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Tierra y mar

Ángeles. La tierra duerme la tarde, que venga ella a la siesta a la tierra en el sol, pega bajo el ritmo, a tropiezos florece en el aguacero del mar contigo. La rama abre los ojos va a lomos de la cuerda, en silencio en noria aparece, sentado a la siesta, en agujero se deshace en la playa del azul del verde. Por los palos del aire va una corneta de avispas mañaneras, compañerita del desasosiego, florece el amor a la luz del alba, que por eso te quiero, por eso el recuerdo queda fuera, me abandona el ruido, en el oído contento de tus ojos fosforescentes, va de noche regando el cielo eléctrico, de romero en el norte. Fue en alegría la primavera unos ojos cerrados un flujo de cometas la primavera dentro mío, por eso te quiero, por eso en recuerdo te abandona la luna, mi sueño de ángeles marinos canta en silencio.

No quieren que se descubra el desnudo. Quítate el antifaz, gruta del mar, voz de suspiro, en ola, en barca, en el azul colorado te alejas, te acompañas, de voz en suspiro agrietas, como un fru fru fru verdeas. Del azulito y del coral en ámbar, baja un torrente de fuego, ay brasa, oh azulejo, agujereo que, crucero en calma. La mano bajo tierra, rojo de brío, lo que dices, yerba de la atalaya, hermosa eres, como de mi cuerpo luz, desengaño, ser de luna, cabeceas en florero.

Voy buceando soy un buzo de agosto. En la vagina del recuerdo en rocío voy buscando un frío de ángeles. Aquí está caliente, allá temblando. El túnel es ancho y angostado, sumerjo, bajo al fondo, meneo, ese que sube del aire o el mar a las olas, duermen los pezones mientras acaba la noche y el café y la leche se corren por tu boca.

Cosquilleo, porque si fueras alma, o como dicen arma o hasta la noche como un tiro trero, la flor de tu mirar o casida oh amuleto, está oh río, almacén de los versos, como una emboscada de rimas, como un frío frío en rama, como un frío frío de mimbre, le gritaría al cielo en sangre. Fuente de piedra funde, rompiendo el mar, blanco y rojo, en negro como alegría, en sol y almuerzo soplan a las voces, lejos.

Los pies pensaron que era una luz blanca como el agua del torrente. Entonces nacieron el empuje y el vaivén, al compás trazando un círculo semi perfecto, a raya partida, el olor de madera en el fondo de tu clítoris avanza a un lago de sempiternas naciendo en sueño, una memoria el material, o también serviría para hacer arco de corazones, dulce vida.

Porque no hay cyán sin verde, como un crepusculero, en el albaicín la veo, en el paseo de las piedrecillas, ruído. Cuerda y esparto, mesa de mármol, en ti seseo, como el cabritillo, meneo. Agua de dulce, proa del veo, a cien luciérnagas he visto, en la penumbra del siseo. Bruma, alguacil, serpenteo. Duna y cuchara yema y escarceo. Pruro el beso, el aguijón piadoso, fue una emboscada el amanezco. Otra vida la tuya, como en calcetín, la veo.

También se puede hacer el amor a plena calle, a reviento contraluz, haz la prueba, mientras los transeúntes siguen con sus moléculas de trabajo, a todos nos pillaron trabajando, pero vete al verde charco, arrodíllate y allí mismo sabrás que es una constante nítida célula del contigo saliendo de la boca del metro; sabrás por fin que, te hinchaste como si fuera la última vez, la última vez en que ibas a perder la certeza.

Por dónde andarán, ay, del nomadeo, sin prisa prisa, lento el correteo. Tú correveidile, sartén de trapo, sonaja, estribillo y reo. Dile a tu mare que la muero, di a tu hermana que adónde fueron, si sale el timón haciéndose pañuelo, a trompicones dentro, pienso, a tiburones, siento, si a tu vera, duermo.

Junta el arrumaco, sirve un vaso de ron con miel y un plátano dorado, un cascabel como trompeta de Miles Davis, suena despacio, como un reventón reventado, como un puzzle que se abre a los lunes, en domingo, un juego de mar en la ciudad, en ritmos planetarios que en astro llegan en flamenco bajo, como un subterráneo del olimpo.

Habitación 115



La vecina de arriba se alivia con las manos al crepúsculo, la radio menea, el megáfono cocodrilo potente que tiene escondido tras la persiana, mi-la-na, se afina, y pone el diario boca abajo porque ella a nadie entiende, es aquí, la salvé el otro día en la mirada del que fumando chiribitas, un ángel debido a ser un ángel, me fui, dijiste, se fue la llave del acordeón del cuerpo, los ángeles del agua no te comprenden, el reflejo, el retrato de tu cuerpo en el vidrio del mueble que subimos el otro día a tu vivir, la habitación 115, porque si tú te desvistes, te veo, y si te veo, sí, en piedra de mar existes.

Fue una cantilena de noche en este país donde las cunas que nunca comprendiste en el río de la ciudad del engranaje de tus pechos lo vimos, era un ángel, un traspaso, un tramposo, un no esperar en nadie, un amuleto bien apretado y un secreto, una voz, un tango, el arenal del gozo, la sinfonía, el verbo agudo en clavo, laurel, azafrán y romerito, corazón, corazoncito, bambalinas, la lune, los niños, frenesí volante, gorrión de visos, por la noche, de noche, en noche, a la noche, anochece en la ribera del poema y atravieso el poema en trapecio, en tu escote, en la libertad de tu escote, entre tus pechos de gasolina, la golondrina, el amuleto perdido y suave, el canto que brilla en levante.

La peluca o el gorro dejaste de miedo, te abriste al amor y por la ventana, en un triste compás me dejaste volar contigo en baile, tus pies que se escurren, desnudo timbal, tambores, cuerdas, piel, huellas, el vagón verde de tus ojos de arroz y vidrio, vaivén y mantra, ruido, canela, cantinela, nueces de madrugada me despiertas y eres como el astro, la habitación 115, el murmullo de tus flores, la ducha, el viento y el goteo del viento, el soplo y el jadeo en la habitación 115, va, viene, como en murmullo, y te llevo mis discos y cassettes preferidos, las ondas africanas, desde el colegio de los párpados, hoy, rojo tu requiebro el fruto globuloso de tu entrepierna cruje, los calcetines, deja que los lleve a diario porque ya no tengo, que dibuje pasatiempos en tus muslos, un mediodía lunar, un oh-ah-oh-ah de barrio y copla, la brisa y el delgado freno que se instala en tu boca de incendio, enfrentando al pasado el codo, la veleta, rumbo por la soledad rumbea, multicolor laberinto el de tu espalda, brío y sonámbulos de paisaje, no existe la ciencia ni en ti ni en mí, ni en esta claridad de héroe, de héroe relativo de agujero negro, que de sed sé por tu saliva, porque se prueba, se siente, se entiende, el día es un paso largo de alas, piscina, tocando, tirititrando, tran-trero-tran-tran-trero.

Es el olor a orgasmo que viene de la habitación 115, la gruta que se abre, la gruta que me cuenta la historia de su vida mientras ruedan por el piso las ruedas que tú inventaste con el sonido de tu identidad, un órgano, cuéntame la intimidad de tu brazo, tu éxtasis, al quinto día ya vivías en la ducha mientras yo siempre llegaba tarde al chorro, el muro, frío mármol, tu identidad, y yo tocaba presuroso el mármol blanco, la separación, y creía tocarte en fémur cuando ya habías abierto todas las puertas de los huesos y habías desaparecido por el tragaluz. Veo.

