Esperando (za)

Mientras esperaba en la mesa del café, sorbía su cerveza. Su cigarrillo descansaba ahora en el cenicero. Veía a los transeúntes desfilar por la calle. Escuchaba el ruido de la ciudad e inhalaba de su Marlboro.

Movía suavemente una servilleta con sus dedos y la observaba sin ponerle atención. Aspiraba de nuevo y bebía cerveza. Sintió un poco de hambre y consideró pedir el menú. Vio a su alrededor y notó algunas mesas vacías y otras con personas conversando amenamente. Regresó la mirada a la servilleta y volvió a rodarla con los dedos, sin mucha gana.

Suspiró y miró la hora. Hacía ya varios minutos esperaba y no le gustaba hacerlo. Giró el anillo que tenía en su mano izquierda y pensó cómo sería si estuviera en alguna relación matrimonial. El pensamiento no tardó en disiparse para dar paso a otro sorbo de cerveza, ya no tan fría, y otro tanto de nicotina.

Al reposar el vaso sobre la mesa vio su tórax y no logró concluir nada. Volvió a mirar a las personas pasar. Tomó su celular y miró la hora de nuevo. Lo abrió aunque sabía que no tenía ninguna llamada perdida y enderezó el encendedor sobre la cajetilla de cigarrillos.

El mesero le preguntó si quería algo más. Pidió otra cerveza y al instante canceló la orden. No la necesitaba. Observó al mesero alejarse, le llamó y dijo que sí, que le llevara la cerveza. Lo vio marcharse de nuevo y pensó si realmente quería esa cervecita… hizo un gesto de desinterés y encendió otro cigarrillo.

Suspiró por segunda vez desde que se había sentado allí. Pensó que sería bueno cambiarle el aceite al carro y consideró comprar una película para agregar a su colección. Le causó gracia haber pensado que tenía una "colección" cuando sólo contaba con cuatro. Pero por algún lado tenía que empezar, se recordó.

Se enderezó en la silla y agradeció por la cerveza. Entonces inhaló del cigarrillo la quinta bocanada y vio el humo subir y desaparecer en el aire. Miró el reloj de nuevo y no se le ocurrió nada que hacer mientras esperaba. La sola idea de estar allí ponía sus nervios a mil. Entonces, como un salto en automático, bebió una buena cantidad de la fría.

Sabía que estaba haciendo lo correcto. Debía ponerle fin a toda aquella situación que tanto le inquietaba. Asintió a sus pensamientos y volvió a girar su anillo. Entonces habían pasado varios minutos más desde la última vez que revisó su celular, razón por la cual colocó el cigarrillo en sus labios y lo abrió. Buscó el número que debía marcar y se percató de que no lo tenía grabado. Sostuvo el cigarro entre sus dedos y entró en una especie de pánico.

Cerró los ojos para ahuyentar la ira que rápidamente poseía todos sus sentidos y volvió a inhalar. Todo el humo salió por su nariz en un tercer suspiro. Entonces vio en la lejanía a quien esperaba y, sin saber cómo, la tranquilidad ocupó todo su ser y sonrió. Negó con la cabeza y pensó si acaso todo lo que creía correcto estaba errado… sabía que habría tiempo de sobra para volverlo a pensar.

Reacciones secundarias

(6)
                        Los cielos no retornan
                       si no es para aclarar
                       el último instante.
   


El papel fosfore(C) bajo los signos blancos.

Bajo cielos oscuros los seres se repelen

y  no asisten a su despedida,

ni al resguardo de sus altivos presentimientos

que no merecen ser depositados en la alcancía

de la certidumbre, ni en el horizonte

flamígero de la sangre.


Los signos blancos no merman

la puntualidad de los cielos atemporados.

Los cielos residen en el despertar

que se aleja como el canto de las sirenas

sumergiéndose en la hoja blanca.



(7)


Lo incierto retoma el flujo

en la arquitectura del agua

y en la embriaguez del destello

oscilas las aves

que nunca han partido

que nunca han llegado

que no participan

en el mecanismo del crepúsculo.


