También leen

Cuánto tiempo hacía que no escribía en mi diario. Tantas veces he pensado en hacerlo que ahora, al volver y leer lo último que escribí, parece que alguien me haya robado páginas. Páginas o años de mi vida, porque lo último que pasó, según lo escrito, fue la muerte de mi hermana. Casi no me reconocía, leyéndome. No recordaba ya aquella sensación de ahogo y soledad que me cayó como una losa pesada cuando ella se marchó, como si la tierra me la estuvieran echando también a mí, a la cara, cubriéndome la boca poco a poco, después los ojos, respirando arena y asfixiándome en mi cuarto. No recordaba todas aquellas sensaciones de tristeza porque me pasé muchísimo tiempo intentando olvidarla, intentando borrar de mi mente cualquier cosa que me hiciera pensar en ella. Hasta que lo conseguí. A veces dudo incluso de si alguna vez Ali existió o yo la inventé para desinventarla luego, de tanto que he enterrado su memoria a lo largo de todo este tiempo. En las largas temporadas en que Ali no viene por aquí, lo dudo de veras, me tambalea su recuerdo en la mente, pero siempre vuelve a recordarme que una vez ella estuvo viva. He empezado a revivir la soledad a la que me había sobrepuesto gracias al odio hoy mismo, rescatando viejas páginas escritas. No sé cómo nadie lo advirtió en mis ojos, todo lo que escribí entonces, este diario es el desgarro de una niña, ojalá pudiera consolar la Raquel de hoy a la Raquel de entonces, me abrazaría tan fuerte que me haría daño.

Solía escribirle cuentos. En un principio lo hacía para ella. Se pasaba el día entero encerrada en su cuarto, tan oscuro todo, tan cerrado por ese frío que sólo sentía ella, y me daba pena. Así que cada noche abría mi cuaderno e inventaba una historia para ella, para que soñara con otras vidas, para que se olvidara de esa cama y de esas mantas que mamá le colocaba para las vecinas más que para ella. Eso hacía en un principio, en las primeras semanas de sus fiebres. Después ella enfermó más -o eso dice mi madre- y se dormía siempre. Parecía que lo hacía a propósito, siempre empezaba a cerrar los ojos cuando mi voz presentaba una escena importante, cuando parecía que me iba a comer el cuaderno con los ojos, se dormía. Es que no lo soportaba, ni lo soporto ahora tampoco. Mi madre siempre me decía que la dejara en paz, que no se lo tuviera en cuenta, pero es que estoy casi convencida, y de ahí creo yo que nace todo mi odio hacia Ali, de ahí y de asociarla a mi soledad y a esa sensación de asfixia por la arena, casi convencida de que por no decirme lo mucho que le estaba gustando, se dormía. Cerraba los ojos pero le temblaban los párpados, lo recuerdo, eso era porque estaba despierta, como esas veces que intentas dormirte y acabas persiguiendo con los ojos todas esas manchitas azules y naranjas que hay bajo el cielo de las pestañas. Eso hacía ella, se entretenía con los ojos cerrados, esperando a que yo me diera cuenta y dejara de leer, todo por no reconocer que le gustaba mi cuento. Ella también escribía, pero casi no le salía la voz, apenas un hilito muy pequeño para decirle a mi madre que tenía sed, así que nunca pudo leerle sus poemas a nadie, por eso no quería escucharme, tan egoísta como siempre. Así que en un principio pasaba eso, que lo hacía por ella, después, cuando me di cuenta de la envidia que me tenía, lo hacía por mí. Cuando se murió estuve mucho tiempo sin escribir. Porque, aunque lo hacía porque me gustaba y porque intuía que lo hacía bien, me faltaban sus ojos cerrados, su boca seca, su cara enferma disimulando.

