El día de la bandera

Se veía cabizbajo, ensimismado, como si de repente le hubiera entrado el autismo. Parecía una efigie de Cuahutémoc, ése que normalmente se usa para las estatuas de bronce de las premiaciones deportivas. Hacía rato que no movía su postura ni un ápice, sentado en el corredor de la casa. No respondía al saludo de los vecinos que al pasar por enfrente de la casa se dirigían a él, a aquel personaje que les había ayudado en diferentes menesteres para aclimatarse a la nueva vida de inmigrantes. Y, es que la vida en los Estados Unidos era tan distinta a la de los diversos lugares de origen que, precisamente, la gente como el Sr. Esquivel-Madrazo ( los dos apellidos unidos para no perder la secuencia acostumbrada y evitar problemas legales por variante de identidad) era la que mediaba entre culturas.

Había llegado a Refugio hacía cosa de 25 años, cuando contaba con 20 años de edad y dos de familia, luego que sus padres decidieron sentar cabeza y no seguir en la ola migratoria. Los campos del Wes (como les decían ellos) habían dejado su huella en el lomo, y cuando le ofrecieron a su padre trabajo de mayordomo en el rancho de Mr. Polk, mejor conocido por la raza como “el güero polkas”, no lo pensó dos veces. Las penurias de los campos, el trabajo por destajo, los sobresaltos de las redadas de la migra ya habían quedado atrás. Y todo, gracias a las tarjetas verdes. ¡Benditos documentos! Desde que se los dieron, don Salustio, su padre, ya pensó en trabajar en un sólo sitio para pararle a eso de andar de “judío errante”, como él mismo decía. Pensó que así tendrían escuela permanente sus hijos; y, sobre todo, reconoció que el sentar cabeza era importante para que los muchachos siguieran aprendiendo inglés.

Todos estos pensamientos se agolpaban en el ánimo de don Noé, que recorría años como si fueran un carrusel de película. Su cuerpo seguía allí, pero su mente había ingresado a la máquina del tiempo e invadía diferentes épocas, como si estuviera repasando un examen de consciencia. Era como si de repente, los archivos de la memoria se hubieran abierto y se empezaran a agolpar en su cerebro distintos aconteceres que habían permeado el ánimo de zozobras y deleites en una o en otra ocasión: Se acordaba de las pláticas con don Salo, su padre, que repetía las mismas historias de desposeídos allá en la patria vieja, de jornadas de trabajo de sol a sol, “por unos litros de maíz para el bastimento”, y como él mismo dijera: el hambre rondando siempre los jacales y las mujeres pariendo de por vida. ¿Quién podía aguantar aquello?

Luego, recordaba el cuento de los “enganchadores” que pintaban todo color de rosa: “ques’que había mucho trabajo, y que la gente se cansaba de ganar dólares; decían que después de unas cuantas jornadas traían chicos rollotes de “cueros de rana”,y que donde quiera hasta les subían de catego a “Don”. Lo triste, sin embargo, era que cuando se les acababan, o se los robaban, ya ebrios, volvían a ser pinches indios apestosos.

Don Noé también recordaba la prosperidad de la nueva patria: vivían bien, todos iban a la escuela, aunque a veces los hacían sentirse menos por cualquier cosa: que si pronunciaban mal las palabras, que las oraciones no estaban completas, que la pronunciación variaba el sentido del vocablo, en fin…Hasta recordaba, con tristeza ahora (aunque en su momento se moría de coraje) , cómo se habían reído de la Lupita cuando la maestra le dijo que leyera, y como no le salía bien la pronunciación de las vocales, en vez de decir clean the sheet, se le entendió otra cosa.

Cuantas cosas habían pasado. Se había casado muy joven allá en la patria vieja, y empezó a nacer la familia. Con eso de que “la familia pequeña vivía mejor”, decidieron, él y su mujer, tener sólo tres hijos: primero, había nacido Sal, luego, Darío y finalmente, ya en los EE.UU., Lupita. De esta época, recordaba cuando tenía que asistir a las juntas escolares para enterarse de los cambios de mesa directiva y muchos otros asuntos. A él ni le interesaba mucho la política escolar, pero tratándose del organismo que educaba a sus hijos, sufría en silencio cuando hablaban de adquisiciones de materiales e informaban sobre futuras construcciones y lo que significaría para los impuestos de los habitantes del distrito, etc.… Todo, todo, había sido parte del trajín diario, y él… él lo había sobrellevado por convicción, más que por gusto. Estaba convencido de que la educación era lo primero, si no, que se lo dijeran a él que gracias a haber acabado como Dios le dio a entender el high school estaba de empleado de la funeraria de Mr. Morton, y de ahí había salido lo suficiente para comprar el solar e ir pagando la casa.

