8 poemas

1

El tiempo , perro estúpido,
da vueltas entre su propia sombra,
mordiéndose
la nuca.
Aquí
sobre esta mesa
que hace cuarenta años era pájaro,
hoy pulso
una cuchara de sopa,
la que usaba mi madre,
y vuelvo a oir  su voz, su paso de gaviota
picoteando en las rocas,
su  risa de lentejas,
señalándome que si ella sigue allí
no es un recuerdo
-los recuerdos no existen-
sino, apenas, otra vuelta de perro
sobre su propia sombra.


2


“¿Qué fue de la vida de Beth Burton”
decía el poema que escribí una mañana
en un viaje de tren
mientras cruzaba
por fugaces provincias de veinte años,
con los ojos perdidos en las quemas
y en ciudades a medio dibujar
contra el fondo del cielo.
De vuelta a casa
vino conmigo el cuaderno de versos
de la ausencia
y Beth, mi compañera de banco de la escuela,
se quedó en una hoja a esperar que tañeran
campanas de recreo.
Cierto día pasó el viento por casa y se llevó el cuaderno
para encender antorchas
en la fiesta de bodas de la muerte.
Beth Burton, su memoria de papel, su padre
Biblia en mano, su casa a la que nunca entré, se fueron
por el humo, pájaros de otro viaje del que aún
no regresan.



3

El silencio
aprende a colocar cada  carta
en su nunca
cada pena
en su adiós
 o su ginebra.
A dar las culpas justas como naipes
a perder preguntas
en medio de un teléfono.
                Sabio el silencio,
          que no vacila en pactar rendiciones
              cuando aún no hay señales
                de la guerra.


4
  

de tarde entre dos luces entraron
a la casa
revisaron
cada disco/ poema/ libro
propio o ajeno cada
cajón del escritorio
olfatearon
camisas/ pañuelos/ fotografías
de infancia o casamiento
dieron vuelta el aire
los bolsillos del traje
y la bolsa del pan

les faltó entrar al patio de los sueños

no tenían tiempo de esperar
hasta la madrugada.



 5

Sobre esta hoja desierta como un cementerio a medianoche

de qué luna escribir en cuál de todos
los techos del desvelo.
Cómo saber si fue verdad el aire,
si el jazmín nada más que un simulacro,
si la palabra fuego ardió cuando hizo falta.
Dónde anotar los pájaros del horizonte roto,
la voz de una mujer
                             fugada
                                        del espejo.
Tengo miedo de leer despedidas detrás de cada lluvia,
de creer una tregua entre banderas,
mientras la soledad –gusano endemoniado-
nos perfora los ojos.
O acaso es necesario pertrecharse contra
el roído muro de la infancia,
contra el primer silencio,
esa frontera incierta con papeles de prófugo.
Si es así, aquí me tienen, desarmado,
desnudo peregrino de la duda,
pidiéndole al primero que camine esta calle
que me responda
qué hago en el borde de la nostalgia en blanco.

  

6

Hay quien va en autobus a las seis
de un otoño.
Un libro suspendido en otro aire,
los ojos húmedos,
caídos
sobre esa línea que habla del amor vulnerable.

Sin misericordia.

Hay quien viaja sin misericordia
por su propia ciudad.
Lo persiguen sus lluvias,
sus preguntas
mordiéndole la espalda.
Tropieza y cae,
se levanta y cae,
reanuda cartas nunca comenzadas.

Olvidos.


Suelta olvidos
que intentan borrar parques, casas de la niñez
atestadas de ángeles.

A las seis de un otoño.
                               

 7

 Por caminos de polvo pasa el verano,
su  carruaje de siesta,
las maletas
de la mujer que vuelve
o que no se fue nunca.
Tiemblan pájaros al borde de la tarde.
Ellos saben lo que es quedar sin alas,
sin canción,
sin casa,
como ahora va la eterna peregrina, obstinada
en saber detrás de qué palabra
empieza el cielo.


El hombre que cierra el ojo izquierdo

 y apoya

el  derecho
contra su pasado
es incapaz de confirmar si es suyo
ese rostro infantil
al fondo de la foto.
Intuye fechas y circunstancias:
por el abrigo, invierno,
ese telón al fondo, el cine de su pueblo.
Si acepta lo que cuentan los mayores
le pertenecería
cada porción de aquella escena en sepia.
Pero él sabe que la duda
es la única certeza disponible,
y aparta la pupila.
Despavorido.
Urgente.
Sin regreso.