Fue una noche de jazz en minúscula negrita e irradiación blanca, un ejercicio en trineo por las escaleras que descienden y que luego ascienden, Barbès, un sitio que invita al desplazamiento mientras los destellos de los bares se funden y todo desaparece y el sueño florece como lo único real tras el velo de la cortina de humo de nuestro bar preferido y siempre,  alacranes las uñas de los más miserables y les ofreces un poco de viento y sol, una botella de humo y un tiro de verano, y te quitas las uñas y se las das a ellos, tus uñas que chispean con el resplandor del cometa de invierno que estamos gritándole a esa mujer que canta con aliento porque en el pasillo de los rencores no vemos a nadie. Se han ido al sol descapotable.

Escríbeme te digo, y te agachas y pones la oreja contra el suelo, mientras el charco se acerca a ti, y se aleja, el ruido, tintinea nuestra canción preferida mientras los músicos ya cabecean, y nos dan arañazos de viento, y nos fundimos en nada por ellos, les auscultamos ¿pero les dimos algo en la costumbre fría de nuestros días de cuenco y plátano?

Cuando era suelo. Empiezas a recordar el juego, la tarta, el as de  póquer el tu cosquilleo, porque lo vuelcas y lo vuelves todo del revés y entonces amanece de noche y anochece en la mañana, de llorar descansan las arterias, y nos lanzamos rodando por el valle solitario del mar que desemboca en el río del más del lado de acá, caminando, a veces,  nadando, a veces, es estación el sitio.

Por costumbre, que es la rutina, preguntamos, un vaso de cobre, un vaso de leche, el piano, el cráneo de las palmeras, mientras esbozo una sonrisa al amanecer mientras espero a perderte de nuevo para buscarte en los años, peinarte, veleta, ¿hallaste el léxico de los tirabuzones?

Y yo todo es para buscarte en la distancia, tu ombligo, pasan farolas, pasan las noches y estoy embarazado por la irradiación del mar polar, por las suertes y para que salte fugaz la estrella, misterioso signo en el criterio de la ciencia del cuerpo profundo, en la magia del trigo, en el azulito verde de tus ojos del contigo.

Y vuelcan caderas y ruedo en las cantinas y las rondas empiezo viviendo, cazo, acorralo, intento, pero no, las calles del período y la jerga del mar, el pupilaje de las manos de tus pestañas salientes y sigue sonando la melodía en la habitación 115, niña querida, niñas loquita, bebes cachaça, niñas flamenca, topografía, futuro, habitación de la vida en silencio como un tu tu-tu-tu próximo, un pío pío pelas, el perderte en la inocencia buscas, cachaça, trero, pasos, giros, no te alejes, no nos vayamos, por sonidos, famas, despejada, de alado, concha de la ambulancia, amuleto del sitio, asomas del balconcillo, la habitación 115 aromas, las palabras te despiertan porque tú no hablas más que en sueños, y allí el sentirte en eso es diferente de lo que yo creía verso, el susurro de las ollas cuencos, el nacimiento de las sábanas abriéndose en ti en silencio y en la ciencia, desquite, el desquite de una humana fábula, la novela hecha aquí espejo hecho girón, gira-luna y arbitrio, cospedal, achirimiya, lluvia, se empañan los cristales de los crisantemos, dulce de leche, tirititritrero.

San pacá y San pallá

Al caer en sus pestañas un hilo delgado de semen, Sahiba se quedó pensativa sobre el sillón agarrándose melifluamente de las orejeras. Entreabrió su vulva oscura y se tocó la raja. Se le erizaron los dedos de los pies y tuvo que rozarse los pezones para sentir el calor de nuevo. Se levantó y empezó a freír samosas como una poseída.

Un hipertexto me avisa de que las estrellas son azules eléctricas y de que está a punto de caer un trueno naranja. Me descargo una noción del tiempo y hablo con el ánimo de mi corazón, al que encuentro más feliz que de costumbre. La voz interior al gozar de un fogonazo la llamarada comienza a encenderse: una lluvia de meteoritos que de vez en cuando corre por el barrio con los cuchillos y los liberados por Truman el del Capote. Pienso en el hipervínculo que he recibido por destino en la bandeja de entrada desde Santiago de Chile: los poetas están tirados por los suelos [falso] / el sueño, la mano del tiempo, avanza y soles de arena rojizos. Lo cuento al pie de la letra.

Sohail arroja la pócima, 96º envuelto en el electro progresivo de Lucrecia y lo zumba sobre la navaja quemando la censura [Platón]; empapados de tinta electrónica estamos, tinta desnuda, los poetas, el teatro, la comedia [Aristófanes], las ranas se esparcen en las aguas y al prenderse la llama ensordecen, empieza a detenerse el espacio, el tiempo, estamos sudando, transpirando, goteando tinta negra.

Cuello al fresco, lluvia y masaje en el clítoris de Aishwarya. Puedo luego a través de ella [el poeta también es médium] percibir que los hindúes de mi ciudad viven igual que nosotros, quienes tampoco somos de aquí pero nos lo creemos [identidad fragmentada]. Me acerco aislándome a la casa de Viktor el de las pinzas de madera, pues al estar pintando retratos multicolores de mujeres hindúes y pakistaníes me invoca con la voz de Shivá. Tuve que apresarla por la mano para que se sentase conmigo a tomar una tisana; se enlaza a mi cuerpo y tengo que abandonarme al placer, mordiéndome, desde la imaginación, los labios.

Me recogió uno de color colorado en la calle del León, uno de Senegal, pues iba a presentarme a un intérprete que se encargaría de mis derechos en Dakar [sus derechos humanos]. Le pregunté por su madre, Etiopía, y me dijo que hasta el momento todo iba bien, aunque el chico se apresuró cuando advirtió a los que pretendían vendernos cocaína y marihuana en la calle del Vidre.

Estuve cenando la noche siguiente con Derrida y Barthes y Foucault. El mito del artista sigue estando vivo y con ellos las botellas de vino y la mujer o el hambre, el ser humano, la dignidad, todo derruido, reconstruido y fileteado: póngame una barra de pan, por dios, y me la apunta.

Un escritor a quien conocí fuera de mí y dentro de aquí, me dijo una vez - la sola vez en que le presté atención - que no le interesaban las máscaras - un poeta sin suerte mediando los versos de su maestro. Me interesan las máscaras para después poder quitármelas, mendrugo, le dije; el poeta es un fingidor, que diría el portugués, como el narrador, quien también fabula sus propias costumbres, fusilando sus propias ideas, fingiendo que son verdad las mentiras que de verdad finge.

La noche empieza cuando oscuro tirando a carboncillo borrachos al amor con estos pedales de amor que cambiamos bajo la risa, para que cuando acabe el milenio no acabe la Rueda, de ahí que nos metamos a cantar una copla: se escucha la breve brisa, los zapatos de Mariette, la uñas pintadas y el chillón limonado de sus botas, resuena un camelo de piel y del collado baja un río de semen a rebosar de flujo.

Bella es en el estado de lo misericordioso la humanidad bajo el influjo del flujo de su vagina, la voy descubriendo con un tubo de vaselina al combate, Valeria, me mira y me guiña, la cojo por el balcón y desde el balcón, me la cojo y me grieta. Estamos jodiendo café con acritud poética en el balcón que da al Ra, acaba de subir Lucía quien acaba de comprarse una peineta en una página web que ayer no existía y que muy probablemente mañana tampoco, estamos fumando unos cigarros y en el balcón de enfrente aparece la silueta de Buñuel - mal iluminada - formando un readymade y empezamos a sospechar de la realidad, a husmear, por los cuadros de Courbet los cuales están apilados junto a la lavadora, sus autorretratos formado un cadáver exquisito, la biografía de Lacan (auto de si mismo) recién almizclada, y al fin y al cabo debemos, ya estamos, masturbándonos, cada cual con su ron, su ducados, aunque acabo de acordarme de mis adictos, mis amigos, los Fluxus.

