Muros para Inmigrantes

La tierra se ha vuelto un lugar algo inhóspito. Aparecen por doquier claves de exclusión, a usted no le queremos aquí, pues nuestra riqueza y nuestro bienestar no es para compartir. La solución a la cual se han volcado nuestros dirigentes más capacitados es, lamentablemente, la opción más obvia e infantil: erigir muros más o menos desde el trópico de Cáncer hacia abajo.

Para épocas barbáricas, soluciones romanas. El credo del capitalismo parece rezar: Si les hemos dado la oportunidad de desarrollarse y no lo han hecho, es hora de protegernos del flagelo invasor de la inmigración. Aparecen muros, proyectos de muro y muros camuflados; un pasaporte con código de barras, una huella digital, un policía en el aeropuerto que detiene a todo aquél que parezca salido del casting de María llena eres de gracia.

En ese sentido, los muros visuales los conocemos todos: La franja de Gaza y el proyecto de muro entre México y los U.S. of North A., son los más famosos. Pero los muros verdaderamente peligrosos no son visuales sino mentales.

I.-
El muro visual bien es sabido detiene solamente al coyote torpe e incapaz. La reflexión es obvia: Si hay un muro es por algo, y siempre y cuando haya muro habrá gente capaz de atravesarlo. Crecerán las palas a medida que crezcan los muros. Construiremos balsas más rápidas. Nos llevará más tiempo. Aprenderemos a ser pacientes.

El concurso de idiotez empezó cuando alguien, ante la pregunta, ¿cómo detenemos la inmigración? Respondió con la lógica de alumno de primaria, “construyamos un muro”. Pues muros, siempre hemos tenido, en esta humanidad sin ideas. Basta pasearse por Berlín para ver no sólo lo grande que puede llegar a ser un muro en cuanto a estupidez humana, sino también la colección de pequeñas placas insignificantes a sus costados que susurran “aquí murió abatido por el ejército intentando escapar…”. O el pobre infeliz que intentó cruzar el Rin cerca del Reichstag, y murió en tierra de nadie de un balazo, a solamente diez meses del final de la guerra fría.

Sin embargo, los muros visuales no son sino el reflejo de los muros mentales. El muro visual se derrumba, el muro mental se reprime. Creer que se puede combatir un muro mental destruyendo un muro visual equivale a creer que se acaba con las malas condiciones carcelarias de un país al derrumbar una cárcel (el ejemplo venezolano es insigne en esta materia).

El muro mental tiene varias causas. La causa principal es un diagnóstico psicológico conocido tradicionalmente como “psicosis”, la incapacidad de evaluar la realidad, de constatar lo que existe y lo que es ficticio. En fin, de ver y no reconocer absolutamente nada.

Cuando el partido de extrema derecha franquista se reunió en las Puertas del Sol en Madrid para lanzar insultos en contra de los inmigrantes que limpian las calles, mantienen los servicios y trabajan de noche en la capital ibérica, lo único que se vio fue un muro mental. El muro visual ya está proyectado para construirse entre España y Marruecos, la “puerta” por la cual se colean los esperanzados inmigrantes venidos de los estados magrebinos del norte del África. Pero la ignorancia no tiene límites, y aglomera proto-fascistas en una plaza para construir muros mentales también.

Muro mental es el que aparece cuando el gobierno de los U.S.A. se empecina en sostener, no sólo en contra de toda evidencia sino también en contra de los testimonios de altos oficiales del ejército norteamericano, que la situación en Irak está “bajo control” y que la gente “está agradecida” por la labor del “ejército de liberación”. Deberían aumentarle la dosis de Prozac al Tío Sam, a ver si se despierta a la realidad.

Lamentablemente, por más que la administración Bush invoque sesiones de hipnosis colectiva para alienar a todo el pueblo norteamericano, la realidad jamás podrá ser contenida por muros mentales. En un estudio publicado hace unos años en Francia, la reportera Anne Nivat reveló una serie de entrevistas intituladas “Islámicos: cómo nos ven”, donde aparecen datos “increíbles” solamente para la gente escondida detrás de su muro mental. Según el estudio, para los iraquíes su “liberación” se ha reducido al caos total y la inseguridad permanente. Los civiles son las victimas más numerosas, y las humillaciones pan nuestro de cada día. Según los entrevistados islámicos de Pakistán y Afganistán, los Estados Unidos de Norteamérica no dudan al romper todos sus principios e ideales para conseguir satisfacer sus intereses. Dicen percibir a los U.S. of N.A. como patrocinantes de dictaduras sangrientas a través del mundo, como mentirosos a propósito de la guerra de Irak y como cínicos al hablar del escándalo de Abu Ghraib*. Concluya usted: ¿De qué lado está el muro mental? ¿Del lado Iraquí, o del lado Norteamericano?

El muro mental se afianza cuando se escucha a alguien explicar que se masacra a la gente porque se les quiere liberar. Pero la queja puede extenderse. Veamos esta cita: “A nivel político, se nos prescriben sistemas que no nos convienen en nombre de la famosa globalización. Se nos imponen los puntos de vista de la Unión Europea, del Banco Mundial, del FMI. A nivel cultural y social, se nos imponen comportamientos de vestimenta, musicales y culinarios”. Bien podría ser un discurso de Evo Morales o de Hugo Chávez, ¿no? El muro mental se extiende más allá de los océanos. Esa declaración la dio un profesor pakistaní a propósito del rol de los U.S. of N.A. en el Medio Oriente.


II.-
Pero el muro mental más visible –y el que más asusta a la gente- es el que existe ante un peligro migratorio del trópico hacia el norte. Esos islámicos barbudos que caminan diez pasos más adelante de sus mujeres cubiertas de pie a cabeza. La mirada sospechosa, el miedo y la desaprobación, son el muro mental más frecuente.