* Nació en 1952. Poeta, periodista, historiador. Escribe para las publicaciones Diario La República, Semanario “Vamos” y revistas “La Voz de la Arena” y “Estampas Colonienses”. En la emisora de radio Claridad FM de su ciudad conduce diariamente el programa informativo “De Ida y Vuelta”. Integra el grupo cultural “U”, que editó (en papel) la Revista “U”, ahora transformada en blog (“Prohibido Doblar en U”. Ha publicado los poemarios “Instrucciones en caso de Alegría” y “Perro de Balcón” y participó de dos publicaciones colectivas (poesía y cuento) del grupo “15 de Febrero de 1811”.

Esperando (za)

Mientras esperaba en la mesa del café, sorbía su cerveza. Su cigarrillo descansaba ahora en el cenicero. Veía a los transeúntes desfilar por la calle. Escuchaba el ruido de la ciudad e inhalaba de su Marlboro.

Movía suavemente una servilleta con sus dedos y la observaba sin ponerle atención. Aspiraba de nuevo y bebía cerveza. Sintió un poco de hambre y consideró pedir el menú. Vio a su alrededor y notó algunas mesas vacías y otras con personas conversando amenamente. Regresó la mirada a la servilleta y volvió a rodarla con los dedos, sin mucha gana.

Suspiró y miró la hora. Hacía ya varios minutos esperaba y no le gustaba hacerlo. Giró el anillo que tenía en su mano izquierda y pensó cómo sería si estuviera en alguna relación matrimonial. El pensamiento no tardó en disiparse para dar paso a otro sorbo de cerveza, ya no tan fría, y otro tanto de nicotina.

Al reposar el vaso sobre la mesa vio su tórax y no logró concluir nada. Volvió a mirar a las personas pasar. Tomó su celular y miró la hora de nuevo. Lo abrió aunque sabía que no tenía ninguna llamada perdida y enderezó el encendedor sobre la cajetilla de cigarrillos.

El mesero le preguntó si quería algo más. Pidió otra cerveza y al instante canceló la orden. No la necesitaba. Observó al mesero alejarse, le llamó y dijo que sí, que le llevara la cerveza. Lo vio marcharse de nuevo y pensó si realmente quería esa cervecita… hizo un gesto de desinterés y encendió otro cigarrillo.

Suspiró por segunda vez desde que se había sentado allí. Pensó que sería bueno cambiarle el aceite al carro y consideró comprar una película para agregar a su colección. Le causó gracia haber pensado que tenía una "colección" cuando sólo contaba con cuatro. Pero por algún lado tenía que empezar, se recordó.

Se enderezó en la silla y agradeció por la cerveza. Entonces inhaló del cigarrillo la quinta bocanada y vio el humo subir y desaparecer en el aire. Miró el reloj de nuevo y no se le ocurrió nada que hacer mientras esperaba. La sola idea de estar allí ponía sus nervios a mil. Entonces, como un salto en automático, bebió una buena cantidad de la fría.

Sabía que estaba haciendo lo correcto. Debía ponerle fin a toda aquella situación que tanto le inquietaba. Asintió a sus pensamientos y volvió a girar su anillo. Entonces habían pasado varios minutos más desde la última vez que revisó su celular, razón por la cual colocó el cigarrillo en sus labios y lo abrió. Buscó el número que debía marcar y se percató de que no lo tenía grabado. Sostuvo el cigarro entre sus dedos y entró en una especie de pánico.

Cerró los ojos para ahuyentar la ira que rápidamente poseía todos sus sentidos y volvió a inhalar. Todo el humo salió por su nariz en un tercer suspiro. Entonces vio en la lejanía a quien esperaba y, sin saber cómo, la tranquilidad ocupó todo su ser y sonrió. Negó con la cabeza y pensó si acaso todo lo que creía correcto estaba errado… sabía que habría tiempo de sobra para volverlo a pensar.

Reacciones secundarias

(6)
                        Los cielos no retornan
                       si no es para aclarar
                       el último instante.
   


El papel fosfore(C) bajo los signos blancos.

Bajo cielos oscuros los seres se repelen

y  no asisten a su despedida,

ni al resguardo de sus altivos presentimientos

que no merecen ser depositados en la alcancía

de la certidumbre, ni en el horizonte

flamígero de la sangre.


Los signos blancos no merman

la puntualidad de los cielos atemporados.