Partir de ese cauce incierto

hacia la veracidad del fruto

es olvidar las aves

y los cielos que están por nacer

en la gota que emerge.


* Ha colaborado en las revistas: Metrópolis, Letrambulario, La Gaceta, Periódico de Poesía, Ventana Interior, Letras en Rebeldía, Azul@rte, La Casa del Tiempo,  Punto en línea, Caña-santa, E. Poéticas y en el Blog: Mis poetas contemporáneos. Está incluido en el Panorama de poesía mexicana (Los Acúfenos2009). Es autor de  los  poemarios: Diáspora de la mansedumbre (Edición de autor, 2007) y Anatema del crepúsculo (de próxima publicación).

Anclada en Londres

lejos está el vago aroma tierno de mi tierra. acuérdate Blake, no hay época más cruel que oler las lenguas del infierno que llegan desde lejos, acá en tu noche insular y húmeda.
no molestar. do not disturb. beberé el té con canela, este  té de color salobre, como los sueños, que se ahogan en la soledad de los páramos de las hermanas Brönte.
no puedo compartir contigo, Sammy Beckett, una encomienda. Poner en tu boca una cucharita desbordante de dulce de leche.  no / no pueden volar esos pájaros de papel madera e hilo sisal.
no miraré por la ventana  donde habita el duende vestido de negro. pues quemaron todos los trebolares.
espiaré el ebrio espejo que guarda voces  de nostalgia.
¿cuándo cesará  el infierno allá en mi tierra?
beberé una pinta de cerveza amarga, sentada junto a Jimmy Joyce, quien susurrará en mi oído: dulce dama no cantes canciones tristes. oigo un ejército cargando sobre la costa y el estruendo de caballos al galope.*.
daremos vuelta las runas. el silencio o el exilio. la muerte o la huida /dirán.
cruzaré los puentes del Támesis. veré correr sus aguas. buscaré una señal de tiempos más propicios. voces de allá lejos / de la tierra en que duerme el padre de mi  madre .la tierra donde han quemado los anaqueles de mis libros. la tierra  donde les hacen beber cicuta. la tierra donde deben crecer mis  nobles sueños.

* Escritora y traductora. Ha obtenido numerosos premios literarios, entre ellos, el Primer Premio Nacional de Narrativa en 2007  y el Primer Premio del XVI Certamen Nacional de Cuento en Argentina. Es autora también de los poemarios "Mandala", "Espejo de los días", y "El Metabolismo de la lágrima". Recientemente obtuvo el Premio de la Editorial De los Cuatro Vientos, por su poemario "Hechicera empurpurada". Sus poemas han sido traducidos al búlgaro y al catalán.

Astro en ruinas

Astro
en
ruinas.

                ¿Era yo?

Caída
nieve
por los pasamanos de los túneles.

Por las aceras
vaga
(vagamente)
una sombra
sin sombrero
sin americana
sin corbata
Acaso un único zapato garabateando
ensuciando la nieve
negra
del descenso interminable
a la caverna
ciega
de luz.
Nieve
copo a copo
vestida ya de blanco
la arboleda de dolor donde perdimos
para siempre para siempre para siempre
                                                                              la inocencia.


Echaste a andar


Echaste a andar
                               camino de la nada
y aún esperas
una crisálida de bronce
                               un apogeo
que sabes no ha de llegar

Echaste a andar
(te habían dicho que los hombres no lloran)
                                               a tientas
y alguien te disparó desde las sombras
una ráfaga vertiginosa
                               de soledad innominable.


* Narrador y poeta nacido (1960) en Mallén (Zaragoza). Miembro de Poetas del mundo, del movimiento internacional Los puños de la paloma y del directorio REMES. Colaborador habitual en varias revistas y boletines electrónicos. Incluido en diversas antologías y revistas. Con obra publicada en diferentes páginas web de contenido literario. Sus textos han sido leídos en varios programas radiofónicos. Fue finalista en los certámenes de Poesía y Relatos "Ciudad de Zaragoza 1990".