Cuando nos dirigimos a la macabra es para ir hablando con el de los zancos y los malabares y las posibilidades cabalísticas que hay en todo ello. En la macabra nos saludan pero enseguida nos apean de aquel circo pues no tenemos intérprete.

La filología empieza con el Ramadán para Adib y cuando acaba la luna se da una vuelta por su pueblito perdido en el atlas, se toma un baño sueco y le dice a su madre que deje de pedirle dinero: se dan de palmas en el trasero y con un ruido ensordecedor ella acaba la fiesta y él regresa a su casa.

Ya en otra correría nos ponemos a silbar porque así de este modo tan sencillo pasan las mañanas si es que se está de buen humor; bueno, todos menos la Sagan, a quien encontré por la enciclopedia el otro día bien borracha, pues se cogió un pedo de la hostia la otra noche y no puede deshacerse de él: cuenta en su diario que quiere morirse.

Al abrir la taza del closet como dicen algunos que no conozco pero los oigo, vi a un yonqui y le pedí auxilio. Me cogió del brazo y tiró de él. Fui a parar a un cuarto claroscuro y allí me encontré con Swift y Carroll que estaban enredando con unas niñas, y para no verlo me tapé los ojos e hice como si no mirase. Le pedí al yonqui que me ayudara a cruzar el umbral y me metió un picotazo que aún me sigue doliendo.

Me informó Clara del desconcierto de los Slipktrust en el océano, “la entrada está un poco cara pero merece la pena, no vas a volver a verlos porque el cantante está a punto de morirse”. Para morirse de pena no necesita ir uno a uno de esos desconciertos, que vengan ellos si quieren, para cenar les prepararé caviar a la donostiarra, que avisen y traigan tequila. ¿Tequila?

Salimos sin quererlo - el artista no quiere / desea - desnudos los torsos pintados y a la calle, nos toman varias fotografías: los beatrónicos salen de la arteria envalentonándose, calada de valor al viento; Cortázar está atrapando moscas con las manos, siempre le da por ahí cuando se mete las manos en los bolsillos y le empiezan a sudar, se pierde ahondando en la ideología en la teología en la mitología en la hermenéutica, y ¡oh! qué arte.

Muchos no somos pero para qué, si los simios nunca fueron de un lado para otro si no que despistaron a los hunos y luego inventaron el cubismo, sí, fueron ellos mismos, y luego se decidieron por el arrabal de los astros y el espejo, aunque ahora está el DJ, mientras su madre le devuelve la ropa recién lavada y planchada, cría electrogrados para que sucumban al terror de los pornódromos. Tus hijos te sacarán los ojos, queda dicho, tanto se goza cuando se hacen las cosas con decoro, se entiende.

La galería de arte murió con el perro, les dio estacazo cuando aparecieron y todo quedó en el instante literario y escrito en el porvenir del imaginario del pueblo. Los caminos llevan a todas partes - entretanto un salto espiritual o alegórico - a ninguna y en definitiva la electricidad nos permite tener una conexión entre el equilibrio de nuestros dos hemisferios. Espíritu y alma se tornan afables con la inspiración y el entusiasmo del siglo nuevo y por el nuevo milenio amén, que ya los estamos echando de menos, a quién, a los resucitados, aunque no lo parezca.

El poema, una voz, un hilo, espíritu, voz, hilo de valor que corre de interior en interior, en conexiones, en nombres, son las paredes de la habitaciones del grito, sangre, verso que atiza, libro que aluna, vértigo, resquicio, polvo, guerra y paz, huida, primor, sueño, sílabas, nombres, luz, blanco, tinieblas, oscuridad, percepción, coraje, nombres, níveos laberintos, aparatos, técnica, berso, veso, máquina, tinta, blanco, boz, fundido a negro, huida, el otro, la otra, nosotros, vosotros, el mensaje, el desencuentro, el encuentro.

Beatriz, coge la palangana y ponte las gafas de sol, mujer, que vas a enfriarte de tanto tener un agujero por el que echarte de menos.

Jesús y Poncio

En la ciudad era espantándome estaba ladinamente así que nadé en cruz sin rumbo preciso desde la mar bella y llegué a una isla enseguida loca locura loco de mí mismo la humanidad los animales la naturaleza en sí misma traté de superarlo con valor el valor que no topaba en ningún espacio por lo que tuve que buscarlo en terceras partes.

La cala más hermosa de la isla: me indicaron una en el noroeste, la cala del duende. Para llegar anduve por una carretera sin saber hasta que alguien una chica de unos treinta y tantos me recogió en coche me acompañó y me llevó hasta donde yo debía llegar. Le pregunté por qué me había recogido y me contestó que me había conocido en una vida pasada. Nos enfrentamos al pasado y era cierto, coincidimos en un encuentro ya borrado de mi memoria. Nos habíamos reconocido en otro cuento.

Me dejó en el volante de un monte que moría muy cerca de la cala del duende: el monte abrasaba de julio y aire puro ese verano. Llené mis pulmones con impulso y pura la naturaleza. Monté la tienda de campaña. Oí a los pájaros trinar.

Ten fe, me dije.

Tuve que bajar del monte para conocer la cala del mar refrescarme en sus aguas frías. Los peces alrededor mío. En elaborar pensé un arpón para poder pescar y comer algo más tarde, pues conmigo no había más que pan, dátiles y restos de frutos secos.
De vuelta al monte aparecía la tarde como un espantajo espiritual. Conocí a un par de muchachos que como yo habían plantado sus tiendas de campaña en el monte y parecían buenos amigos: Jesús, de aire espiritual, y Poncio, de aspecto más gracioso.
Poco después de conocernos y orientar hacia nuestras tiendas reparamos en que estábamos cerca en las proximidades del mismo monte. Nuestras tiendas asombrosamente próximas entre sí. Empezaba a declinar el sol, así que convinimos en vernos antes de que anocheciera para preparar algo de cenar.

Jesús y Poncio pasaron a buscarme y me llevaron a un lugar más seco donde lo tenían todo preparado para una hoguera. Así fue como empezó el fuego y enseguida estábamos compartiendo pan pimientos verdes cebollas y un poco de salami que Jesús había conseguido en un mercado próximo al monte. El salami hizo su obra en el paladar y me proporcionó el grado de acidez que necesitaba en el estómago. Después hablamos un poco sobre nuestras vidas y luego nos despedimos: Cuando quise reconocerme en aquel lugar, el sueño ya me había poseído.

Al día siguiente me despertaron las gallinas. Extraño, gallinas salvajes de monte, pero luego explorando el lugar descubrí que no muy lejos había una casa de campo inmaculada como el sol que abría la mañana. Bajé a la playa a darme un baño y de regreso conocí a una mujer mayor que era la dueña de aquella casa de campo. Me ofreció entrar y me roció con agua. Bebí de aquel agua, mientras Isabel me preparaba unas rebanadas de pan de campo con aceite. Comimos juntos y conversamos tomando café me relató que era viuda y que vivía sola en aquel lugar desde que su marido palmó, hacía ya 26 años. Era una mujer entrada en años, de facciones bellas y cuerpo robusto sin llegar a ser fuerte. Me mostró las gallinas los gallos el burro los gatos los perros, estos últimos no me los enseñó sino que se fueron cruzando a nuestro paso por las inmediaciones de aquella casa blanca que para mí se ofrecía como un misterio seductor.