Los cielos residen en el despertar

que se aleja como el canto de las sirenas

sumergiéndose en la hoja blanca.



(7)


Lo incierto retoma el flujo

en la arquitectura del agua

y en la embriaguez del destello

oscilas las aves

que nunca han partido

que nunca han llegado

que no participan

en el mecanismo del crepúsculo.


Partir de ese cauce incierto

hacia la veracidad del fruto

es olvidar las aves

y los cielos que están por nacer

en la gota que emerge.


* Ha colaborado en las revistas: Metrópolis, Letrambulario, La Gaceta, Periódico de Poesía, Ventana Interior, Letras en Rebeldía, Azul@rte, La Casa del Tiempo,  Punto en línea, Caña-santa, E. Poéticas y en el Blog: Mis poetas contemporáneos. Está incluido en el Panorama de poesía mexicana (Los Acúfenos2009). Es autor de  los  poemarios: Diáspora de la mansedumbre (Edición de autor, 2007) y Anatema del crepúsculo (de próxima publicación).

Anclada en Londres

lejos está el vago aroma tierno de mi tierra. acuérdate Blake, no hay época más cruel que oler las lenguas del infierno que llegan desde lejos, acá en tu noche insular y húmeda.
no molestar. do not disturb. beberé el té con canela, este  té de color salobre, como los sueños, que se ahogan en la soledad de los páramos de las hermanas Brönte.
no puedo compartir contigo, Sammy Beckett, una encomienda. Poner en tu boca una cucharita desbordante de dulce de leche.  no / no pueden volar esos pájaros de papel madera e hilo sisal.
no miraré por la ventana  donde habita el duende vestido de negro. pues quemaron todos los trebolares.
espiaré el ebrio espejo que guarda voces  de nostalgia.
¿cuándo cesará  el infierno allá en mi tierra?
beberé una pinta de cerveza amarga, sentada junto a Jimmy Joyce, quien susurrará en mi oído: dulce dama no cantes canciones tristes. oigo un ejército cargando sobre la costa y el estruendo de caballos al galope.*.
daremos vuelta las runas. el silencio o el exilio. la muerte o la huida /dirán.
cruzaré los puentes del Támesis. veré correr sus aguas. buscaré una señal de tiempos más propicios. voces de allá lejos / de la tierra en que duerme el padre de mi  madre .la tierra donde han quemado los anaqueles de mis libros. la tierra  donde les hacen beber cicuta. la tierra donde deben crecer mis  nobles sueños.

* Escritora y traductora. Ha obtenido numerosos premios literarios, entre ellos, el Primer Premio Nacional de Narrativa en 2007  y el Primer Premio del XVI Certamen Nacional de Cuento en Argentina. Es autora también de los poemarios "Mandala", "Espejo de los días", y "El Metabolismo de la lágrima". Recientemente obtuvo el Premio de la Editorial De los Cuatro Vientos, por su poemario "Hechicera empurpurada". Sus poemas han sido traducidos al búlgaro y al catalán.

Astro en ruinas

Astro
en
ruinas.

                ¿Era yo?

Caída
nieve
por los pasamanos de los túneles.

Por las aceras
vaga
(vagamente)
una sombra
sin sombrero
sin americana
sin corbata
Acaso un único zapato garabateando
ensuciando la nieve
negra
del descenso interminable
a la caverna
ciega
de luz.
Nieve
copo a copo
vestida ya de blanco
la arboleda de dolor donde perdimos
para siempre para siempre para siempre
                                                                              la inocencia.


Echaste a andar


Echaste a andar
                               camino de la nada
y aún esperas
una crisálida de bronce
                               un apogeo
que sabes no ha de llegar

Echaste a andar
(te habían dicho que los hombres no lloran)
                                               a tientas
y alguien te disparó desde las sombras
una ráfaga vertiginosa
                               de soledad innominable.


* Narrador y poeta nacido (1960) en Mallén (Zaragoza). Miembro de Poetas del mundo, del movimiento internacional Los puños de la paloma y del directorio REMES. Colaborador habitual en varias revistas y boletines electrónicos. Incluido en diversas antologías y revistas. Con obra publicada en diferentes páginas web de contenido literario. Sus textos han sido leídos en varios programas radiofónicos. Fue finalista en los certámenes de Poesía y Relatos "Ciudad de Zaragoza 1990".