Una discusión


El bar está casi vacío. Una pareja de unos cincuenta años comparte una botella de vino en una mesa junto a la ventana. En la barra, un hombre apura su tercer vaso de whisky. El barman seca unos vasos con un trapo. El hombre de la barra dice que va a aclararle las cuentas a alguien.

— Le daré una buena patada en el estómago, así aprenderá que nadie puede hablarme como él lo ha hecho. Nadie. No, señor.

El barman le dice que la violencia no arregla las cosas. Se lo dice con tono conciliador. El barman es un hombre grueso y en su rostro uno puede darse cuenta que está acostumbrado a tratar gente con problemas.

— La violencia sólo genera violencia. No soluciona nada. Nunca.

El hombre de la barra le mira. Da un golpe seco con el vaso y acusa al barman de decir eso porque le da miedo que le rompan la cara.

— Se nota que no sabes pelear.
— Todo se arregla más fácilmente hablando.
— Tú ni sabes hablar ni sabes pelear. Sigue fregando cacharros y cierra la boca.

El barman deja lo que está haciendo y sale de detrás de la barra. Le dice al cliente que no le consiente que le hable en ese tono, ante lo cual el cliente lo insulta. El barman aprieta los puños y levanta la voz, advirtiendo otra vez que no le gusta que le hablen en ese tono. El cliente se pone en pie, tira al suelo el taburete sobre el que estaba sentado y se encara con el barman. En un momento dado, se abalanza sobre él y lo empuja. El barman le devuelve el empujón. Todo se precipita de pronto. El cliente saca una navaja e intenta clavársela al barman quien, por su parte, salta hacia atrás esquivando el golpe. La pareja que estaba bebiendo vino se levanta y huye a la calle. El barman corre detrás de la barra y reaparece empuñando una escopeta y, sin pensarlo, le pega dos tiros al cliente. Le alcanza en el cuello y en el pecho. El hombre cae hacia atrás y la sangre comienza a correr por el suelo.

En ese momento, el barman se da cuenta de lo absurdo que resulta lo que acaba de ocurrir. Queda paralizado un momento y, de repente, se echa a reír.

Es así como lo encuentra la policía.

No tentar a la mala suerte

Con este pequeño dolor en el pecho
he vivido mil años.
Alfonso Costafreda


Ser un mal poeta,
fatal, si es necesario,
y por la mañana levantarte muy tarde, alargar los versos
como quien acumula piedrecitas y después las lanza a la marea,
y por la noche levantarte aún más tarde,
y después las lanza a la resaca, escoger una palabra al azar
y dar vueltas y más vueltas por la ciudad, junto a ella,
cogiditos de las manos, escoger una palabra gigante,
como, por ejemplo, hermafrodita,
y pasearla junto a ti, por en medio de las multitudes
desacostumbradas, y después levantarte tarde
en la mañana, y que ella ya no esté, lavarte los dientes y las manos,
sentarte a escribir y esperar,
esperar, cansarte de esperar, limpiar el polvo y hacer la cama,
desubrir bajo la mesa cientos de objeciones muertas
y un despertador enajenado que gira y gira, impasible
ante tus horas de sueño o de insomnio.

Los marchantes


1

Dime, ¿qué puedes ver por la ventana?, dijo ella. Él se quedó callado y ella insistió: Desde este rincón en el que me pusieron no puedo ver más que un marco blanco y un vidrio, así que tendrás que ser tú quien me cuente.
–Creí que usted dormía, respondió él sin volverse, sin girar siquiera un milímetro la silla de ruedas en la que descansaba su cuerpo de caballo flaco, de mayordomo insomne.
¡Naah!, exclamó la mujer. Y en realidad debería importarme un bledo lo que sucede allá afuera. Hace tiempo que no soy más que un saco de paja quebradiza; por eso me mantienen inmóvil con este corsé y los vendajes, pero tú que estás cerca…
Encomiéndese a otro santo –dijo él–, porque yo soy ciego.