Después volví al monte pues necesitaba iniciar las imaginaciones mías: Me emplacé sobre la estera y ojeando unos cuentos andalusíes me transportaron a otros mundos y a otras vivencias / se apoderaron de mí toda la tarde los sucesos. Por la noche vinieron a visitarme Jesús y Poncio con dos amigas y bajamos a la playa y allí pasamos la noche borrachos y terminamos durmiéndola acurrucados sobre la arena.

Al día siguiente más que la luz del sol me despertó la quemazón de sus rayos sobre mi espalda. Me encontraba batido, así que fui a refrescarme al mar y enseguida pensé en el arpón otra vez y volví al monte. Fui a visitar a la señora mayor de la casa de campo quien me prestó una navaja con la cual pude afilar una rama que tras buscar encontré y con la cual después tuve que ingeniármelas para pescar a pesar de mi torpeza y de mi desconocimiento sobre cómo hacerlo. Tras varias horas sin pescar me desesperé, pero pronto reparé en que no muy lejos mío había un señor, que como yo, pescaba con arpón. Fui hacia él y rápidamente me enseñó la técnica sobre cómo hacerlo, una técnica que fui perfeccionando y que me convirtió luego en un hábil creador afortunado. Aquel señor era un suizo que se llamaba Michel y que también tenía tienda de campaña en el mismo monte, pero él estaba en un lugar que distaba de la mía. Por la noche preparamos juntos una hoguera y comimos el pescado que tan venturosamente habíamos capturado aquel día y lo comimos con patatas asadas y un poco de vino tinto. Fue una de las mejores cenas que había probado en la vida. Me prestó una estera de paja y dormí allí mismo a la intemperie, aunque al día siguiente no me levanté tan feliz pues tenía picaduras de hormigas rojas por todas partes.

Era el tercer día de mi estancia en aquel lugar. Quise reconocer la isla a través, así que me dirigí a pie de carretera y tras una zanja caminata tomé un bus que me transportó hacia el este.

Al descender del bus enseguida me topé con un hombrecillo que llevaba a cuestas un puerco muerto. Como yo me dirigía hacia ningún lugar y necesitaba hablar, opté por acompañarlo un trecho del camino. Se dirigía a su casa. Él optó por el silencio, pero me miraba y sonreía, así que entendí que le caía simpático. Entramos en un camino que nos llevó hacia un bosque de pinos y luego se bifurcaba en tres. Me hizo un gesto muy expresivo con la cabeza que indicaba que le siguiera. El cerdo degollado me llamaba desde su interior. Llegamos a una casa de piedra recubierta de cal y me dijo que pasara. Allí estaban su señora y su hermano. Pusieron enseguida al marrano encima de una mesa, sacaron un cuchillo grave y unos utensilios y se dispusieron a descuartizar al cerdo. Lo dejaron en un abrir y cerrar de ojos limpio. Era mediodía y yo no había comido nada desde la noche anterior. Se dispusieron a preparar fuego en una barbacoa de piedra en muy otra parte de la casa y sazonaron el cerdo. Comimos con un apetito voraz. Cerdo con arroz cocido, cebolla, pimientos rojos asados y pan de campo. Ajo. Un poco de vino tinto y enseguida me vino el sueño. Quedé adormecido plácidamente sobre la hierba y cuando desperté no había nadie en la casa.

Al rato llegó una chica de veintipocos años y tras despertarme se sentó a mi lado. Me dio veneno / yo lo sabía perfectamente y lo bebí hasta la última gota. De lo que sucedió después no recuerdo nada, sólo sé que era otro día y que me encontraba durmiendo en una ribera. Me bañé dulcemente. Era un hombre afortunado pero enseguida sentí un miedo horrible y una impotencia abrumadora. Al salir a secarme me picó un escorpión - lo vi claramente alejarse con su enorme pico en alto pero murió de camino a su guarida. El dolor que sentí fue terrible. Aún así, resistí y me enfrenté a mi propia muerte. Viví.

Fue una casualidad tremenda que al rato aparecieran por allí Jesús y Poncio. Discutían sobre el reparto de un dinero. Jesús era masajista, tenía cara de buena persona y siempre contaba sus historias con las más dispares mujeres. Estaba casado por conveniencia, pero eso no le prohibía relacionarse con otras hembras: era un calavera. En cambio Poncio era más codicioso. Ansiaba todo el rato hablar de mujeres, pero se le veía que no tenía mucha maña para acabar entre las piernas de alguna desgraciada. A pesar de esto, entre los dos me curaron la herida del escorpión. Fue un milagro, debo reconocerlo, y luego empezaron con la historia del pan y los peces, pero como yo ya me la sabía, los dejé allí y me dirigí hacia otra esfera.

Subiendo una colina llegué a un lugar extraordinario - aunque yo sabía que era una creencia popular eso de la magia - donde había una cabaña. De allí salió un señor muy mayor con un taparrabos y me ofreció sentarme a su lado. Accedí. Sacó agua y me dio de beber. Luego me contó su historia personal, de cómo renunció a su vida de delfín para convertirse en pobre. Según me contó, antes de cumplir los veinte años y tras haber trabajado en una fábrica textil en Holanda, se dio cuenta de que copiando los modelos sobre los que se trabajaba allí y robando las telas mediante el soborno de algunos empleados de la fábrica, podía confeccionar en su pequeño taller ropas de exactas características. Y eso fue lo que hizo, fusilarlas y venderlas luego a un mejor precio. Enseguida empezó a hacer una fortuna que él mismo no se esperaba y se convirtió al cabo de pocos años en una persona próspera y poderosa.
Con el tiempo e influenciado por su temprana edad y por unos impulsos negativos que no supo decirme de donde habían salido, empezó a beber, a salir con rameras y acabó enredándose. Se quedó sin dinero tan rápidamente como del mismo modo tan rápidamente había acumulado una gran fortuna. Para no seguir más con aquella vida que en el fondo no deseaba, vendió todo lo poco que le quedaba, los restos de sus negocios, y se echó a la mar en un barco mercante para acabar en esta isla. Después se convertiría en pobre por amor propio y desde entonces vive en la cueva que muy afectuosamente me mostró, donde no había más que una cama (una esterilla más bien), cuatro o cinco harapos que ponerse y de los cuales protegerse del frío - me aseguró que los había confeccionado él mismo con la piel de los animales que él mismo cazaba - y un par de cuencos de madera que parecía que hubieran sido cocos en otro tiempo. Al contarme este breve relato pensé que ya había tenido suficiente y volví a un camino que me llevaría a otro terreno.

Otro día Michel y un amigo suyo me enseñaron a fabricar barcos hechos a partir de caña y pieles de animales y como debía aplicarles el betún, la prueba del agua, y también me enseñaron a elaborar remos de madera.

Jesús con su semblante apacible me enseñó algo de agricultura: el riego y el uso de canales y los depósitos de agua. Me explicó cómo con el uso de los canales, los granjeros irrigaban sus campos y entonces drenaban el agua. Luego como arar, gradar y rastrillar la tierra, revolviéndola con una azada antes de la siembra.