Y en esto de los muros ninguna nación detenta el monopolio de los mejores ladrillos o bloques de construcción. Países tan desarrollados como Francia, con una harta tradición de reflexión y comprensión del otro (“autrui” como le llaman los franceses cultos) han sido protagonistas de la erección de muros infranqueables del tipo “son una escoria” cuando los suburbios parisinos escupieron bilis y mostraron sus dientes hace unos años. Ya no hace falta proyectar un muro entre París y sus famosas banlieue o suburbios. El muro ya existe, mental o visual, ¿cuál es la diferencia?

Nuestras sociedades se desangran lentamente, mientras el sufrimiento nos conduce a aceptar las injusticias más grandes, en aras de evitar el cuestionamiento moral. El muro existe, está ahí, cuando finalmente se construye es simplemente porque queremos evitar ver la realidad de esta muralla y hacernos preguntas embarazosas sobre la desigualdad.

Por mi casa en Caracas, Venezuela, la realidad del muro mental siempre existió. Sin embargo, hace casi una década, una asociación de vecinos decidió construir un muro para “protegernos” del barrio que colinda, como en cualquier ciudad de Latinoamérica, con las urbanizaciones más aburguesadas. El muro no era, como muchos creen, para evitar el paso de la gente del barrio. Bien hemos dicho que el que quiera pasar, pasará, tarde o temprano. Pocos años más tarde entendí la función materializadora del muro, manifestación del muro mental.
-…la gente del barrio –comenté con un vecino, señalando al muro y suponiendo que él entendería el señalamiento de mi dedo. Pero él sólo miró el muro.
-¿Qué barrio? –me preguntó inocentemente.

III.-
El mundo perfecto, nuestro mundo perfecto no es más que una proyección del muro mental: Un mundo sin mexicanos, sin palestinos, sin iraquíes poniendo bombas. Pues la igualdad de nuestro sistema significa que nosotros, los de abajo, los incivilizados, tenemos la posibilidad de igualarnos a ellos. Así lo dejó entrever el francés Nicolás Sarkozy en sus últimas declaraciones: “El que no ame a la Francia, pues que se vaya”. Muro mental según el cual amar a la Francia es estar de este lado del muro (del lado de Sarkozy, claro está), sin derecho a chistar.

Pues mientras más se expande Europa y se integra corriendo sus fronteras, más crecen los muros mentales. Hoy en día la inmigración no es sólo la única culpable de la cada vez peor economía europea, sino que también es la causa de la “pérdida de valores” (entendido como pérdida del chauvinismo), en estas naciones. Todo esto enmarcado en la realidad: En Francia, la tasa de inmigrantes actual es de 5% de la población. Hace diez años era de 5% también. Es más, la inmigración en Francia está alrededor del 5% desde hace 20 años. La paranoia electoral de los partidos demagógicos dados a discutir el tema de la inmigración tiene como único objetivo hacer vibrar las dendritas de la población víctima de un psico-terrorismo publicitario y noticioso. Al final, todo se equilibra, todo se iguala y todo se repudia con igual fervor: La otredad, la diferencia, lo incomprensible. Hace unos años, según los medios de información, todos íbamos a morir intoxicados por el virus de la vaca loca. Luego, todos caminábamos viendo el cielo, convencido de que pereceríamos aplastados por aviones pilotados por islámicos. Poco tiempo después, no quedaba la menor duda de que los tsunamis acabarían con nuestras ciudades. Y hoy en día, todas las mañanas aparece en la televisión un mapa con una flecha que indica por dónde va el virus de la gripe aviar, o el ántrax, o el terrorista chino o árabe de moda, o cuántas cosas más. Por supuesto que cada día está más cerca. La contra-realidad a este muro mental es el hecho de que, hasta el sol de hoy, en Francia al menos, la única víctima de la gripe aviar fue… Un gato. Evidentemente, la sociedad protectora de animales se las vio negras para combatir el abandono de gatos, ya que por doquier empezaron a aparecer ciudadanos alienados por el muro mental, que largaban su mascota a la calle.

La lucha de nuestra generación –si es que queremos que venga otra después de nosotros-, está en derribar estos muros: Muros para inmigrantes, muros para detener la paranoia, muros del terror, que hacen el juego de los políticos menos capacitados pero más gritones. La otra posibilidad es seguir como estamos, en un mundo que cambia de colores en cada noticiero:

“Hoy: Plan antiterrorista nivel naranja. Contaminación grado tres. Cantidad de ciudadanos muertos por ataques-bomba en el mundo: catorce. Distancia al tsunami más cercano: mil kilómetros. Fíese de las palomas, que en Indonesia se ha registrado un caso de gripe aviar en este animal”.
Esto significa perpetuar el muro, lobotomizar a la población, construyendo paredes entre sus lóbulos, entre las etnias, entre sus ideas.

Para salir del bucle infernal de violencia y de la guerra sin fin contra “el terrorismo” sostenida en un racismo latente, nuestra única opción es retomar el diálogo. Y para ello debemos romper los muros y sobreponernos a los estereotipos. De lado y lado. La otra opción es seguir aislándonos, hasta terminar cada quien con su muralla particular, un feudo del alma y del espíritu. Todavía estamos a tiempo de derribar los muros, tanto visuales como mentales.
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*Vicente es autor de la novela Caracas cruzada, disponible en la red de librerías Sur de Caracas, Venezuela. Su última novela, Historias de un arrabal parisino fue publicada por Ediciones Idea y se consigue en las librerías de Tenerife, España.