Carne de Santo

Perdí a la tropa que me coreó toda la noche. Era un hombre de palabra.

Llegué a la mar bella y aparecí con otra voz: renací danzando picante con dientes. Allí merodeaban varios de los poetas que conozco de buena fe por ojearlos en los enunciados profundos del silencio: Sylvia y Federico sobre toalla, cazados desnudos tumbados de la mano bajo el garbo sol / a su aire Juan Ramón degustando una infusión que su vientre dios le preparó, avistando pensativo las pasajeras nubes / Alejandra, alegre, cultivando mate en su sotobosque: en fin, disfrutando / y Fernando echando una ausencia gramatical al parchís con tres de sus más altos grados intelectuales.

Dejando de una parte a estos inspirados en la playa, me acerqué al otro a tientas. Tenía la mirada perdida en el mar. Tras sentarme a su veraz vera, me dio por platicarle, pero permanecía misteriosamente abstraído por los espíritus del agua.

¿Cuánto tiempo llevas aquí? [Sonó una voz que me liberaba].
Bastante, contestó él con una atrayente tensión.

De súbito se nos acercaron unos perros. Mas no los perros a los que uno está habituado en las calles, sino que me recordaron / en el corazón / a esos otros perros que los sientes [lobos], cuando se acercan sin tino a las jaimas hincadas en tierra en la cerrazón [noche], cuando estás dormitando en el desierto del Sahara y te levantas angustiado pensando que esos lobos [perros], que buscan comida velando bajo la luz limpia de la luna, van a devorarte fieramente. Uno de ellos - el más fiero quizás - se echó a nuestro lado, mientras el resto de la manada se quedó aguardando lejos [ya sombras], mucho más lejos aún de la visión de los poetas.

Carne de Santo no se impresionó lo más mínimo con el animal. Lo acarició, como quien acaricia a un perro, y me miró profundamente.

Tienes sed, [le habló al perro].
Sed / sueños / sucesos / imágenes, lo mismo es, suspiró el animal. Necesito cristalizar en este laberinto de ilusiones.

Me encrespé. Como lo hacen los animales o el mar. Nunca antes había visto a un perro hablar de esa manera ni de ninguna. El perro, tras unos instantes, me miró con el rabillo del ojo - como quien interpela a alguien - así que me dispuse a hablarle, pues no parecía que tuviera otra cosa que hacer en aquel lugar inquietante.

¿Vivir o morir?, le pregunté.
Voy sorteando las artes, respondió el perro. He venido a recitar al mar esta mañana, pero antes necesito enjuagarme la voz, las manos y los pies.

[Yo] no entendía nada.

Carne de Santo, como decidí llamarle en mi inconsciente, estaba preparando fuego, chasqueando con destreza los dedos de sus manos. El perro empezó a menear el rabo, señal de contento. Aparecieron cenizas al cabo de unos soplos y, de imprevisto, hubo un gesto por parte de los dos que me intranquilizó.

¿Sabes tocar la cítara?, me preguntó Carne de Santo.
No. Últimamente voy caminando a todas partes, le dije yo.

Ves, ahora vas entendiendo [pensé]. Seguimos con la plática.

Y dios, ¿es cierto que se embriaga con un vaso de agua?, les interrogué.
A veces sí, le da por ahí al darnos oídos, dijo Carne de Santo.
¿Quién es él?
Te doy mi palabra de que dice sentirse una hembra, contestó el perro. De hecho el otro día le eché un buen polvo; y se relamió.

Numen [sentí].

¿Por qué te alejas de las malas presencias?, osé preguntarle al perro, aun sin saber a cuento de qué, ni por qué motivo.
No me hagas esa pregunta ahora, animal.
Entonces dime por qué abandonasteis la diáspora, le pregunté ahora a Carne de Santo.
Porque aquí / junto a los muertos te sientes vivo. Y vivir en vida es un riesgo emético, estando muerto eso no sucede, no sientes ese miedo mordiente, todo marcha mucho más fingidamente, contestó con una energía brutal el santo.

El tiempo se convirtió en una espera maligna. Advertí que empezaba a anochecer. Vino un señor con aspecto de bereber y me ofreció una manta. Me la puse encima y sentí calor. Soplaba el viento a trazos cortos y una luna seguía posada sobre nuestros cuerpos. Volvió el señor bereber a ofrecernos una flamenquilla de barro en la que había cordero recién asado y, también, legumbres asadas. Nos ofreció pan, un pan antiguo. Comimos los tres sin mediar palabra, secretamente. El bereber nos dio de beber lluvia bendita: o eso dijo el perro que era.

Silencio.

¿Cuáles son los signos en la poesía?, pregunté luego.
Las palabras / cortan / transforman / viento / descubren / voces. Mira: un cangrejo, éste por su aspecto debe de venir de Aguascalientes, comentó Carne de Santo.
¿Por qué en vida no te tomaron en cuento y después de muerto pasaste a ser un poeta de culto?
Lo de siempre, pero a mí eso ya no me aflige. Yo estoy muerto.

Transitó algo a nuestro lado.
El cangrejo de Aguascalientes [imaginé].
¿Alcanzas a ver eso?, me preguntó el perro.
Sí, un cangrejo, respondí.

Se notaba que el cangrejo sufría. Pero yo proseguí con mis dudas y él con sus huellas.

¿De dónde viene la idea?
Está inscrita en el horizonte – dijo volteando la cara hacia el mar. En aquel lugar donde resucita la carne. La otra dimensión de la vida / habló con ímpetu Carne de Santo.

En esos momentos se escuchó el quejido de un muerto. Sentí un miedo escalofriante. De inmediato se levantó un fuego y se extinguió de pronto. Se nos encendieron los rostros, nos vimos las caras, se nos movió el ánimo y todo quedó en silencio. Un silencio cáustico.

Ulteriormente me estimularon con las charadas y las brincamos bien adivinando. Me levanté, en realidad yo era un insurrecto, un ser animado, y luego nos sentamos a recitar unos versos sueltos junto a los otros poetas de antes. El mar rizaba el viento.

La eufonía, [pensé para mis adentros].

Entonaron letrillas que me recordaron a alguien. Pensé en el desierto y enseguida / el vientre / sentí / el cráneo/ la hembra / el útero / las entrañas.

Debí quedarme dormido, confuso, pensando en nombres. Se hizo el amanecer y al poco la noche.

Ahora eres un poeta póstumo, me dijo alguien en sueños.