Aunque ella sabe perfectamente que sólo les sobran dos boletos de autobús, dice convencida:
-Cariño mío: es necesario emprender un largo viaje, esta vez presiento que será una aventura fabulosa-. Acomoda la mochila que carga en sus hombros y bebe largamente de la botella de cerveza que lleva en las manos, la cual va quedando vacía. Son las cinco de la tarde de un sábado intensamente soleado en las inmediaciones del tianguis del Chopo de la Ciudad de México. Ella usa un entallado vestido blanco que destaca claramente su breve cintura.
-El problema es que hemos gastado todo- le responde él en tono enfadado, pensado en la factura del auto, la hipoteca de la casa y la inevitable deuda con el banco, al tiempo que bebe lo que resta de la cerveza, un dolor le toca en el estómago.
-No te preocupes amorcito, siempre habrá formas de divertirse y también de hacer algo de dinero- dice ella insinuante. Su sonrisa es un sol.
-¿Sí? Pues dime cómo- pregunta él desarmado de golpe de su enojo. En uno de los puestos de discos se escucha “Caminos del mal” de Carlos Santana.
Tú sólo observa- dice ella que se despoja de la mochila y súbitamente salta hasta colocarse a mitad de la calle para iniciar con cadencia y sensualidad un baile que atrae la atención de un público ávido de fuertes emociones. La mujer ejecuta, en perfecta armonía un baile poderosamente sensual (se oye de fondo “La Tierra de las mil danzas”, de Ted Nugent). Su cuerpo se arquea, se mece, se balacea de un lado a otro con perfecta sincronía. La calle se ilumina con su presencia.
El espectáculo llama poderosamente la atención de los paseantes (darketos, punketos, algunos emos) que se arremolinan formando una rueda. En el centro de la pista ella brinca exóticamente, alegre y feliz. Un borrachín se acerca tambaleante, y después de mantener por unos segundos el equilibrio, de manera inesperada baja un tirante del vestido de la mujer, por lo que un bello seno queda al desnudo. La gente aplaude. El espectáculo llega a su clímax cuando un chavo dark la toma por la cintura y le planta un largo beso en la boca. El público vuelve a aplaudir entusiasmado. Arroja monedas.
Él ha permanecido impávido, el rostro descompuesto, la furia contenida. Es entonces que los asistentes entienden que ella y el son acompañantes por lo que se dispersan.
- ¿Qué? ¿Te divertiste?- pregunta él, dando rienda suelta a su ira.
- ¡Uff! ¡Sí! ¡Estuvo padrísimo! Si vieras qué a gusto me sentí bailando con mis amigos- responde ella agitada pero feliz. Se inclina para recoger las monedas.
- ¡¿Tús amigos?!- exclama él, completamente furioso, manotea. ¡¿Pero si apenas los conoces?!
- ¡Ay, amorcito! Recuerda que el tiempo nunca condiciona una amistad. No me digas que estás celoso ¿Verdad que no lo estás? Se acerca a él. Lo mira a los ojos y lo desarma nuevamente.
- ¡Pues fíjate que sí, que sí lo estoy! ¿ A poco crees que es correcto que bailes de esa forma, así tan…tan provocativa?
- ¡Pero cariño! ¡Si yo te quiero mucho! No lo hice con la intención de molestarte. Yo te quiero mucho (lo abraza, se cuelga de su cuello, se separa, coloca la mano derecha de él sobre uno de sus senos). ¿Verdad que tú sabes que te quiero mucho?
Él siente la dureza de sus senos, moldeados en base a horas y horas en el gimnasio.
-¡Pues si me quieres tanto deberías limitar tus excentricidades?
-¿Cuáles excentricidades? Si el baile es una de las actividades más sanas y artísticas. A ver, quita ya esa cara de molestia-. Dice ella y acerca más su cuerpo al de él, lo abraza, lo besa en la boca, en el cuello.
-¿Verdad que ya no estás enojado?
-No…pues ya no…- responde él definitivamente anulado.
Luego de ese mínimo entendimiento ella dice preocupada:
-Ay amorcito, fíjate que ya no hay cerveza, pero no te preocupes, conozco una vinatería que está (busca con la mirada) aquí a la vuelta. ¿Qué dices? ¿Vas? Su sonrisa deja ver una dentadura blanquísima.
Él duda un poco antes de comprender que sería inútil negarse.
-Bueno, ahorita vengo- dice él y emprende una larga caminata en la búsqueda de una tienda que no está a la vuelta de la esquina, ni a la otra, sino hasta la siguiente colonia.
Cuando él regresa ella ya no está. Los tianguistas han comenzado a recoger sus puestos. El sol se ha transformado en una enorme bola roja.
Él la busca por todas partes sin éxito. Finalmente, después de mucho tiempo, un vendedor de periódicos explica, entre divertido y compasivo:
-¡Uyyy! Joven, recién se fue usted, la vimos subir a un auto último modelo. Pero no se preocupe (ríe) iba muy bien acompañada. Esas mujeres son peligrosas, la mayoría de las veces no regresan, pero ni buscarlas, ¿Verdad joven? Joven…joven…
Pero él ya no lo escucha. Por fin entiende que habrá que realizar un largo viaje y que el tiempo no condiciona una amistad.
* Es sociólogo y redactor. Egresado de la carrera de Sociología por parte de la UNAM. Ha colaborado en algunas revistas literarias como La Culebra, Re-Cuento y Letralia.