Poncio en cambio me enseñó a fabricar una rueda y a mirar a ojo desnudo los cinco planetas de un sistema solar que él mismo había ideado. Me inició en un sistema numérico que según él era más preciso que el que yo conocía, pues me explicó que los relojes y calendarios de ese sistema funcionaban a la perfección, como la rueda que ya te expliqué antes, me dijo. También me habló de un nuevo sistema legal y administrativo y de cómo iba a inventar un nuevo sistema de escritura. Iba a crear asimismo escuelas, bibliotecas y hasta nuevas clases sociales, y muy probablemente una nueva religión con su sistema lógico y todo: y un sistema militar incluido.
Me cansé de los sistemas de Poncio, de Jesús y de la isla. Me arrebató un remolino y me abandonó en la mar bella, lejos de aquella fantasía en aquella otra quimera.

Carne de Santo

Perdí a la tropa que me coreó toda la noche. Era un hombre de palabra.

Llegué a la mar bella y aparecí con otra voz: renací danzando picante con dientes. Allí merodeaban varios de los poetas que conozco de buena fe por ojearlos en los enunciados profundos del silencio: Sylvia y Federico sobre toalla, cazados desnudos tumbados de la mano bajo el garbo sol / a su aire Juan Ramón degustando una infusión que su vientre dios le preparó, avistando pensativo las pasajeras nubes / Alejandra, alegre, cultivando mate en su sotobosque: en fin, disfrutando / y Fernando echando una ausencia gramatical al parchís con tres de sus más altos grados intelectuales.

Dejando de una parte a estos inspirados en la playa, me acerqué al otro a tientas. Tenía la mirada perdida en el mar. Tras sentarme a su veraz vera, me dio por platicarle, pero permanecía misteriosamente abstraído por los espíritus del agua.

¿Cuánto tiempo llevas aquí? [Sonó una voz que me liberaba].
Bastante, contestó él con una atrayente tensión.

De súbito se nos acercaron unos perros. Mas no los perros a los que uno está habituado en las calles, sino que me recordaron / en el corazón / a esos otros perros que los sientes [lobos], cuando se acercan sin tino a las jaimas hincadas en tierra en la cerrazón [noche], cuando estás dormitando en el desierto del Sahara y te levantas angustiado pensando que esos lobos [perros], que buscan comida velando bajo la luz limpia de la luna, van a devorarte fieramente. Uno de ellos - el más fiero quizás - se echó a nuestro lado, mientras el resto de la manada se quedó aguardando lejos [ya sombras], mucho más lejos aún de la visión de los poetas.

Carne de Santo no se impresionó lo más mínimo con el animal. Lo acarició, como quien acaricia a un perro, y me miró profundamente.

Tienes sed, [le habló al perro].
Sed / sueños / sucesos / imágenes, lo mismo es, suspiró el animal. Necesito cristalizar en este laberinto de ilusiones.

Me encrespé. Como lo hacen los animales o el mar. Nunca antes había visto a un perro hablar de esa manera ni de ninguna. El perro, tras unos instantes, me miró con el rabillo del ojo - como quien interpela a alguien - así que me dispuse a hablarle, pues no parecía que tuviera otra cosa que hacer en aquel lugar inquietante.

¿Vivir o morir?, le pregunté.
Voy sorteando las artes, respondió el perro. He venido a recitar al mar esta mañana, pero antes necesito enjuagarme la voz, las manos y los pies.

[Yo] no entendía nada.

Carne de Santo, como decidí llamarle en mi inconsciente, estaba preparando fuego, chasqueando con destreza los dedos de sus manos. El perro empezó a menear el rabo, señal de contento. Aparecieron cenizas al cabo de unos soplos y, de imprevisto, hubo un gesto por parte de los dos que me intranquilizó.

¿Sabes tocar la cítara?, me preguntó Carne de Santo.
No. Últimamente voy caminando a todas partes, le dije yo.

Ves, ahora vas entendiendo [pensé]. Seguimos con la plática.

Y dios, ¿es cierto que se embriaga con un vaso de agua?, les interrogué.
A veces sí, le da por ahí al darnos oídos, dijo Carne de Santo.
¿Quién es él?
Te doy mi palabra de que dice sentirse una hembra, contestó el perro. De hecho el otro día le eché un buen polvo; y se relamió.

Numen [sentí].

¿Por qué te alejas de las malas presencias?, osé preguntarle al perro, aun sin saber a cuento de qué, ni por qué motivo.
No me hagas esa pregunta ahora, animal.
Entonces dime por qué abandonasteis la diáspora, le pregunté ahora a Carne de Santo.
Porque aquí / junto a los muertos te sientes vivo. Y vivir en vida es un riesgo emético, estando muerto eso no sucede, no sientes ese miedo mordiente, todo marcha mucho más fingidamente, contestó con una energía brutal el santo.

El tiempo se convirtió en una espera maligna. Advertí que empezaba a anochecer. Vino un señor con aspecto de bereber y me ofreció una manta. Me la puse encima y sentí calor. Soplaba el viento a trazos cortos y una luna seguía posada sobre nuestros cuerpos. Volvió el señor bereber a ofrecernos una flamenquilla de barro en la que había cordero recién asado y, también, legumbres asadas. Nos ofreció pan, un pan antiguo. Comimos los tres sin mediar palabra, secretamente. El bereber nos dio de beber lluvia bendita: o eso dijo el perro que era.

Silencio.

¿Cuáles son los signos en la poesía?, pregunté luego.
Las palabras / cortan / transforman / viento / descubren / voces. Mira: un cangrejo, éste por su aspecto debe de venir de Aguascalientes, comentó Carne de Santo.
¿Por qué en vida no te tomaron en cuento y después de muerto pasaste a ser un poeta de culto?
Lo de siempre, pero a mí eso ya no me aflige. Yo estoy muerto.

Transitó algo a nuestro lado.
El cangrejo de Aguascalientes [imaginé].
¿Alcanzas a ver eso?, me preguntó el perro.
Sí, un cangrejo, respondí.

Se notaba que el cangrejo sufría. Pero yo proseguí con mis dudas y él con sus huellas.

¿De dónde viene la idea?
Está inscrita en el horizonte – dijo volteando la cara hacia el mar. En aquel lugar donde resucita la carne. La otra dimensión de la vida / habló con ímpetu Carne de Santo.

En esos momentos se escuchó el quejido de un muerto. Sentí un miedo escalofriante. De inmediato se levantó un fuego y se extinguió de pronto. Se nos encendieron los rostros, nos vimos las caras, se nos movió el ánimo y todo quedó en silencio. Un silencio cáustico.

Ulteriormente me estimularon con las charadas y las brincamos bien adivinando. Me levanté, en realidad yo era un insurrecto, un ser animado, y luego nos sentamos a recitar unos versos sueltos junto a los otros poetas de antes. El mar rizaba el viento.

La eufonía, [pensé para mis adentros].

Entonaron letrillas que me recordaron a alguien. Pensé en el desierto y enseguida / el vientre / sentí / el cráneo/ la hembra / el útero / las entrañas.

Debí quedarme dormido, confuso, pensando en nombres. Se hizo el amanecer y al poco la noche.

Ahora eres un poeta póstumo, me dijo alguien en sueños.

