amarilla y escarlata. Cierro los ojos y veo a Buda bendiciéndome. Un rayo blanco en la frente, uno rojo en la garganta, uno azul en el vientre. Veo un Buda dorado flotando en el espacio infinito, con la mano izquierda levantada. Me sonríe. Respiro y entra el amor y la compasión en mi ser. Exhalo y sale la rabia y el odio bajo la forma de un humo negro. No cabe ninguna forma de ironía en esto. Es completamente en serio. Pero los fines de semana siempre termino bebiendo. Envuelto en unas borracheras monumentales con todo y rubias coquetas, botellas rotas y tipos que me quieren pegar. Pero nunca me pasa nada porque Dios guía mis pasos. Dios me lleva a bares y a fiestas porque quiere que vuelva al catolicismo. Que coma pan y vino en vez de estar venerando estatuas doradas. Entonces, me acodo en la barra para no caerme y llamo al camarero: "¿Qué va a beber?"- me pregunta. ¿Le puedo confiar un secreto? -digo yo. "¿Qué va a beber?"-dice él. Una cerveza. "Aquí tiene". ¿Le puedo decir un secreto? "Bueno, ¿qué?" Ahora tengo dos novias. "No es el único". Pero éstas son distintas: una es asiática y la otra es judía. "¿Y cuál le gusta más?". Las dos. "Tenga, la casa invita". ¡Salud! "¡Amén!" El camarero, con la cabeza pelada y una cruz atada al cuello, parece un ex sacerdote. Yo me confieso en lenguaje figurado y él me absuelve con tragos gratis.

Las iglesias podrían ser remplazadas por bares malolientes y casi no se notaría la diferencia. En el fondo yo soy católico, es decir, borracho, pero ya tuve suficiente de curas, misas y catecismos como para echar a perder tres vidas. Por eso, he decidido pasar a lo esencial: Dios y el vino. ¿Cómo me podré librar, Dios mío, de esta culpabilidad enfermiza que esos monstruos me inocularon en la más tierna infancia? El catolicismo aporta la enfermedad y la cura: bebiendo. ¡Qué agradable se siente estar borracho! En un primer momento, la bebida aligera la culpa pero luego la multiplica La consciencia es un hoyo sin fondo ni solución.

Así es que me voy a mi casa a buscar redención por otros lados. Beso la estatua de Buda en los labios y me siento a meditar. De repente, es como si los dos hemisferios de mi cerebro lucharan por el control de mi mente, con variaciones de un segundo entre uno y otro, que se representan en colores azul y rojo. Mi cabeza es una ambulancia a punta de estallar. Miles de imágenes y recuerdos. Un cardumen. Un león. Un cachalote. El ojo de un cachalote. Un bosque. El mar. Las copas de los árboles. El viento. Peces abisales. Arena. El desierto. Huellas de camellos entre briznas de yerba. Una mujer. Osos atrapando salmones. Olor a caballos galopantes. Sudor y calor. Perros ladrando en una calle de los suburbios. Guepardos persiguiendo gacelas. El bum bum de una estampida de elefantes. El cuerno de un rinoceronte enhebrando el viento. Una tormenta. La electricidad rugiendo. El siglo XX en marcha y humeando. Bombas y cañones. Muertos. Muertos. Muertos. Un bebé. Toda la historia muy rápido. Una cabeza de tiranosaurio mirando por encima del tiempo, que se expande y se contrae. La respiración como metáfora del movimiento del cosmos. Blanco. Silencio.