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El discurso de Onán

El cuerpo, en lances de amor, es parte indispensable del alma.


Epicuro


No puedo vivir sin ti, oh compañera. No puedo sostener solo mis insignias contra el viento.


Me duele, como una mala encía, todo el destino cuando me falta tu calor voluptuoso y envolvente, tu compañía de fragancia y deseo.


Porque me han puesto en mi cuerpo aquello que es para ti, aquello que te busca en la noche, oh mujer.


Cargo con la carga sola del órgano para ti que está en mí, el órgano que te busca anheloso como un brazo pequeño que quiere transfigurar tu cuerpo.


Sube una energía. Es una energía tremenda, obcecada, llena de furor que sube y se distribuye a través de todas mis venas.


Cuerpo mío, cuerpo mío afuera del mío, déjame colocar en ti esta energía que es tuya, pues tiene tu imagen.


Puerta blanda de mi destino, déjame entrar. Déjame entrar, umbral dulce de mi vida.


No me faltes ahora que la soledad es ancha como un desierto, abierta como una constelación baldía.


Mi sangre te reconoce, sabe dónde estás, dónde guardas la esencia anhelante de lo que busco.


Mi sangre, ciega y callada bajo mi piel para tantas cosas, para ti es vidente y lúcida, y conoce perfectamente tu nombre.


Tú te me acumulas con los días, vas sucediendo en los pisos del deseo, te agolpas cada día como una gana más honda y más alta.


Y llegado el momento estallas como una imagen cuyos fragmentos mis brazos procuran unir antes que se dispersen en la soledad del mundo.


Pero, dime, yo estoy solo en estos pensamientos? Son míos nada más?


Estos gestos silenciosos sólo ocurren en mis venas, en mis glándulas, en mis huesos, en mi frente, en mis ojos profundos?


No me olvides, que yo te necesito para ver dentro de mi propio ser, para encarnar lo que estoy destinado a ser desde los gérmenes.


A la derecha, volteando el rostro, te veo que pasas de pronto, como una sombra fascinante.


A la izquierda, volteando el rostro, te veo que sucedes de súbito, como un espectro dulce.


Delante y detrás te veo, volteando el cuerpo. Te veo en todos los puntos, girando con el alma en el poliedro del recuerdo.


No hay nada como verte. No hay nada como ponerte las yemas encima. No hay nada como abarcarte con la mano.


No hay nada como entrar en ti, lentamente, como quien silabea una lengua de frutas invisibles.


Aunque tú tienes una estirpe, cómo es que te me presentas sola sobre la tierra, sin orillas ni orígenes?


Y te me plantas delante, allegándote en la atmósfera que cimbra, como si vinieras del fondo de todo destinada en soledad hacia mi soledad.


Así, en la soledad, cargado de tu deseo, de cuya ausencia sufro, pido no pensar en nada, renuncio a todo, como un asceta.


Pero no puedo, tu cuerpo se me multiplica en los ángulos de todo, como una loca poceta o como un espejo frenético.


A ti, que te he amado largamente, que te he conformado en mis visiones, vuelvo siempre, vuelves, desde el difumino agresivo de la separación y la distancia.


Y tú lo sabes? Te enteras de esos regresos tuyos que son enteramente míos?


Sagrada es la mujer desnuda, bien tendida o en posiciones de fascinación dulce, cuyos fragmentos corporales distribuye algún geómetra divino.


Son trozos de constelaciones, firmamentos curvos que solicitan viaje, frondas insinuantes del árbol donde todo el saber comienza!


Tú, productivamente distribuida, que tienes tantos puntos hermosos donde carenar la nave, déjame que mi atributo te recorra y penetre.


Bajaré a descubrir con mis labios la totalidad secreta de tus mundos y te perseguiré los abismos musitando palabras terribles.


Quiero que tu piel oiga, a través de toda su extensión y sus íntimas bordaduras, el mensaje de mi corazón entregándose.


Tu ausencia duele, como un hueso quebrado. Duele, como una sangre quemada. Duele, como una vida rota por el vacío.


Tu ausencia me corta en dos, me separa de mí mismo, y me echo a andar con el cuerpo deshecho, comprimido, rebanado!


A veces, bajo los dictados del órgano, se dispara el recuerdo. A veces, bajo el imperio drástico del cuerpo, la sangre me pide serventía de mujer.


Arriba se van suscitando las visiones y una energía que sube desplaza todos los eslabones precedentes, y asienta con fuerza tu vapor desnudo.


Mujer, luna abierta, con sólo separar un poco tus muslos, se organiza el universo bajo nuevas leyes.


Tu poder de abertura es inmenso: todo lo convocas y resurreccionas, y la sangre apetece desembocar en ti, como en una patria.