15 minutos

Suena el interfono: ¿Quién anda?
Soy yo, el Camarón, baja.
Soy yo y nos vemos en la peatonal bocabajo, está visitando de reojo el escaparate de la peluquería del Zacarías, qué hubo Camarón, hace un sol de muerte.
Mediodía: Princesa moviendo el cuerpo hacia la Plaza de los Ángeles a saltos por la calle Avinyó y cañas en el Ascensor, le damos palique a la Tania, la vieja rusa nos habla del gótico y de sus casas relucientes con quebraderos de cabeza y de humedad de sueño breve. Salir y el Camarón andando rápido me habla de Doria la fotógrafa genovesa y de cómo la conoció: le gustan las calles del gótico cuando caen los halos de luz solar y se cuelan por las ventanas. Viramos hacia el Raval y él me cuenta y como siempre lo hace lo del barrio chino y los invertidos y las putas y los delincuentes y las drogas que allí habitaban con el ser humano / Joaquín Costa y hemos entrado donde el Girasol, más cañas y jamón de pata blanca - como nos gusta llamarlo a los tres. La señora Herminia está de mal humor hoy por no sé qué de la humedad así que la dejamos con los albañiles y vamos a lo nuestro que son las muchachas. Derivamos para ver a las muchachas - una somalí / una cubana / una francesa que comparten piso en un cuarto en la calle del Carmen / estamos esparcidos por el aire del Raval, el antiguo barrio chino / sin los invertidos y las putas como siempre me corrige él y de la misma manera; a mí no me deja hablar apenas quizás por eso de que soy joven y además escritor, y es que quieres saberlo todo, me contesta.

Entramos al apartamento / cuento con las chicas que están las 3 por los suelos como de costumbre y nos ponen unos matusalén con un poco de música cubana, charlamos sin parar y de pronto suelta el Camarón: esta noche llega el trompetista Lee Morgan a la ciudad y hay que tratarle como se merece así que le hacemos un juramento / Se conocieron de cuando estuvieron viviendo en Madrid y con el cual tocó en dos ocasiones acullá en la casa de unos parientes cercanos. Las chicas están alisándose el pelo y estamos oliendo el ron desde la habitación contigua, y todo es un vaivén endiablado así que nos miramos a los ojos y no hacen falta más palabras, bajamos a la calle a por unas situaciones y nos llama Lee Morgan mientras suenan los motores: llego a eso de las 7. Coge un taxi en el aeropuerto y nos vemos en la calle del Carmen, Gabriela la cubana te dará la dirección por teléfono - por suerte Lee habla un poco de español así que no tienen problemas en entenderse. Volvemos a casa de éstas / en éstas estamos plantados en el suelo otra vez y las chicas encienden el ventilador del techo, es julio y hay mucha humedad, entonces los poros de nuestra piel reclaman un poco de oxígeno o en su defecto ron y suena el interfono, es Lee suelta Yahma la somalí, que suba. Yahma quien llegó a Barcelona después de múltiples peripecias con una visa de turista y muy poco dinero o más bien nada: ¡suba!
Lee llega vía Madrid y de Managua, increíble muchachos, dejé los trabajos de Nueva York para retirarme de la vida laboriosa, pero no he venido a tocar muchachos / Lee es uno de los más excelentes trompetistas de todos los tiempos y cuando se atranca con el español habla en portugués o francés. Gabriela abre otra botella de ron y empezamos a platicar, del barrio y del chino y de su actual transformación, la del barrio chino y la del Paralelo, de lo que fue en otros tiempos y de lo que es ahora. Huelga decir que aunque yo sea joven a mí me gusta el Raval como lo he conocido y me da igual si el barrio chino fue así o asá, pero el Camarón acecha con su mirada y yo me callo.
Nos acercamos a la noche y es necesario bajar a la calle, en el Robles se sorprenden de nuestra visita así que enseguida nos marchamos hacia otro lugar más que nada porque al Camarón no le gustan las preguntas de los desconocidos y se pone más tierno y tímido que nunca con esos ojos que se le van a salir contra todos. Nos colamos deprisa en Eldorado y cenamos allí sí y con la gente del bar que no nos reconoce y por lo tanto podemos charlar a nuestras anchas y empezamos con lo de siempre y la cena suena así y todo tiene el olor de las siluetas y dejamos que el tiempo de la noche escurra.

A la plaza Real en un tren azul sugiere el Camarón, nos vemos allí con las chicas. Ya estamos en la plaza y nos sentamos en la fuente de las fuentes, tomamos ron y al aire libre y enseguida Lee tiene ganas de tocar y sin pensarlo demasiado vamos al ático de Tomasa propongo, seguro que anda ella semidesnuda por el salón y abriendo botellas de vino y echándole el guante a cualquiera / Tras una ligera dramatización de lo singular aterrizamos en el lugar en cuestión: ah Tomasa, brasilera treintañera de dulces labios nos besa al milímetro y nos seduce y agasaja con sus manos, su forma de hablar pone en tensión a Lee: a la cola muchacho, le digo, y él me sonríe: no sea que tu mujer te pegue un tiro. De pronto estoy con Tomasa en el cuarto de baño y acabamos haciendo el amor en la bañera, Tomasa es duende tanto en el sexo como en sus últimas y múltiples pinturas, mira aquí estoy pintando hombres y animales, llámalo animalia o como prefieras, si quieres dale tú mismo nombre a mi obra, necesito a un joven escritor como tú para que me nombre, y me enseña un cuadro inmenso de 2 x 1 metros y me deja con el espíritu abierto y aprovecha para bajarme los pantalones y decirme que la nombre.
Salimos a la azotea y Lee Morgan está endiablado como un ángel rebelándose tocando trompeta y está tocando y ya no para y el Camarón se sienta junto a él y con Gonzalo, joven guitarrista de Mérida que acaba de llegar a la ciudad y empiezan a ejercitar la pieza “Detrás del tuyo se va” y transforman el circo de invierno en verano. Tiemblan las estelas cantan estrelladas en el azul oriental del negro, en olor a ritmos zambrianos tintos de la noche y entre el cielo y el suelo permanece la rueda roja en el centro.
Lee enciende los ritmos a pulso y el Camarón los canta a diamante. Susurro yo los versos que me sé muy mal de memoria e improviso cuando se hace el silencio cuando la guitarra de Gonzalo se cierra en sí misma y gotea el viento y el de los fotógrafos se enreda en el aire. Llega Alicia con su canto ardoroso y lleno de flores rojas y pañuelos de papiroflexia, Alicia es portuguesa, sobrina de Amália Rodrigues - natural de Beira Baixa quien no sólo controla a perfectos golpes de voz el fado y el flamenco sino que además se atormenta silenciosamente con los ritmos del jazz trompetero.

Sueña la calle a luz y nosotros nos hacemos por ella de improvisto en grupo y por ellos que son los humanos de la ciudad y estamos mirando al tibidabo y se siente ya la humedad de la mañana y el mar y sus bañistas así que comenzamos a despedirnos quedando para mañana que es hoy, así que nos vemos en un rato / en la mar bella, tráete la toalla y nos vemos allí dentro de 15 minutos.

Una de Toro

A veces, me levanto demasiado temprano. Me pilló aquel sábado-sabadete en Madrid: Riqui y Lea habían salido la noche anterior con dos canadienses muy guapas y seguían roncando-roncando.

Tuve que escaparme.
Hacía frío en la calle. Hacia las seis y media de la mañana y a finales de noviembre, las ciudades no son como las pintan. Son extrañas, un paseo fantasmal, seco, sin transeúntes casi; eso sí, te encuentras a todos los vagamundos durmiendo con la pata tiesa, el reparto del diario a los quioscos es digno de ver, lo otro no, ¿me indica dónde está malasaña?, no lo sé, me contestó un quiosquero joven, ¿y la latina?, me parece que es por ahí pero no estoy muy seguro.

