Nobuyoshi Araki: ¿Sushi, sexo y rock ‘n roll?

Las páginas del libro se revelan al lector como una flor abriéndose antes la abeja golosa. Aparecen mujeres expuestas, preparadas, tocándose. Vemos jóvenes estudiantes japonesas amarradas en posiciones S/M, que nos contemplan con rostros de sufrimiento y placer. Pasamos la página: una serie de prostitutas asiáticas desfilan bajo nuestros ojos.

Entre Occidente y Oriente, pocos exhiben la brecha cultural que nos separa de los japoneses como el fotógrafo Nobuyoshi Araki. Ese Japón que nos venden como un compendio de clichés, como una isla pacífica, de meditación descalza y sushi en las tres comidas al día. Ese código de honor tan admirado como incomprendido por los europeos y los norteamericanos, que llevó a los soldados nipones de Iwo Jima a suicidarse ante la derrota. Mientras seguimos el vuelo de un kamikaze a punto de estrellarse contra un barco enemigo en Youtube, sólo aparecen reflexiones sobre la locura asiática en nuestras mentes.

Si existe alguien capaz de levantar el espejo de la diferencia ante nuestros rostros, capaz de mostrarnos que el ser humano el un animal cultural y social, es el fotógrafo Nobuyoshi Araki. Los occidentales tenemos la odiosa tendencia a creer que defendemos valores universales, de libertad y democracia, que hacen que nuestras sociedades sean las más “avanzadas” en aspectos como la igualdad de la mujer o la división del trabajo en nuestras ciudades. Es allí donde Araki golpea con más fuerza, mostrando un Japón donde la mujer hace gozar al hombre a través del sufrimiento, donde casarse equivale a quedarse en el hogar y criar a la familia mientras el hombre trabaja. Araki abre los ojos del espectador a ese Japón oculto, de obsesiones hentai y lolitas escolares recubiertas de inocencia. Su arte se vuelve chocante para aquellos que equiparan el desarrollo y el avance con la libertad sexual concebida de una sola manera, de manera occidental, que es lo que el antropólogo etnocéntrico suele hacer. Según esta ecuación, muchos países árabes carecen de desarrollo porque arropan a sus mujeres y las esconden tras velos y burkas. ¿Cómo entender entonces el Japón de Araki? Un país capaz de producir las innovaciones más importantes a nivel tecnológico, atrapado en conductas sexuales retrógradas dignas de tribus africanas. Araki choca, Araki mueve al público al colocarlo cara a cara con un país desconocido e incomprensible.

Sucede que la vida de Araki se erige como un puente entre dos mundos: Nacimiento en un barrio pobre, vida humilde, primera máquina de fotos regalada por su padre a los doce años. Estudios en una prestigiosa Universidad (Chiba), trabajo en una de las agencias de publicidad más grandes del mundo (Dentsu), premios fotográficos (Taiyo, en 1964). El perfil típico del sueño norteamericano. El joven prometedor que te encantaría presentarle a tu hija.

Luego, aparece el verdadero Araki, el Araki pasado de Wasabi: Su matrimonio se publica como foto-diario íntimo en una colección llamada “Viaje sentimental”, que revela su vida privada. Será el principio de la saga Araki, de las mujeres desnudas, de las fotos preparadas sin espontaneidad. Sus temas predilectos: Tokio, el sexo y la muerte. Empieza el desfile de sexos femeninos y flores, metáfora no-muy-rebuscada para la mujer.

Su fama internacional estalla a la par de sus fotos autobiográficas de ficción: Araki crea un mundo propio basándose en su vida real, eliminando los márgenes entre lo deseado y lo vivido. Inspirará a otros: La francesa Sophie Calle, mucho más pacata y recatada, hará lo propio al construir su obra alrededor de su vida personal.

¿Cuál es el dilema en torno al trabajo fotográfico de Araki? ¿Fotógrafo o pornógrafo? ¿Artista o provocador? ¿Misógino? ¿Por qué no racista, ya que estamos? Araki representa, a nuestros ojos, la gran diferencia entre Occidente y Oriente. Un Occidente obsedido por trazar límites, por vigilar y castigar, por establecer categorías inamovibles con las cuales entender el mundo. Esa sociedad pacata y burguesa de “Historia de la sexualidad”, de Michel Foucault, que practica hipócritamente las conductas que condena en público.