Una discusión


El bar está casi vacío. Una pareja de unos cincuenta años comparte una botella de vino en una mesa junto a la ventana. En la barra, un hombre apura su tercer vaso de whisky. El barman seca unos vasos con un trapo. El hombre de la barra dice que va a aclararle las cuentas a alguien.

— Le daré una buena patada en el estómago, así aprenderá que nadie puede hablarme como él lo ha hecho. Nadie. No, señor.

El barman le dice que la violencia no arregla las cosas. Se lo dice con tono conciliador. El barman es un hombre grueso y en su rostro uno puede darse cuenta que está acostumbrado a tratar gente con problemas.

— La violencia sólo genera violencia. No soluciona nada. Nunca.

El hombre de la barra le mira. Da un golpe seco con el vaso y acusa al barman de decir eso porque le da miedo que le rompan la cara.

— Se nota que no sabes pelear.
— Todo se arregla más fácilmente hablando.
— Tú ni sabes hablar ni sabes pelear. Sigue fregando cacharros y cierra la boca.

El barman deja lo que está haciendo y sale de detrás de la barra. Le dice al cliente que no le consiente que le hable en ese tono, ante lo cual el cliente lo insulta. El barman aprieta los puños y levanta la voz, advirtiendo otra vez que no le gusta que le hablen en ese tono. El cliente se pone en pie, tira al suelo el taburete sobre el que estaba sentado y se encara con el barman. En un momento dado, se abalanza sobre él y lo empuja. El barman le devuelve el empujón. Todo se precipita de pronto. El cliente saca una navaja e intenta clavársela al barman quien, por su parte, salta hacia atrás esquivando el golpe. La pareja que estaba bebiendo vino se levanta y huye a la calle. El barman corre detrás de la barra y reaparece empuñando una escopeta y, sin pensarlo, le pega dos tiros al cliente. Le alcanza en el cuello y en el pecho. El hombre cae hacia atrás y la sangre comienza a correr por el suelo.

En ese momento, el barman se da cuenta de lo absurdo que resulta lo que acaba de ocurrir. Queda paralizado un momento y, de repente, se echa a reír.

Es así como lo encuentra la policía.

No tentar a la mala suerte

Con este pequeño dolor en el pecho
he vivido mil años.
Alfonso Costafreda


Ser un mal poeta,
fatal, si es necesario,
y por la mañana levantarte muy tarde, alargar los versos
como quien acumula piedrecitas y después las lanza a la marea,
y por la noche levantarte aún más tarde,
y después las lanza a la resaca, escoger una palabra al azar
y dar vueltas y más vueltas por la ciudad, junto a ella,
cogiditos de las manos, escoger una palabra gigante,
como, por ejemplo, hermafrodita,
y pasearla junto a ti, por en medio de las multitudes
desacostumbradas, y después levantarte tarde
en la mañana, y que ella ya no esté, lavarte los dientes y las manos,
sentarte a escribir y esperar,
esperar, cansarte de esperar, limpiar el polvo y hacer la cama,
desubrir bajo la mesa cientos de objeciones muertas
y un despertador enajenado que gira y gira, impasible
ante tus horas de sueño o de insomnio.

Los marchantes


1

Dime, ¿qué puedes ver por la ventana?, dijo ella. Él se quedó callado y ella insistió: Desde este rincón en el que me pusieron no puedo ver más que un marco blanco y un vidrio, así que tendrás que ser tú quien me cuente.
–Creí que usted dormía, respondió él sin volverse, sin girar siquiera un milímetro la silla de ruedas en la que descansaba su cuerpo de caballo flaco, de mayordomo insomne.
¡Naah!, exclamó la mujer. Y en realidad debería importarme un bledo lo que sucede allá afuera. Hace tiempo que no soy más que un saco de paja quebradiza; por eso me mantienen inmóvil con este corsé y los vendajes, pero tú que estás cerca…
Encomiéndese a otro santo –dijo él–, porque yo soy ciego.

2

Afuera, bajo la ventana, hay un mercado callejero. Ahí un hombre con el rostro tatuado adivina suertes lanzando huesillos de fruta y pequeños caracoles. También hay quien vende aves exóticas, que en realidad no son más que palomas y gallinas comunes a las que se ha modificado el plumaje con gel fijador y pintura vegetal. Esto le contó ella.
Que era ciego, pero no imbécil, fue lo que él habría querido responder, pero en lugar de eso dijo: También está la mujer de la frutería, quien en su tiempo fue bailarina exótica y aún conserva los encantos suficientes para vender kilos y kilos de mangos y toronjas.