2

Afuera, bajo la ventana, hay un mercado callejero. Ahí un hombre con el rostro tatuado adivina suertes lanzando huesillos de fruta y pequeños caracoles. También hay quien vende aves exóticas, que en realidad no son más que palomas y gallinas comunes a las que se ha modificado el plumaje con gel fijador y pintura vegetal. Esto le contó ella.
Que era ciego, pero no imbécil, fue lo que él habría querido responder, pero en lugar de eso dijo: También está la mujer de la frutería, quien en su tiempo fue bailarina exótica y aún conserva los encantos suficientes para vender kilos y kilos de mangos y toronjas.

3

Cada día su mercado era distinto. A veces había elefantes sobre los que se acarreaban rollos de sedas y alfombras tejidas a mano; otras no había ni camellos. En dos ocasiones trataron de suponer que la calle era como cualquier otra, pero ya no pudieron hacerlo: tantos rostros figurados, tantos lugares y aromas que habían creado y extinguido… Quizás fue por eso que, cuando una enfermera les hizo saber que aquella ventana –su ventana– jamás iba a mostrarles un paisaje distinto al gigantesco muro gris que se alzaba enfrente, ambos le dijeron que, en lo que a ellos concernía, bien podía hacer que la taparan.

***
©Héctor Domingo 2009.

* Héctor Domingo (Arandas, Jalisco, México, 1971) es autor del libro Bitácoras de Soledad. Algunos de sus relatos han sido publicados en revistas literarias de diversos países. Su sitio en la red es: http://www.hectordomingo.com.mx/

2 poemas

Se vende


750 centímetros cúbicos,

cuatro habitaciones.

Paredes y vasos seminuevos.

Interior, sin luz natural.

Húmedo y ruidoso.


Bien equipado.

Para entrar a vivir.


Nieves


Ejércitos de olivos boquean crucificados bajo el sol blanco.

Sus verdes filas se retuercen en la distancia,

rajando los campos hacia las torres moras,

donde el brillo de los espejos perla el atardecer cansado.


Un polvo de leche gotea sobre la aldea.

Dentro de las casas palpitan los braseros,

y el frío corre limpio y fresco por las calles,

lamiéndolas con la lengua del tiempo.


Nieves, siento que me esperas esta noche.

Ciegos pies me llevan a la fuente,

donde flota la luz de tu espectro.

El vapor de tus vestidos ondea lento,

y tu cabellera se mece bajo las oscuras aguas

de un cielo mudo y sin estrellas.


Te vuelves hacia mis pasos.

Tu mirada verde crepita sin verme,

errando lánguida por mi rostro,

y tu eterna sonrisa lee mi nombre,

soñando con días olvidados.


Habitación 115



La vecina de arriba se alivia con las manos al crepúsculo, la radio menea, el megáfono cocodrilo potente que tiene escondido tras la persiana, mi-la-na, se afina, y pone el diario boca abajo porque ella a nadie entiende, es aquí, la salvé el otro día en la mirada del que fumando chiribitas, un ángel debido a ser un ángel, me fui, dijiste, se fue la llave del acordeón del cuerpo, los ángeles del agua no te comprenden, el reflejo, el retrato de tu cuerpo en el vidrio del mueble que subimos el otro día a tu vivir, la habitación 115, porque si tú te desvistes, te veo, y si te veo, sí, en piedra de mar existes.

Fue una cantilena de noche en este país donde las cunas que nunca comprendiste en el río de la ciudad del engranaje de tus pechos lo vimos, era un ángel, un traspaso, un tramposo, un no esperar en nadie, un amuleto bien apretado y un secreto, una voz, un tango, el arenal del gozo, la sinfonía, el verbo agudo en clavo, laurel, azafrán y romerito, corazón, corazoncito, bambalinas, la lune, los niños, frenesí volante, gorrión de visos, por la noche, de noche, en noche, a la noche, anochece en la ribera del poema y atravieso el poema en trapecio, en tu escote, en la libertad de tu escote, entre tus pechos de gasolina, la golondrina, el amuleto perdido y suave, el canto que brilla en levante.