El fotógrafo intenta derrumbar barreras, borrar límites y correr fronteras. Los occidentales no entendemos lo que no clasificamos, y ante un desnudo femenino amarrado a una silla, no podemos sino esperar a que alguien nos diga que condenemos el horror pornográfico. Nuestras artes, asépticas, de new age, de relajación y desaparición del sufrimiento, se estrellan directamente contra el muro de artistas como Araki, capaces de recordarnos que la vida tiene parte de frustración, angustia y dolor, sin los cuales todo arte se reduce a un cuadro blanco carente de sensaciones (como el trabajo de Piet Mondrian, por ejemplo). De esa manera, el fotógrafo subraya el carácter social de la sexualidad, donde una foto “agresiva” para un norteamericano puede ser erótica para un japonés, donde un seno descubierto en el Superbowl puede crear una tragedia nacional en los Estados Unidos mientras en una playa de la Costa Brava apenas llamará la atención de los bañistas.

El trabajo de Nobuyoshi Araki, más que ser el trabajo de un fotógrafo japonés, representa la visión de un artista contemporáneo de vanguardia. En vez de aceptar y conformarse con los límites que le ofrece la sociedad a un artista reconocido como Araki, el nipón se rebelará y seguirá trazando su propio camino. Cuando la sociedad acepta la vida de los músicos pop, imbuidos en el sexo con groupies y el consumo de drogas, Araki publica Love Hotel, el relato de cómo el fotógrafo aborda chicas en los barrios populares de Tokio, las convence de posar provocadoramente para él y las seduce en un hotel. Estalla la indignación: Que un músico tenga orgías con fanáticas es aceptado, que Araki nos muestre lo que pasa por la cabeza de una chica normal para posar en sus fotos y tener relaciones con él, es obsceno. Nadie recrimina a la pasa ambulante de Mick Jagger cuando se casa con supermodelos brasileras o a Hugo Heffner cuando se muestra con cuatro novias a la vez. Pero basta que alguien fuera del sistema de las estrellas, más allá de los límites de la cultura popular, proponga un trabajo novedoso de fotografía para que la gente se indigne. Araki no se deja clasificar, huye y se escurre de las etiquetas dizque “artísticas” para mantener su libertad creativa, que es, a fin de cuentas, lo único importante en el arte. Mientras los U.S.A. crean un estereotipo de payaso gigoló para sus decadentes artistas pop, el japonés destruye la etiqueta al invadir sus fronteras.

Tal vez sea esa la característica principal del trabajo de Araki: Luchar contra el conformismo y la complacencia social. En un mundo donde la mayoría sólo quiere crear su nicho de poder, su puesto en la música, la pintura o la literatura para beneficiarse de los privilegios de la profesión, para engordar y volverse un pilar respetado de la sociedad, Araki huye del “tipo ideal” artístico, cuidando con celo la posibilidad de hacer lo que le dé la gana. ¿No es ese el fin del arte? ¿Qué clase de artista se encierra en posiciones y conductas prefabricadas y designadas socialmente, haciéndole el juego al sistema por unas simples migajas de confort y seudo respeto? El japonés frustra, molesta y le rompe los cojones a todo el mundo al dejar en ridículo a los arlequines sociales que nos venden como artistas.

En la actualidad, el artista sigue su ruta no-conformista. Araki, con 68 años de edad, ha emprendido un camino mucho más radical desde la muerte de su esposa. Aparecen ahora prostitutas, jóvenes japonesas y escenas explícitamente sexuales que han contribuido al culto de su persona. Alabado por su innovación en el mundo entero, artistas como Björk han sido sus modelos (Björk con ropa, ojo) y recientemente, el documental Arakimentari vino a coronar su carrera fotográfica.

Para los amantes del arte contemporáneo, Nobuyoshi Araki no puede dejar de pasar desapercibido. Es altamente recomendable el libro “Araki”, editado por la Taschen, en el 2007. A leer con un vaso de sake entre las manos…

* Vicente es autor de la novela Caracas cruzada, disponible en la red de librerías Sur de Caracas, Venezuela. Su última novela, Historias de un arrabal parisino fue publicada por Ediciones Idea y se consigue en las librerías de Tenerife, España. Blog.