Vi algunos bares abiertos: churros, beicon con huevos fritos, bocadillos de calamares, patatas fritas. Entré a uno que estaba en muy buena situación desde el punto de vista literario, es decir, estaba en una esquina que daba a cinco calles y desde las ventanas antiguas de madera se podía ver el ruido de fuera. Fui a la barra a ver qué ofrecían.
A ver, qué te pongo (el camarero). ¿Qué tienes caliente? (yo). Lomo o beicon.
Y… ¿no tienes toro?
¡Lomo o beicon, es que no me has oído?
Me hizo pensar dos veces. Los cuatro que había en el bar acodados a la barra y tomando café o coñac tenían sus miradas ya puestas en mí. Ponme un lomo con queso – y en ese momento reparé en la ensaladilla rusa que había en las neveras de la barra - y ponme también un poco de esa ensaladilla. El camarero me fulminó con la mirada y se puso con la faena.
Me senté a la mesa que creí que era la mejor desde el punto de vista literario, y como quería mirar a través de la ventana, tuve que darles la espalda a la gente del bar. ¿Qué quieres de beber? (oí). Me giré y me levanté: una cerveza. ¿Con hielo? No, por favor. Este por favor debió de sonarles muy mal, porque el camarero y los cuatro me fulminaron de nuevo con sus miradas. Me volví y me senté de nuevo para continuar mirando a través de los cristales de la ventana, y a los nueve segundos o así, una voz gritó: ¡la cerveza sin hielo! Me levanté y fui hacia la barra a por el refresco. Al minuto o así y mientras me ponía un poco más cómodo en la silla, gritó de nuevo la misma voz: ¡la ensaladilla! Y me levanté a por la ensaladilla.

Empecé a comer apresuradamente, pues tenía hambre, y empecé a notar en el paladar el sabor de la mayonesa, los huevos cocidos, las patatas cocidas, el atún, los guisantes, el pimiento, el queso rallado y las olivas rellenas de lata. Al rato, cuando estaba pegándole un largo trago a la cerveza, que en ese momento ya estaba lo fría que yo deseaba, oí detrás de mí: ¡el bocadillo de lomo con queso!
Me estaban jodiendo el desayuno, y como tenía bastante hambre, empecé a sulfurarme. Al cabo de unos dos minutos o así y sin que me hubiera movido del sitio, otra vez chilló el camarero: ¡el bocadillo de lomo con queso! ¡Chaval!
Al estar de espaldas a los cuatro del bar y el camarero, oí cuchicheos y máquinas tragaperras sonando. No me levanté, seguí con la ensaladilla rusa y la terminé. Pegué otro largo sorbo al refresco-fresco.

Estando ensimismado, de pronto oí la voz de una mujer más bien joven: ¡psssttt, guapetón, EL BOCADILLO!
– Pero no me giré; hice como si nada. Seguía mirando las calles y el despertar de la luz de la mañana y la poca gente que a esa hora iba de un lado para otro. Tenía hambre, esperaba ansioso el bocadillo que no acababa de caer en mi mesa. Me hundí en mis pensamientos, en la literatura, cogí el libro que estaba leyendo por esos días y lo miré con gusto, la sabiduría de las brujas, de John Giorno.

¡NIÑO, el bocadillo, que se te está enfriando el PUTO LOMO!
Al final, me tuve que levantar. Vi a la chica de los gritos. Me miró a los ojos, de frente, iba a decir algo pero no lo hice - me dio miedo - cogí el plato del lomo con queso y me lo llevé a la mesa. Di la espalda a los del bar otra vez. Comí como un niño, ahora lentamente, el lomo estaba templado, pero el queso de oveja estaba caliente y sabroso. Al terminarlo decidí si tomar café o no. Me levanté y fui a pagar. Los del bar, que ya eran siete, se me quedaron mirando de arriba abajo y se les notaba disgustados. Vino la chica a la barra, dime qué te debo, se fue para la máquina registradora, volvió, doce cincuenta. Me lo pensé dos veces otra vez, pero ya no podía salir corriendo. Toma, le pasé un billete de cincuenta.
Acababa de entrar un viejo de aspecto muy sucio, con la barba y las manos negras, pero con muy buen humor me dio los buenos días. Volvió la chica de los gritos, me devolvió el cambio, dame el tique. Me clavó la mirada y noté el dolor en su cara, la angustia, las deudas, noté a su madre y a su padre en la mirada, su infancia, su adolescencia, su matrimonio joven y fracasado. Miré el tique, la cuenta estaba bien hecha y los importes eran los correctos. Me despedí del hombre sucio y viejo que acababa de entrar. Me pidió un cigarrillo, se lo di.

Salí del bar, crucé la calle y ya estaba en la latina. Lo supe. Tenía que ser la latina. Lo era, pues pasé delante del teatro del barrio y me quedé un rato mirándolo: Teatro de la Latina. Las calles y las plazas estaban vacías. Viejitas dándose besos y los buenos días. Sol, mucho sol.

Di con la calle del toro, azarosamente, y subí las escaleras - tomé apuntes. La belleza matutina del barrio cosió con saliva mi alma. Seguí paseando, debían ser sobre las nueve o las diez, cogí la calle de Segovia y salí de allí.

Estaba dejando atrás el barrio - el bar - la gente - el bocadillo - la calle del toro.

Licores de Santa Caterina

El sujeto-sujeto estaba sentado aburrido y en una silla de madera baja frente a una tienda de las que dan a la parte de atrás del mercado de Santa Caterina, cuando huele. Eran las ocho de la mañana aproximadamente y habiéndome levantado pronto esa mañana-mañana y buscando algún refresco para mi desayuno me encontré con que todas las tiendas estaban cerradas; me fijé en la cara del sujeto-sujeto, quien estaba masturbando un puro, y vi que la tienda que él aguardaba estaba abierta. Y al ver los escaparates llenos-llenos de botellas antiguas con las etiquetas de los precios resecos por la antigüedad y el sol, me dispuse a entrar, tras lo cual el sujeto-sujeto del puro hizo lo mismo detrás de mí.

Qué le trae por aquí joven. Pues mire, quería una botella de coca-cola light. No tengo light, bah, eso no se vende, sólo la toman los niños pequeños - acompañando con su mirada y su cabeza, que en esos momentos estaba ya en mis piernas, pues ese día llevaba puestas unas bermudas de palmeras azul turquesa con fondo blanco, unas deportivas rojo chillón y una camiseta de tirantes pirata de pata de palo.

Pues si no tiene light démela normal, es que la light refresca más que la otra, ¿sabe?, porque no contiene azúcar y el azúcar da más sed. Normal sí que tengo, joven. Se fue detrás del mostrador y al volverse y mirándome fijamente me dijo: a que tú no sabes preparar un potaje, a lo cual repuse, pues claro que sí. Bah, es que los jóvenes de hoy en día no saben cocinar, todo congelao y al microondas. Eso es una mierda de comida. Antes la abuela hacía un potaje en la olla para dar de comer y cenar a toda la familia, y si sobraba, pues para toda la semana. Antes las mujeres hacían bien de comer, no como ahora, que no saben ni hacer un potaje.

En esos momentos no supe qué decir, así que distraje mi mente con las estanterías repletas de botellas de brebajes que no supe adivinar cuánto tiempo podían llevar en la penumbra de la tienda. Sabe, le dije al fin, nunca antes había reparado en esta tienda, a lo que contestó él muy rápido, es que sólo abro por las mañanas, cierro a las dos y media, seguro que siempre pasas por aquí por las tardes, a lo que contesté, pues sí, normalmente hago la compra cuando salgo de trabajar por la tardes.