La peluca o el gorro dejaste de miedo, te abriste al amor y por la ventana, en un triste compás me dejaste volar contigo en baile, tus pies que se escurren, desnudo timbal, tambores, cuerdas, piel, huellas, el vagón verde de tus ojos de arroz y vidrio, vaivén y mantra, ruido, canela, cantinela, nueces de madrugada me despiertas y eres como el astro, la habitación 115, el murmullo de tus flores, la ducha, el viento y el goteo del viento, el soplo y el jadeo en la habitación 115, va, viene, como en murmullo, y te llevo mis discos y cassettes preferidos, las ondas africanas, desde el colegio de los párpados, hoy, rojo tu requiebro el fruto globuloso de tu entrepierna cruje, los calcetines, deja que los lleve a diario porque ya no tengo, que dibuje pasatiempos en tus muslos, un mediodía lunar, un oh-ah-oh-ah de barrio y copla, la brisa y el delgado freno que se instala en tu boca de incendio, enfrentando al pasado el codo, la veleta, rumbo por la soledad rumbea, multicolor laberinto el de tu espalda, brío y sonámbulos de paisaje, no existe la ciencia ni en ti ni en mí, ni en esta claridad de héroe, de héroe relativo de agujero negro, que de sed sé por tu saliva, porque se prueba, se siente, se entiende, el día es un paso largo de alas, piscina, tocando, tirititrando, tran-trero-tran-tran-trero.

Es el olor a orgasmo que viene de la habitación 115, la gruta que se abre, la gruta que me cuenta la historia de su vida mientras ruedan por el piso las ruedas que tú inventaste con el sonido de tu identidad, un órgano, cuéntame la intimidad de tu brazo, tu éxtasis, al quinto día ya vivías en la ducha mientras yo siempre llegaba tarde al chorro, el muro, frío mármol, tu identidad, y yo tocaba presuroso el mármol blanco, la separación, y creía tocarte en fémur cuando ya habías abierto todas las puertas de los huesos y habías desaparecido por el tragaluz. Veo.

Fue una noche de jazz en minúscula negrita e irradiación blanca, un ejercicio en trineo por las escaleras que descienden y que luego ascienden, Barbès, un sitio que invita al desplazamiento mientras los destellos de los bares se funden y todo desaparece y el sueño florece como lo único real tras el velo de la cortina de humo de nuestro bar preferido y siempre,  alacranes las uñas de los más miserables y les ofreces un poco de viento y sol, una botella de humo y un tiro de verano, y te quitas las uñas y se las das a ellos, tus uñas que chispean con el resplandor del cometa de invierno que estamos gritándole a esa mujer que canta con aliento porque en el pasillo de los rencores no vemos a nadie. Se han ido al sol descapotable.

Escríbeme te digo, y te agachas y pones la oreja contra el suelo, mientras el charco se acerca a ti, y se aleja, el ruido, tintinea nuestra canción preferida mientras los músicos ya cabecean, y nos dan arañazos de viento, y nos fundimos en nada por ellos, les auscultamos ¿pero les dimos algo en la costumbre fría de nuestros días de cuenco y plátano?

Cuando era suelo. Empiezas a recordar el juego, la tarta, el as de  póquer el tu cosquilleo, porque lo vuelcas y lo vuelves todo del revés y entonces amanece de noche y anochece en la mañana, de llorar descansan las arterias, y nos lanzamos rodando por el valle solitario del mar que desemboca en el río del más del lado de acá, caminando, a veces,  nadando, a veces, es estación el sitio.

Por costumbre, que es la rutina, preguntamos, un vaso de cobre, un vaso de leche, el piano, el cráneo de las palmeras, mientras esbozo una sonrisa al amanecer mientras espero a perderte de nuevo para buscarte en los años, peinarte, veleta, ¿hallaste el léxico de los tirabuzones?

