Quello che non c'è

Excitación

El chasquido de tu lengua en mi paladar
Deseas mi pecho y mi nalga desnuda
Mis garfios en tu espalda menuda
Besos de malva en mis besos de ceniza
Labios de pulpa en mis labios de cal

Muerdo el licor de la raíz de tus gemidos
Rumor marino que se eleva al cielo
De tu sangre sobre mis oídos

Me extiendo sobre ti
Te lleva mi oleaje

Transitas por mi torso de huesos
Cierro los ojos y me abrazo a tu voz
Tu rosa se adueña de mis sentidos
Estallo en el centro de tu mente.


La Bicicleta de Plata

Sentados en tierra yerma otrora sabia
oigo a mi espalda naves sirias
deslizarse sobre nuestro ebria quimera.
Tus senos en mis palmas son
palabras de agua, versos de mar.
El crujir de la espuma en arena.

Dejamos la locura sobre la mesa
entre platos a medio roer,
cementerios de brasas susurrantes
y copas manchadas de tintos besos.

Me hundo en ti y me precipito
en el abismo verde de tu iris.

El patio de luces está vacío.
Allí duerme la bicicleta de plata
que sueña en cada muda ventana
el orgasmo que muerde tu boca.


Estatua

Desde tiempos inmemoriales, en aquel olvidado jardín
donde las madreselvas escalan su propia sabiduría,
yace pensativa y lúgubre la figura de arcilla.

Un quejido de triste y viejo viento de posguerra
mudamente la desviste y descascarilla
lamiéndola como el recuerdo de una emoción.

El gemido ulula entorno a la taciturna estatua
y la golpea a hojas secas que caen despacio
como promesas no cumplidas, lastradas de culpa.

El otoño de pecados cruje y se retuerce a sus pies de barro,
y ella lo observa desde lo alto, con ciega pesadumbre,
esgrimiendo una mueca macilenta en su rostro sin nombre.