Ven, y no me esperes. Acércate, sin separarme jamás. Búscame tú misma, con el mismo impulso con que yo te busco.


Ven, oh abeja participante y deseosa, con tus danzas de rotación y búsqueda.


Sea la refracción de los impulsos, la devolución de los desbordes, todos mis avances en tu avance.


Éste es el amor que va hacia el amor que viene, oh los dos amores del amor, sólo así, los dos hacia la unidad ardiente!


Amada mía, hecha de antiguas espumas, criatura loca del aire, sólo yo te veo en esta soledad de hoy, tan llena de recordada compañía.


Tu cuerpo no puede ser comparado: no bastan las geografías, los vegetales, los animales voluptuosos.


Habría que inventar una lengua nueva para el amor, el esperanto del perfume y el fuego!


El amor está evolucionando delicadamente. Se está adueñando de zonas nuevas, y se está abriendo dentro de la frente como una flor desconocida.



* Poeta, ensayista, editor y diseñador gráfico. Premio Nicolás Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el 2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela, Estados Unidos, Panamá y China. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino. Ha impartido diplomados para la formación de escritores. Tiene un gran número de libros publicados. Trabaja como editor jefe de la revista cubana de poesía, AMNIOS.

Los degradadores

A este paso lo dejarán todo árido. A este paso, atilas de la tierra, césares segando la flor recién formada, todo quedará seco como hueso lavado por los meses, como un maltrecho omóplato blanco tirado sobre la arena.

Qué va a quedar, oh Dios? Qué continente, qué atolón, qué mar entre las encías pardas de los continentes, qué continente recogiendo cosechas y alzando ciudades en los perímetros diluidos?

Todo será arrasado. Ya veo venir la cuchilla ultimando, la cuchilla que ya se vuelca sobre sí misma cercenando los propios dedos en que se sostiene para la crueldad y el exterminio.

Trancado polvo entre las cejas, oh corazón tapiado. Es terrible ver a lo largo y ancho de los ojos, tener la vista suficiente, armónica con la frente y la página.

Se queman los jardines. Arden las umbelas, las espigas, las brácteas, los cañutos. Sudan rápidamente los troncos, caen carbonizados los gajos azules del planeta, los derrames anaranjados de las distancias.

Crepitan las carnes, y se evaporan las alas, las mandíbulas, los pelos, los profundos cartílagos. Hierven los nidales. Huyen hacia los últimos humedales las zarpas, las crisálidas, las piaras, los enjambres.

Todo se encuentra cada vez más árido. He aquí las costillas del mundo. Superficies de calor por donde rueda el plasma. Los dedos, llenos de anillos luminosos, despiden sus haces suprimidores, proyectan sus conos de depredación sin término.

Sal al proscenio, poeta. Ven, con tus ojos órficos. Saca un poco las manos de tu ombligo. Oh tú, poeta, que gozas entre los mortales de la gracia de ejercer una repoblación dulce, llena de música y sentido.

Todo lo han parcelado, comprado, vendido, expedientado, cancelado. Se fueron en el viento las últimas grandes mariposas y los últimos conglomerados de polen. Todo se va al viento, hacia el viento, tras el viento.

La sal subiendo del polvo, el polvo entrando en el agua, el agua pasando al fuego, el fuego derramándose lentamente desde las suelas efímeras. Hay un túnel, ensortijado y movido, como una tromba sin banderas.

Sal al proscenio, poeta. Asoma al viento tu corazón de dos alas, y da al viento tu palabra escogida, tu frente de cristal soñoliento y esperanzado. Porque es la hora de la hora, ya sólo queda la hora de la hora, ya es la Hora!

* Poeta, ensayista, editor y diseñador gráfico. Premio Nicolás Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el 2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela, Estados Unidos, Panamá y China. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino. Ha impartido diplomados para la formación de escritores. Tiene un gran número de libros publicados. Trabaja como editor jefe de la revista cubana de poesía, AMNIOS.

El discurso de Russell H. Conwell

Es con ustedes mismos, los que consideran que todo ha terminado, o que hay que marcharse bien lejos para comenzar.

Insisto, por si no me vuelven a escuchar jamás, que deben comenzar aquí y ahora, en Philadelphia.

Hay que empezar ahora mismo, y aquí mismo, en Philadelphia.

No podemos perder tiempo, ni alejarnos mucho, porque es aquí mismo, y ahora mismo, en Philadelphia.

Es con ustedes mismos, los que se derraman por el mundo sin encontrar jamás la tierra de diamantes.

Sabed que la tierra de diamantes está aquí, debajo de nuestros ligeros tobillos, aquí, en Philadelphia.

No es que Philadelphia no esté en todas partes, es que no hay que ir a todas partes para encontrar a Philadelphia.

Ahora estoy aquí, y sé lo que digo, y es con ustedes que hablo, y quiero que lo recuerden, porque he visto que no saben bien cómo comenzar.