3

Cada día su mercado era distinto. A veces había elefantes sobre los que se acarreaban rollos de sedas y alfombras tejidas a mano; otras no había ni camellos. En dos ocasiones trataron de suponer que la calle era como cualquier otra, pero ya no pudieron hacerlo: tantos rostros figurados, tantos lugares y aromas que habían creado y extinguido… Quizás fue por eso que, cuando una enfermera les hizo saber que aquella ventana –su ventana– jamás iba a mostrarles un paisaje distinto al gigantesco muro gris que se alzaba enfrente, ambos le dijeron que, en lo que a ellos concernía, bien podía hacer que la taparan.

***
©Héctor Domingo 2009.

* Héctor Domingo (Arandas, Jalisco, México, 1971) es autor del libro Bitácoras de Soledad. Algunos de sus relatos han sido publicados en revistas literarias de diversos países. Su sitio en la red es: http://www.hectordomingo.com.mx/

2 poemas

Se vende


750 centímetros cúbicos,

cuatro habitaciones.

Paredes y vasos seminuevos.

Interior, sin luz natural.

Húmedo y ruidoso.


Bien equipado.

Para entrar a vivir.


Nieves


Ejércitos de olivos boquean crucificados bajo el sol blanco.

Sus verdes filas se retuercen en la distancia,

rajando los campos hacia las torres moras,

donde el brillo de los espejos perla el atardecer cansado.


Un polvo de leche gotea sobre la aldea.

Dentro de las casas palpitan los braseros,

y el frío corre limpio y fresco por las calles,

lamiéndolas con la lengua del tiempo.


Nieves, siento que me esperas esta noche.

Ciegos pies me llevan a la fuente,

donde flota la luz de tu espectro.

El vapor de tus vestidos ondea lento,

y tu cabellera se mece bajo las oscuras aguas

de un cielo mudo y sin estrellas.


Te vuelves hacia mis pasos.

Tu mirada verde crepita sin verme,

errando lánguida por mi rostro,

y tu eterna sonrisa lee mi nombre,

soñando con días olvidados.


Habitación 115



La vecina de arriba se alivia con las manos al crepúsculo, la radio menea, el megáfono cocodrilo potente que tiene escondido tras la persiana, mi-la-na, se afina, y pone el diario boca abajo porque ella a nadie entiende, es aquí, la salvé el otro día en la mirada del que fumando chiribitas, un ángel debido a ser un ángel, me fui, dijiste, se fue la llave del acordeón del cuerpo, los ángeles del agua no te comprenden, el reflejo, el retrato de tu cuerpo en el vidrio del mueble que subimos el otro día a tu vivir, la habitación 115, porque si tú te desvistes, te veo, y si te veo, sí, en piedra de mar existes.

Fue una cantilena de noche en este país donde las cunas que nunca comprendiste en el río de la ciudad del engranaje de tus pechos lo vimos, era un ángel, un traspaso, un tramposo, un no esperar en nadie, un amuleto bien apretado y un secreto, una voz, un tango, el arenal del gozo, la sinfonía, el verbo agudo en clavo, laurel, azafrán y romerito, corazón, corazoncito, bambalinas, la lune, los niños, frenesí volante, gorrión de visos, por la noche, de noche, en noche, a la noche, anochece en la ribera del poema y atravieso el poema en trapecio, en tu escote, en la libertad de tu escote, entre tus pechos de gasolina, la golondrina, el amuleto perdido y suave, el canto que brilla en levante.

La peluca o el gorro dejaste de miedo, te abriste al amor y por la ventana, en un triste compás me dejaste volar contigo en baile, tus pies que se escurren, desnudo timbal, tambores, cuerdas, piel, huellas, el vagón verde de tus ojos de arroz y vidrio, vaivén y mantra, ruido, canela, cantinela, nueces de madrugada me despiertas y eres como el astro, la habitación 115, el murmullo de tus flores, la ducha, el viento y el goteo del viento, el soplo y el jadeo en la habitación 115, va, viene, como en murmullo, y te llevo mis discos y cassettes preferidos, las ondas africanas, desde el colegio de los párpados, hoy, rojo tu requiebro el fruto globuloso de tu entrepierna cruje, los calcetines, deja que los lleve a diario porque ya no tengo, que dibuje pasatiempos en tus muslos, un mediodía lunar, un oh-ah-oh-ah de barrio y copla, la brisa y el delgado freno que se instala en tu boca de incendio, enfrentando al pasado el codo, la veleta, rumbo por la soledad rumbea, multicolor laberinto el de tu espalda, brío y sonámbulos de paisaje, no existe la ciencia ni en ti ni en mí, ni en esta claridad de héroe, de héroe relativo de agujero negro, que de sed sé por tu saliva, porque se prueba, se siente, se entiende, el día es un paso largo de alas, piscina, tocando, tirititrando, tran-trero-tran-tran-trero.