Se murió porque ella quiso, porque no luchó, mis cuentos le hubieran dado fuerzas, si los hubiera escuchado, si me hubiera dejado acabarlos. Nunca me tomó en serio, yo era muy pequeña para ella, no me hacía caso. ¡Es que me tenía manía! Yo lo sé, no se lo he contado nunca a nadie porque todos la defienden siempre, sobre todo mi madre, te lo cuento a ti ahora, diario, me tenía manía, de verdad que lo sé, no me cabe ninguna duda. Es pensar en ella y tener esa certeza. Cuando estaba a punto de morirse, me dio el cuaderno en el que escribía. Me pidió que lo quemara cuando faltara, que no lo leyera sobre todo. Yo sé que lo que quería en realidad era que sí lo hiciera, quería demostrarme que ella también sabía escribir bonito, aunque no pudiera leerlo. Ali era una egoísta, era la más egoísta del mundo, y lo sigue siendo ahora, después de muerta. Me dio aquellos poemas tan tristes pidiéndome con la boca chica que los quemara, y lo hizo para que yo sufriera, para que sus palabras retumbaran para siempre en mi cabeza, para que su dolor fuera también el mío, para que siempre rondara por aquí su espíritu conformista. Me muero y me voy a dejar morir. Aquellos poemas eran horribles, no le importaba morirse, le daba igual la vida, le daba igual yo, porque ella sabía que me quedaría sola y le daba igual, prefería morirse. Y me dio su dolor para que me hiciera compañía, para que enfermara con ella. Durante mucho tiempo los leí y creí que me volvía Ali, que me entraba también la fiebre contagiándome de sus letras. Una y otra vez, una y otra vez, recordándolos, recitándolos, algunos me los sé de memoria, no tenía silencio nunca, siempre esos malditos poemas.

Cuando yo me puse enferma con aquellos versos, que fue poco después de que Ali muriera, mi madre no me cuidó tanto como a ella, saltaba a la vista, cualquiera lo habría notado. Yo cogía las mantas y me las ponía encima porque tenía frío y mi madre venía, llorando, y me las quitaba, me decía que dejara de jugar, que con esas cosas no se debe hacer teatro, que mi hermana lo había pasado muy mal y que debía tener algo de respeto, que ya no era una niña y tenía que comportarme. Y se abrazaba a mí y me preguntaba que si no la echaba de menos, llorando como nunca la había visto llorar. Yo le decía que sí, pero mentía, y la mentira me hacía tener más frío, y quería más mantas, y ella no me dejaba. Entonces tuve que odiarla a ella también porque era igual de egoísta que Ali y me prestaba la misma atención que ella: ninguna. Eran iguales. Yo no estaba fingiendo, los poemas aquellos me volvían loca, pero nunca se lo conté. Para qué, Ali siempre había sido su preferida y yo nunca sería como ella, ni siquiera cayendo enferma. Y todo por culpa de esos malditos poemas, los tendría que haber quemado.

Uno de ellos es para mí pero no lo entiendo, es retorcido y está lleno de metáforas, parece oscuro. Un día le pregunté en voz alta que qué significaba, en cuanto noté su presencia se lo dije, que qué significaba. Porque sigue siendo una egoísta y una creída, viene a verme muchas veces y no me contesta, se hace la dormida otra vez, pero yo sé que está ahí, que me espía, que quiere saber si me gustan sus poemas. Mi amiga Aurora decía, antes de ser monja, que los muertos que tienen algo pendiente en la tierra, vuelven. Eso me lo dijo cuando le conté que veía a mi hermana por la casa. Seguro que lo que tiene pendiente ella es saber el efecto que me han hecho sus poemas, sus tristezas, su abandono. No le voy a dar el gusto, no pienso decirle lo que siento, ni siquiera lo voy a escribir, por si los muertos también leen, que me parece que sí.

* Nació en 1988 en Barcelona. Y ahí sigue. Siempre dice que está estudiando Filología hispánica porque entiende que eso justificaría de alguna manera su pasión por la literatura: escribirla, o intentarlo, y leerla. Ha publicado cuentos en Letralia, Tierra de Letras, Narrativas y Agitadoras.