El discurso de Russell H. Conwell

Es con ustedes mismos, los que consideran que todo ha terminado, o que hay que marcharse bien lejos para comenzar.

Insisto, por si no me vuelven a escuchar jamás, que deben comenzar aquí y ahora, en Philadelphia.

Hay que empezar ahora mismo, y aquí mismo, en Philadelphia.

No podemos perder tiempo, ni alejarnos mucho, porque es aquí mismo, y ahora mismo, en Philadelphia.

Es con ustedes mismos, los que se derraman por el mundo sin encontrar jamás la tierra de diamantes.

Sabed que la tierra de diamantes está aquí, debajo de nuestros ligeros tobillos, aquí, en Philadelphia.

No es que Philadelphia no esté en todas partes, es que no hay que ir a todas partes para encontrar a Philadelphia.

Ahora estoy aquí, y sé lo que digo, y es con ustedes que hablo, y quiero que lo recuerden, porque he visto que no saben bien cómo comenzar.

Ah Philadelphia, que debajo de nuestros pies extraviados, ahora mismo, acendra sus diamantes: el mundo no ha terminado!

Queda una oportunidad, pero ustedes no la tienen en los ojos, sendereadores del porvenir, caminantes que no cejan jamás.

Esa oportunidad, la más grande, se encuentra aquí, y ahora, en esta tierra de diamantes que es Philadelphia.

Todo comienza en Philadelphia, y yo estoy aquí para decirles: poned mientes a mis palabras. Me iré, y no habrá quién se los advierta.

El que quiera sentirse sólidamente plantado sobre la tierra, eso hay que luchar por asentarlo aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

El que quiera que la vida camine hacia la dirección mejor, eso hay que irlo enderezando aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

El que quiera que las nubes pasen más blancas y frescas sobre su cabeza, eso hay que irlo arbolando aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

El que quiera levantar una casita para casarse y tener hijos, eso hay que luchar para que pueda ser aquí, y ahora, en Philadelphia.

El que quiera arrancarse todos esos grilletes invisibles que nos han echado al tobillo, eso es aquí, y ahora, en Philadelphia.

Yo se los digo, porque veo que van perdiendo los pies por entre el polvo, mirando hacia horizontes ebrios, procurando remotos diamantes.

Hay que comenzar aquí, y ahora mismo, en Philadelphia.

Yo soy un hombre viejo, aunque no lo parezca porque siempre me voy moviendo, buscando alguna certeza entre las puertas de la ciudad.

He estado en muchas partes, y he dormido sobre las mismas piedras del desierto, y me fui alejando de los mismos escondidos jardines.

Pero a la vuelta de todo, yo les digo ahora que todo comienza aquí en Philadelphia, en nuestra propia Philadelphia.

Yo me fui con la multitud a East Room para ver el ataúd de Abraham Lincoln, y supe que el hombre más importante era un hombre sencillo.

Unos días antes yo me senté frente a él, temblando en la punta de una silla, mientras aquel hombre escribía sobre unos papeles.

Luego los apartó, y me miró con una sonrisa, y me dijo: « Soy un hombre muy ocupado, dígame lo que quiere».

Le conté a lo que iba, y me respondió: «Puede marcharse al hotel con la seguridad de que el Presidente nunca firmó una orden de ejecución…».

Me dijo entonces: «¿Cómo va por el frente?». A veces nos desanimamos, le respondí. Y me replicó: «Eso es normal».

Aquel hombre extraordinario me dijo conversando como un amigo: «Ya estamos cerca de la luz».

También me dijo con sencillez: «Ningún hombre debe desear ser Presidente de los Estados Unidos, y yo estaré contento cuando deje de serlo».

«Me iré entonces a Springfield, y Tad y yo sembraremos cebollas», así me dijo aquel hombre cuyo ataúd rodearía la multitud unos días después.

Yo vi que su regla era que en todo lo que tenía que hacer ponía su empeño, y lo mantenía hasta que todo quedaba terminado.

Está sonando la campana del tiempo, buscadores, a lo largo del mundo está sonando la campana del tiempo.

Cierro los ojos, y he aquí que veo los rostros de mi juventud; sé, como cualquier hombre podría decir al pasarle esto, que ya es mi hora.

Se me va acendrando mi destino, y ya sé dónde se encuentra el punto del horizonte que guarda los diamantes.

Y digo que para ser importante, hay un solo camino: ser importante aquí y ahora mismo, en Philadelphia.

Oigo la campana del tiempo, y cierro los ojos, y lo que veo son los rostros de cuando yo era joven, y procuraba la tierra de diamantes.

Yo estuve delante de aquel hombre extraordinario, que soñaba con el día maravilloso en que pudiera volver a plantar cebollas.

Ahora estoy aquí, y sé lo que digo, y es con ustedes que hablo, y quiero que lo recuerden, porque he visto que no saben bien cómo comenzar.

Hay que empezar ahora mismo, y aquí mismo, en Philadelphia.

Esta es mi principal lección: no atiendan tanto a lo otro, aquello que les he dicho de enriquecerse, y atiendan bien a lo principal, que es sólo esto.

Sepan que nunca como ahora Philadelphia ha de estar debajo de nuestros pies, donde hemos de soñar con los más vastos beneficios de todos.

Está sonando la campana del tiempo, y es llegada la hora, y hemos de luchar para que la tierra amada florezca dulcemente entre nuestros tobillos.

* Poeta, ensayista, editor y diseñador gráfico. Premio Nicolás Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el 2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela, Estados Unidos, Panamá y China. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino. Ha impartido diplomados para la formación de escritores. Tiene un gran número de libros publicados. Trabaja como editor jefe de la revista cubana de poesía, AMNIOS.