Es el olor a orgasmo que viene de la habitación 115, la gruta que se abre, la gruta que me cuenta la historia de su vida mientras ruedan por el piso las ruedas que tú inventaste con el sonido de tu identidad, un órgano, cuéntame la intimidad de tu brazo, tu éxtasis, al quinto día ya vivías en la ducha mientras yo siempre llegaba tarde al chorro, el muro, frío mármol, tu identidad, y yo tocaba presuroso el mármol blanco, la separación, y creía tocarte en fémur cuando ya habías abierto todas las puertas de los huesos y habías desaparecido por el tragaluz. Veo.

Fue una noche de jazz en minúscula negrita e irradiación blanca, un ejercicio en trineo por las escaleras que descienden y que luego ascienden, Barbès, un sitio que invita al desplazamiento mientras los destellos de los bares se funden y todo desaparece y el sueño florece como lo único real tras el velo de la cortina de humo de nuestro bar preferido y siempre,  alacranes las uñas de los más miserables y les ofreces un poco de viento y sol, una botella de humo y un tiro de verano, y te quitas las uñas y se las das a ellos, tus uñas que chispean con el resplandor del cometa de invierno que estamos gritándole a esa mujer que canta con aliento porque en el pasillo de los rencores no vemos a nadie. Se han ido al sol descapotable.

Escríbeme te digo, y te agachas y pones la oreja contra el suelo, mientras el charco se acerca a ti, y se aleja, el ruido, tintinea nuestra canción preferida mientras los músicos ya cabecean, y nos dan arañazos de viento, y nos fundimos en nada por ellos, les auscultamos ¿pero les dimos algo en la costumbre fría de nuestros días de cuenco y plátano?

Cuando era suelo. Empiezas a recordar el juego, la tarta, el as de  póquer el tu cosquilleo, porque lo vuelcas y lo vuelves todo del revés y entonces amanece de noche y anochece en la mañana, de llorar descansan las arterias, y nos lanzamos rodando por el valle solitario del mar que desemboca en el río del más del lado de acá, caminando, a veces,  nadando, a veces, es estación el sitio.

Por costumbre, que es la rutina, preguntamos, un vaso de cobre, un vaso de leche, el piano, el cráneo de las palmeras, mientras esbozo una sonrisa al amanecer mientras espero a perderte de nuevo para buscarte en los años, peinarte, veleta, ¿hallaste el léxico de los tirabuzones?

Y yo todo es para buscarte en la distancia, tu ombligo, pasan farolas, pasan las noches y estoy embarazado por la irradiación del mar polar, por las suertes y para que salte fugaz la estrella, misterioso signo en el criterio de la ciencia del cuerpo profundo, en la magia del trigo, en el azulito verde de tus ojos del contigo.

Y vuelcan caderas y ruedo en las cantinas y las rondas empiezo viviendo, cazo, acorralo, intento, pero no, las calles del período y la jerga del mar, el pupilaje de las manos de tus pestañas salientes y sigue sonando la melodía en la habitación 115, niña querida, niñas loquita, bebes cachaça, niñas flamenca, topografía, futuro, habitación de la vida en silencio como un tu tu-tu-tu próximo, un pío pío pelas, el perderte en la inocencia buscas, cachaça, trero, pasos, giros, no te alejes, no nos vayamos, por sonidos, famas, despejada, de alado, concha de la ambulancia, amuleto del sitio, asomas del balconcillo, la habitación 115 aromas, las palabras te despiertan porque tú no hablas más que en sueños, y allí el sentirte en eso es diferente de lo que yo creía verso, el susurro de las ollas cuencos, el nacimiento de las sábanas abriéndose en ti en silencio y en la ciencia, desquite, el desquite de una humana fábula, la novela hecha aquí espejo hecho girón, gira-luna y arbitrio, cospedal, achirimiya, lluvia, se empañan los cristales de los crisantemos, dulce de leche, tirititritrero.