Agujeros

Fiesta en el Saloon

La aurora de sus faldas levantadas
por todos los rincones, y el licor
que nos arrastra a la locura.
Johnny rompe las sillas en la espalda
del malvado cuatrero que exigía
rastrero porcentaje. Y el resto de la banda
recorrerá a caballo con nosotros,
cuando llegue el invierno,
como balas flotantes,
todo el Pacífico, si es necesario.
Ya la música
amansa a los muchachos, y hay un ojo que
nos sigue vigilando. No me importa
si maldice Justine al impostor
después de darle caza y darle libertad:
tras consultar su brújula
furiosa, delirante y polisémica
la guarda entre sus pechos
y se sirve otro whisky;
no me importa
si Amanda abre su alcoba para mí
mientras Lucille descorcha riendo otra botella
y me derrama encima este brebaje
que es del color del oro. ¿No estaremos
acaso vivos todavía mañana?


Agujeros

Me hablaba de Moscú o de Dubrovnic,
de todas las ciudades que nunca vimos juntos.
Estaba pálida como una víctima propiciatoria
de una vieja película de miedo, o de un retrato
de Guirlandaio o Boticelli, aquellos que adornaban
las paredes y puertas de su casa,
entre botellas, monopolys y manojos
de compactos piratas dispuestos sobre el suelo
como un extraño pentagrama que invocase
los restos de una civilización
lanzados a las llamas
por pura diversión
adolescente.
Machacaba
pastillas y afirmaba –inverosímil-
mente- que eran usos cotidianos
en todos esos sitios lejanos como inviernos
inconcebiblemente fríos, demasiado
lejanos para comprobarlo. “¿Quieres?”
me decía.
“No, no”. Se concentraba en su agujero
y yo en el mío, y era como vivir una sesión
de espiritismo, pero inverso,
en que esperábamos que apareciese
más tarde que temprano,
alguien real,
lo suficientemente real.

Afuera bien podía dormitar un paisaje devastado.
Las seis de la mañana, una hora perfecta
para sobrevivir aquí en el suelo,
rodeados de todos estos objetos inservibles
que no nos llevarán muy lejos;
y nos amamos en el centro exacto,
como quien dice, de una rosa de los vientos
que presidía el mapa de todos los lugares
en los que nunca vamos a volver a encontrarnos.


Oda a una cantante Pop

Bubaloo es una chica con sabor a frambuesa
que mastica carmín mezclándolo con pólvora.
Está bastante buena, es una estrella
y yo me arrancaría el corazón
para poder meterlo en sus maletas.

Al final del paraíso podremos encontrarnos,
me decía,
y como era una estrella podía perorar
con bastante sentido, de tal modo,
a la vez que seguía su canción.
Recuérdame hasta entonces,
le rogué por mi parte.
jura que vas a amarme siempre.
Toda buena canción también tiene un final
y no hay nada infinito a nuestro alcance,
salvo el universo o el mar.

El paraíso nos rodea.
El mar es la música.
El amor, la trampa.

Si yo me busco a otra
será el principio de tu fin.
Y si tú dices de olvidarme,
oh nena, oh preciosa, oh mi estrella,
yo me olvidaré del mar.


* Es profesor de secundaria y escribe aprovechando los trayectos de ida y vuelta a su trabajo en tren o en autobús. Muestra parte de sus resultados, así como los monigotes que pergeña en sus cuadernos, en su bitácora. También ha publicado el poemario "Nuevos dioses", finalista del premio Voces del Chamamé, Asturias, 2001. Colabora en las revistas de Internet Deriva.org, de Madrid, y El Coloquio de los Perros.net, de Cartagena.