Y yo todo es para buscarte en la distancia, tu ombligo, pasan farolas, pasan las noches y estoy embarazado por la irradiación del mar polar, por las suertes y para que salte fugaz la estrella, misterioso signo en el criterio de la ciencia del cuerpo profundo, en la magia del trigo, en el azulito verde de tus ojos del contigo.

Y vuelcan caderas y ruedo en las cantinas y las rondas empiezo viviendo, cazo, acorralo, intento, pero no, las calles del período y la jerga del mar, el pupilaje de las manos de tus pestañas salientes y sigue sonando la melodía en la habitación 115, niña querida, niñas loquita, bebes cachaça, niñas flamenca, topografía, futuro, habitación de la vida en silencio como un tu tu-tu-tu próximo, un pío pío pelas, el perderte en la inocencia buscas, cachaça, trero, pasos, giros, no te alejes, no nos vayamos, por sonidos, famas, despejada, de alado, concha de la ambulancia, amuleto del sitio, asomas del balconcillo, la habitación 115 aromas, las palabras te despiertan porque tú no hablas más que en sueños, y allí el sentirte en eso es diferente de lo que yo creía verso, el susurro de las ollas cuencos, el nacimiento de las sábanas abriéndose en ti en silencio y en la ciencia, desquite, el desquite de una humana fábula, la novela hecha aquí espejo hecho girón, gira-luna y arbitrio, cospedal, achirimiya, lluvia, se empañan los cristales de los crisantemos, dulce de leche, tirititritrero.

Edito

Número 7 / Diciembre 2009

Delirios.

Pensées

Ser otro enhechizado. Cojear
de fuera no de dentro. Como Lázaro
dormido. Ser un ancla. Imaginar
no. Tenerte enlazada con el brazo.
Sostenerte. Bailar. Sentir la brisa
dentro, no fuera. Conjugar. Ser mía
tú sin ser yo. Crecer hasta sentirme
ajeno. No verbar. Dolor: Despierto.
Pena: Despierto. Incluso en tanto sueño:
Lázaro. Incluso en desamor: asirte. 
*
Quisiera nunca más comer. Si acaso
hojas, si acaso viento y piedras. Quiero
dejarme de los extras, el abrazo,
las cosas de los hombres. Ser acero
en la sangre, ser fuego con los ojos
siempre abiertos; con todos los cerrojos
quebrados bajo pies de empeines altos.
Quiero tatuarme las axilas, ser
un árbol con la sangre blanca y ver
que mis ramas son gracia y dar de saltos.
*
Permíteme, querida, que no quiera
ser humano; pues para ser honesto
contigo, ser humano es larga espera,
falta de amor y grima. Si me acuesto
contigo por la noche, siempre espero
amanecer tornados—con entero
resplandor—armadillos, patos, antes;
antiguos, de armazón, rinocerontes. 
Por favor, no te alarmes, sólo ponte
en mis zapatos, piensa: “fue un gigante.”
*
La fe mueve montañas, no las trepa.
No existe amor sin sufrimientos vivos.
El mundo es propiedad de los atletas,
los esforzados, los constantes niños
que insisten todo el tiempo, buscan y hallan.
Quienes perduran ya jamás descansan.
Y un simple resbalón te quita todo.
El reto es despertarse sin descanso;
mirarse siempre; convertirse en gato:
ágil, flexible, múltiple y tramposo.

Poeta nacido en 1974. Ha sido profesor de literatura europea en la Universidad Iberoamericana en  Ciudad de México. Es también guionista de cine y TV. Su poemario "Si resistimos" ganó un accésit del Premio Adonáis 2008.