Sí, 30 años de vivir en los EE. UU. (con y sin papeles), 25 en la misma ciudad, y ahora, nomás porque se les había ocurrido investigar a todos los inmigrantes que habían sido acusados de delitos mayores, estaba a punto de ser deportado. Sí, de-por-ta-do.Así decía la carta. Recordaba a su mujer insistiéndole que se hiciera ciudadano cuando empezó a crecer la familia, dizque para votar y para que se escuchara la voz. Pero, recordaba también que él no quería dejar de sentirse mexicano; pensaba que después de juramentar la adhesión, ya no podría regresar a México y sentirse como en su casa. Y, sin embargo, ahora, al fin de cuentas, cavilaba… pos, si casi nunca íbamos pa’llá de todos modos. La carta en su regazo, sin embargo, decía que las tres convicciones por conducir ebrio, aunque ya las había pagado con cárcel y multas hacía 11 años, lo hacían persona non-grata, y que tenía seis semanas para finiquitar sus asuntos y salir del país o se convertiría en prófugo de la justicia.

Ante esta perspectiva, pensaba:
“y todos los años que trabajó ¿qué? ¡A poco no contaban! Y, sus declaraciones de impuestos, todas en regla…” “Y, el orgullo de nunca haber dependido del güero Félix, como le decían al sistema de ayuda temporal (welfare).” “¿Tampoco contaban?”

Sentía que ya había pagado su deuda con la sociedad, que habían sido errores de juventud. “¿A poco nomás la raza agarraba la jarra los fines de semana? Pos si fuera así, no sería negocio poner cantinas.” En esto pensaba cuando de repente, se le oía dialogar consigo mismo, diciendo:

--Pos’ si ya pagué los errores de juventud. Pos’ qué buena memoria d’éstos.
--Pos’ si ya no tengo nadie en México. ¿Qué voy a hacer allá?
--Y, lo de mi Salvador. ¿Qué? Todavía ni sale el zacate en el pedazo que le tocó en el cementerio, después que lo trajeron despedazado por una mina.
--Pos’, ¿qué más quieren de mí?, si… ya les di todo.
--Hasta mi hijo mayor, que sería mi sostén en la vejez, y todos, todos estos años de trabajo…
--¿Irme a México?, si aquí enterré a mis jefes. ¿Qué voy a hacer a México?
--Y, a mi edad, después de estar metiendo tanto dinero al Social Security.
--¡No’mbre, estos ya ni l’acen!

Con estas disyuntivas se encontraba el hombre. Se le había fijado una fecha oficial para su salida. Un oficial del gobierno le escoltaría hasta la línea divisoria.

La fecha señalada sería el 14 de junio, el día de la bandera. Ese día, en que se celebra ser norteamericano y honrar el lábaro patrio. Era curioso, porque ése era también el mismo día en que le habían citado en la corte del condado para entregarle un documento de ciudadanía para el hijo muerto en combate, para honrarle el sumo sacrificio con ese importante documento. Se preguntaba si el oficial de deportación iría con él a la ceremonia de entrega de la ciudadanía. Resultaría bastante irónico cuando le dijeran: Sr. Esquivel-Madrazo, debe sentirse orgulloso porque su hijo Salvador ha entregado su vida por este gran país que es ejemplo en el mundo de las libertades y el derecho. Y al mismo tiempo, estaría recordando su sentencia: Sr. Noé Esquivel-Madrazo, su comportamiento anterior nos impele a revocar sus documentos. Debe usted salir de este país y regresar al de su origen.

Inmerso en tal frustración, se sorprendió a sí mismo oírse balbucear: “Noé Esquivel, creo…creo que lo que es… éste…pos’ éste no lo esquivaste.”


* Docente universitario y escritor, es editor en Jefe del anuario de creación literaria El Novosatanderino de la Universidad de Texas en Brownsville. En 2005 apareció su poemario Itineransias (con “s”). El 2008 le ha dado la bienvenida a Itineransias II.