8 poemas
El hombre que cierra el ojo izquierdo
y apoya
Esperando (za)
Movía suavemente una servilleta con sus dedos y la observaba sin ponerle atención. Aspiraba de nuevo y bebía cerveza. Sintió un poco de hambre y consideró pedir el menú. Vio a su alrededor y notó algunas mesas vacías y otras con personas conversando amenamente. Regresó la mirada a la servilleta y volvió a rodarla con los dedos, sin mucha gana.
Suspiró y miró la hora. Hacía ya varios minutos esperaba y no le gustaba hacerlo. Giró el anillo que tenía en su mano izquierda y pensó cómo sería si estuviera en alguna relación matrimonial. El pensamiento no tardó en disiparse para dar paso a otro sorbo de cerveza, ya no tan fría, y otro tanto de nicotina.
Al reposar el vaso sobre la mesa vio su tórax y no logró concluir nada. Volvió a mirar a las personas pasar. Tomó su celular y miró la hora de nuevo. Lo abrió aunque sabía que no tenía ninguna llamada perdida y enderezó el encendedor sobre la cajetilla de cigarrillos.
El mesero le preguntó si quería algo más. Pidió otra cerveza y al instante canceló la orden. No la necesitaba. Observó al mesero alejarse, le llamó y dijo que sí, que le llevara la cerveza. Lo vio marcharse de nuevo y pensó si realmente quería esa cervecita… hizo un gesto de desinterés y encendió otro cigarrillo.
Suspiró por segunda vez desde que se había sentado allí. Pensó que sería bueno cambiarle el aceite al carro y consideró comprar una película para agregar a su colección. Le causó gracia haber pensado que tenía una "colección" cuando sólo contaba con cuatro. Pero por algún lado tenía que empezar, se recordó.
Se enderezó en la silla y agradeció por la cerveza. Entonces inhaló del cigarrillo la quinta bocanada y vio el humo subir y desaparecer en el aire. Miró el reloj de nuevo y no se le ocurrió nada que hacer mientras esperaba. La sola idea de estar allí ponía sus nervios a mil. Entonces, como un salto en automático, bebió una buena cantidad de la fría.
Sabía que estaba haciendo lo correcto. Debía ponerle fin a toda aquella situación que tanto le inquietaba. Asintió a sus pensamientos y volvió a girar su anillo. Entonces habían pasado varios minutos más desde la última vez que revisó su celular, razón por la cual colocó el cigarrillo en sus labios y lo abrió. Buscó el número que debía marcar y se percató de que no lo tenía grabado. Sostuvo el cigarro entre sus dedos y entró en una especie de pánico.
Cerró los ojos para ahuyentar la ira que rápidamente poseía todos sus sentidos y volvió a inhalar. Todo el humo salió por su nariz en un tercer suspiro. Entonces vio en la lejanía a quien esperaba y, sin saber cómo, la tranquilidad ocupó todo su ser y sonrió. Negó con la cabeza y pensó si acaso todo lo que creía correcto estaba errado… sabía que habría tiempo de sobra para volverlo a pensar.
Reacciones secundarias
Anclada en Londres
Astro en ruinas
Una discusión
No tentar a la mala suerte
Los marchantes
2 poemas
Se vende
cuatro habitaciones.
Paredes y vasos seminuevos.
Interior, sin luz natural.
Húmedo y ruidoso.
Bien equipado.
Para entrar a vivir.
Nieves
Ejércitos de olivos boquean crucificados bajo el sol blanco.
Sus verdes filas se retuercen en la distancia,
rajando los campos hacia las torres moras,
donde el brillo de los espejos perla el atardecer cansado.
Un polvo de leche gotea sobre la aldea.
Dentro de las casas palpitan los braseros,
y el frío corre limpio y fresco por las calles,
lamiéndolas con la lengua del tiempo.
Nieves, siento que me esperas esta noche.
Ciegos pies me llevan a la fuente,
donde flota la luz de tu espectro.
El vapor de tus vestidos ondea lento,
y tu cabellera se mece bajo las oscuras aguas
de un cielo mudo y sin estrellas.
Te vuelves hacia mis pasos.
Tu mirada verde crepita sin verme,
errando lánguida por mi rostro,
y tu eterna sonrisa lee mi nombre,
soñando con días olvidados.