Ah Philadelphia, que debajo de nuestros pies extraviados, ahora mismo, acendra sus diamantes: el mundo no ha terminado!

Queda una oportunidad, pero ustedes no la tienen en los ojos, sendereadores del porvenir, caminantes que no cejan jamás.

Esa oportunidad, la más grande, se encuentra aquí, y ahora, en esta tierra de diamantes que es Philadelphia.

Todo comienza en Philadelphia, y yo estoy aquí para decirles: poned mientes a mis palabras. Me iré, y no habrá quién se los advierta.

El que quiera sentirse sólidamente plantado sobre la tierra, eso hay que luchar por asentarlo aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

El que quiera que la vida camine hacia la dirección mejor, eso hay que irlo enderezando aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

El que quiera que las nubes pasen más blancas y frescas sobre su cabeza, eso hay que irlo arbolando aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

El que quiera levantar una casita para casarse y tener hijos, eso hay que luchar para que pueda ser aquí, y ahora, en Philadelphia.

El que quiera arrancarse todos esos grilletes invisibles que nos han echado al tobillo, eso es aquí, y ahora, en Philadelphia.

Yo se los digo, porque veo que van perdiendo los pies por entre el polvo, mirando hacia horizontes ebrios, procurando remotos diamantes.

Hay que comenzar aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

Yo soy un hombre viejo, aunque no lo parezca porque siempre me voy moviendo, buscando alguna certeza entre las puertas de la ciudad.

He estado en muchas partes, y he dormido sobre las mismas piedras del desierto, y me fui alejando de los mismos escondidos jardines.

Pero a la vuelta de todo, yo les digo ahora que todo comienza aquí en Philadelphia, en nuestra propia Philadelphia.

Yo me fui con la multitud a East Room para ver el ataúd de Abraham Lincoln, y supe que el hombre más importante era un hombre sencillo.

Unos días antes yo me senté frente a él, temblando en la punta de una silla, mientras aquel hombre escribía sobre unos papeles.

Luego los apartó, y me miró con una sonrisa, y me dijo: « Soy un hombre muy ocupado, dígame lo que quiere».

Le conté a lo que iba, y me respondió: «Puede marcharse al hotel con la seguridad de que el Presidente nunca firmó una orden de ejecución…».

Me dijo entonces: «¿Cómo va por el frente?». A veces nos desanimamos, le respondí. Y me replicó: «Eso es normal».

Aquel hombre extraordinario me dijo conversando como un amigo: «Ya estamos cerca de la luz».

También me dijo con sencillez: «Ningún hombre debe desear ser Presidente de los Estados Unidos, y yo estaré contento cuando deje de serlo».

«Me iré entonces a Springfield, y Tad y yo sembraremos cebollas», así me dijo aquel hombre cuyo ataúd rodearía la multitud unos días después.

Yo vi que su regla era que en todo lo que tenía que hacer ponía su empeño, y lo mantenía hasta que todo quedaba terminado.

Está sonando la campana del tiempo, buscadores, a lo largo del mundo está sonando la campana del tiempo.

Cierro los ojos, y he aquí que veo los rostros de mi juventud; sé, como cualquier hombre podría decir al pasarle esto, que ya es mi hora.

Se me va acendrando mi destino, y ya sé dónde se encuentra el punto del horizonte que guarda los diamantes.

Y digo que para ser importante, hay un solo camino: ser importante aquí y ahora mismo, en Philadelphia.

Oigo la campana del tiempo, y cierro los ojos, y lo que veo son los rostros de cuando yo era joven, y procuraba la tierra de diamantes.

Yo estuve delante de aquel hombre extraordinario, que soñaba con el día maravilloso en que pudiera volver a plantar cebollas.

Ahora estoy aquí, y sé lo que digo, y es con ustedes que hablo, y quiero que lo recuerden, porque he visto que no saben bien cómo comenzar.

Hay que empezar ahora mismo, y aquí mismo, en Philadelphia.

Esta es mi principal lección: no atiendan tanto a lo otro, aquello que les he dicho de enriquecerse, y atiendan bien a lo principal, que es sólo esto.

Sepan que nunca como ahora Philadelphia ha de estar debajo de nuestros pies, donde hemos de soñar con los más vastos beneficios de todos.

Está sonando la campana del tiempo, y es llegada la hora, y hemos de luchar para que la tierra amada florezca dulcemente entre nuestros tobillos.

* Poeta, ensayista, editor y diseñador gráfico. Premio Nicolás Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el 2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela, Estados Unidos, Panamá y China. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino. Ha impartido diplomados para la formación de escritores. Tiene un gran número de libros publicados. Trabaja como editor jefe de la revista cubana de poesía, AMNIOS.