Ves, continuó él, es que si te tienes que hacer rico, tiene que ser antes de que cumplas los cuarenta, luego ya está uno demasiado cansado para hacerse rico y ya es muy tarde. Yo cierro a las dos y media y, bah, por las tardes no trabajo. Hace bien, así tiene mucho tiempo libre, y entonces él me miró muy de cerca - calvito él - y me sonrió. Es que los jóvenes de hoy día no sabéis cocinar, espetó de nuevo mientras me miraba otra vez de arriba abajo y a la camiseta y a las bermudas y a las zapatillas rojas chillón. Las mujeres sólo quieren dinero, joven, y a partir de los cuarenta si no tienes dinero se te van. No es como antes, que el abuelo se quitaba la gorra y la levantaba y todo el mundo “sí buana”. Bueno tampoco es para tanto, dijo él. Ahora las mujeres se cansan y si no te has hecho rico antes de los cuarenta, te dejan y se van. Yo me separé hace unos años (el hombre debía tener unos 60, con los dientes pelados y amarillos de tanto chuparle al puro) y ahora ya no tengo problemas. Para qué, si una puta te la chupa por treinta euros y llegas a tu casa y no te dan problemas. Haces así, hizo el gesto, apoyándose con el puro, de quién coge la cabeza de una mujer por los pelos y la trae para si, y no te dan problemas…

En ese momento entró un dominicano también joven como yo por la puerta. Hombre, míralo, éste es otro, aspeó una ligera mueca y una risita, éste vive en un quinto sin ascensor, ¿dónde me habías dicho que vivías tú? Yo en un cuarto sin ascensor. Y se rió.

Déme también un agua de 8 litros y me cobra, por favor. Dos ochenta, majo. Ale, encantado de conocerle, le dije, y salí por la puerta y me fui a comprar el pan francés que tanto me gusta al mercado de Santa Caterina y media docena de huevos de corral grandes - que son mis preferidos - y me fui para mi casa pensativo a prepararme el desayuno del sábado-sábado por la mañana-mañana.

Toreteo

Buscando.

Desde hace unos años la ciudad me impresiona, de las que estuve-estuve, unas cuantas-cuantas, Londres aterriza y se comió a las otras. Me preguntan los pies a qué viene, y eso me pregunto yo también, a qué viene-viene. Me acompaña un cierto sentimiento de desesperanza y de balanza, y sí, existió alguna libélula, y sí, existen a veces, claro.
Para ser sincero definitivamente debería soltar el freno o agarrarme, y apuesto quizás por las tres, por si acaso necesitara un poema para poder seguir adelante.
Allá, sobretodo intenté perderme y orientarme a la par, cosa ni fácil ni difícil, cosa-cosa al fin y al cabo. Y no es cuestión de millares, sino de equilibrio mismamente.

En ese momento un escritor debe escribir algo no descrito y que dé fortaleza al texto, para que el destinatario siga con este esfuerzo que consiste, a qué viene, ¡vamos a ver!, en contar los minutos pedaleando, ¡pero si los espacios se abren latiendo!, como te lo cuento.

La música y sus derivados, es decir, los afro-americanos y vientos y voces, me vencen, todavía hoy. Estaba interesado, y lo estoy, en el mercado libre, y qué hay de verdad y de simple en todo este articulado que trama.
Lo más necesario, seguramente, era ver o tocar - manos - sobretodo las palmas, por allí mismo se empieza, por las palmas-las palmas-las palmas. Yo creía, vendrán de abajo, y vinieron de la tierra de donde nació el humeante incienso. Especias que vuelan a través de los alientos de paja.
Me enamoré del crepúsculo del tumulto - recuerdo a un hombre y una chica muy bellos - y en los alcohólicos las cervezas rodaban por los suelos, desheredadas, que no era yo.
Todavía hoy escribo sobre aquello, éste es un espécimen salvado, y me doy la vuelta.
Cierto es que las farolas están más viejas - días de lluvia y de semen - novelas malas con buena crítica en la contraportada, esos hijueputas, que dirían por ahí mis viejos amigos, y las novelas o episodios siguen estando malos.
Ahora tú te estás poniendo delante o exponiendo, al caso, vientre-con-vientre.
Las palmas porque son decisorias, si se posan sobre el vientre y no te enteras: he ahí el misterio, ni siquiera te habías enterado.

Estoy cambiando. Me doy la vuelta, el mar vuela bajo y hay caléndulas en mis ballenatos. ¿Qué será-será de este cielo colorao?
Un proceder sería, aquí o dónde se vive bien, y quiénes o quiénes hacen posible que esto sea posible, sin mareos, que como dije antes el mar está en reposo desde que se crearon los caminos dulces.
Y estoy pendiente de una curiosidad.-
Me voy hasta lo más profundo del horno a amasar un poco de pan y a dibujar siluetas en el aire mientras me chupo la boca. Si puedo.
Y un poco de tinto de verano-.

Volví, como vuelve el poema en definitiva, y sentí que el pan había terminado de cocerse o crearse. Entonces huelo, y me voy para otra ciudad, esta vez no voy a nombrarla, para no despistarme. Esta mañana me escribió, Antonio desde allí y me transmitió un bostezo universal que me cuesta descifrar por qué.
Piezas de fin de semana y más lluvia blanca, aunque es cierto que allí el flamenco me descubrió y me hizo llorar lo necesario.

No, Paul Auster, hijo, no es necesario que entiendas lo que estoy intentando describir cuando late el sofá mate y crudo a ratos, y no hay ratas-ratas a quienes invitar a tomar el té de las 4, que esto es de Andalucía.
Recuerdo que nadie se giraba cuando me quedaba con sus miradas, algunas, verdaderos lienzos, y dije, aquí se ve que esto existe como normal o común. Empecé a robar, sobretodo notas, me daba igual en cuál parque revoloteaba lo otro, lo importante.
Resulta algo curioso, conocí a más personas con zapatillas de andar por casa, café en mano o piel, ya lo dije antes; y se metían por la vena las letras. Y me dio igual, a decir verdad.
Recurrí al salmón, sobretodo por el brillo, y salí vestido de tomate, y me llamaron, vaya que sí, y empecé a trabajar, y me dio y me da.
Me interesan, volviendo a lo mismo y al asunto de antes, los saludos, más si éste es un abrazo, ¡ríase la gente!.
Podría lamer tu sonrisa sin mojarme, con estupidez y todo podría salvarse el meditar.
Me enseñé a pintar y fui tras las alubias, y te invité a pensar presumiendo con la sonrisa. (Te invité a pensar). Me escurro, y bueno, qué hay de malo en escuchar o en crear varias voces si los verbos son recurridos.
¡Uy de aquel colombiano que tocaba guitarra y saltaba por las ventanas con todo su peso y todo!
Ahora vive en otra parte.-

Desde entonces, imagino idealmente sardinas y olivas, no es broma, no, no me encienden las velas, me enciendo: nacimiento-amor-muerte.
Romero y lo que tú quieras.
Contar, que ahora es capricho, o no es como antes lo era; ahora puedes, aunque puede que no pueda, por falta de cama, se entiende.
Solamente acariciar, en lenguas, que si friego los platos o si hago la colá, pues sí, rezando, por el túnel y desde el laurel.
Si vamos por el arte de puntillas, y tuve que escaparme, y me escapo-me escapo-me escapo.

Estaba refiriéndome a Londres. Pues ya no, ya no me gusta esa ciudad, que sí, que cambié de parecer como el que camina,
¿o acaso los poemas no cambian?

Ale, a otra cosa, que me da la brisa en la cara.