Música Viva

Pasaba noches enteras escuchando sus notas clavarse como espinas en mi corazón. Sintiendo la tristeza de sus tonadas. Entendiendo que se puede morir de tristeza.
Dicen del pianista que tiene una historia triste. Dicen que su mujer le solía acompañar con el violín. Dicen que en una sonata ella se entristeció tanto por la melancolía de las notas de su pianista, que murió al terminar los últimos acordes y cayó fulminada sobre el escenario. Dicen que la mujer del pianista murió de tristeza.
Desde entonces, el pianista jamás da la cara a su público. Toca en este oscuro bar de espaldas al auditorio y todos lo escuchan atentos. También dicen que nunca se levanta de su silla hasta que el salón está vacío.
Quería hablar con ese hombre. Necesitaba comunicarle mi situación. Necesitaba su ayuda. Quería que ella sintiera la tristeza que yo sentía. Quería que si yo moría de amor, ella viniera conmigo. Debía conseguir que ese hombre nos matase a los dos como mató a su mujer.
Al terminar el concierto me acerqué a él, la sala ya estaba vacía. Él seguía tocando notas suaves y tristes. Lo tenía tan cerca que sentía su olor amargo. Le dije al oído mis necesidades y mis planes. El pianista, sin dejar de teclear, tan sólo asintió con la cabeza.
Yo: ¡hola!
Ella: hola.
Yo: necesito verte.
Ella: ¿qué quieres?
Yo: hay un concierto de piano esta noche y me gustaría que me acompañaras.
Ella: sabes que me encanta el piano.
Yo: lo sé.
Ella: ¿estás bien?
Yo: tal vez luego estaré mejor.
Ella: iré. Un poco de piano me puede ayudar.
Yo: lo hará, seguro.
Llegamos al bar, nos acomodamos en una mesa cercana a mi cómplice. La música sonaba y la oscuridad nos engullía. El pianista sacó su repertorio más doliente y nuestras lágrimas comenzaron a gotear sobre la mesa. Los acordes pasaban y mi corazón se comprimía. No pronunciábamos ni una palabra, sólo nos mirábamos y veíamos nuestras penas brotarnos por los ojos. Escuchábamos y nos mirábamos. Fueron varias horas de escuchar la tristeza traducida en música. Los dolores de amor eran tan fuertes que mi cuerpo empezó a sufrir. Ella parecía cada vez más blanca, su piel perdió el rubor. Su respiración comenzó a desfallecer y de un momento a otro su cuerpo cayó sobre la mesa. Su corazón se había detenido, pero el mío seguía latiendo. Yo no había sucumbido pero ella sí. Yo no la quería acompañar en ese viaje. Yo quería que ella me acompañara en el mío.