Bar H

Cuatro y pico de la mañana. No consigo dormir. Esta noche me tomé el café más caro de mi vida. Veinte euros en el hotel Ritz, de la place Vendome. Para colmo he vomitado la copiosa cena que tomé en la Closerie des Lilas, justo antes de ir al Ritz. Julia Kristeva va mucho por allí, digamos que es un sitio de intelectuales ricos y algunos actores y músicos. Me pregunto qué me pudo sentar mal. No estoy acostumbrado a beber vino en todo caso.
             Mi tía me estuvo diciendo que hago los mismos gestos, y tengo las mismas gafas, que Peter Sellers.
             Yo no sé si es el yoga, pero realmente consigo parar el pensamiento. Estaba allí, en medio del lujo, y me parecía como si hubiese vivido toda mi vida entre algodones.
Incluso me pude permitir estar pensativo.
             Cuanto más tarda el reconocimiento más se prepara uno. Nadie es profeta en su tierra. Me había planchado la camisa yo mismo. Me había cosido solo el botón del pantalón. Y entraba en esos templos de la fama con una gran sonrisa.
             Bartrihari, el poeta indostánico, dice de Lakshmi, la diosa de la riqueza, que es voluble como una prostituta, en el sentido de que no es fiel. Pero se puede hacer la otra lectura, algo transversal, de que esa diosa, nacida de un océano de leche, está al alcance de todos, con tal de pagarle la sesión.
             Desde que voy a psicoanalizarme tengo una simpatía creciente por las prostitutas, con su dignidad remendada, y sus mentiras piadosas, porque tienen, al igual que la diosa indostánica, mucho de terapeutas.
             El encuentro, pues, con la riqueza extrema, funciona como purificación, como purgativo, y es como el breve favor de una rubia venal. El arte se convierte en acción de gracias. Infinitas gracias. Desde la infancia los dibujos que querían gustar, que buscaban confortar....

             Feliz Navidad a todos. No, no voy a mirar las señoritas de la pornografía para descongestionarme. Antes tengo cuatro palabras que decir. Aunque me amanezca. Hay que aprovechar todos los foros de expresión. No sé por qué, a mí sólo se animan a publicarme cuando escribo decididamente panfletario. Probablemente me utilizan, para servir no sé muy bien a qué intereses obstusos. Toda bohemia cumple una función análoga a la del terrorismo, perennizar el estado policial.

             ¿Sabes que sirven el agua del grifo con rodajas de pepino ? Frescor amargo. Todo un planteamiento de la mujer. He pensado mucho en ti. Con esa forma intempestiva de imponer algo de melancolía, pero formal. Sin caerse de la silla.

             Realmente, si no miro las señoritas de la pornografía no es porque la literatura o el Bar H me parezcan importantes. Han intentado entrar en mi casa, por la ventana, y se me cortó totalmente la libido. Me di cuenta porque se les cayó la escalera estrepitosamente. Y Berthe y yo estábamos culeando con fuerza cuando el ruido nos paró en seco. Ahora ella duerme. Por cierto que también en el Albaycín ponen a veces el gazpacho a precio de hotel. Es que ustedes no dijeron que lo quisieran en vaso. Sin derecho a tapilla. En la mesa de la derecha un ajedrecista solitario se parte de risa. No se enteran. Y en la segunda por la izquierda están dos señorones de derecha que aconsejaron un trato duro pero firme.

             En cuanto a San Juan de Dios, que es un modelo de represión, yo no firmé para entrar. El hermano Fermín me cogió la mano y trazó él mismo un garabato. Qué se habrá creído éste. Quiere leer.

             Sí, haciendo piruetas en el Ritz. Y planteándome las inusitadas e interesantes interrogantes de la etiqueta. Tanto la pobreza extrema como la extrema riqueza me interesan. Las dos atacan frontalmente a la clase media. Sus certidumbres, sus pesadas garantías. Cómo lo social se convierte en Dios.

             No hay que dejar salir mucho esperma. La impresión es demasiado familiar. ¿Te das cuenta de cómo las otras visiones de París suenan a hueco ?

                Lo ideal son tres folios, para magnetizar bien. Luna Nueva. El jardinero se cuelga en mitad de su lugar de trabajo, en su Arcadia Feliz. Es otro planeta, mundos que no se tocan. Pero si te tocan te atraviesan. Mi deseo principal, por ejemplo, es hablar de pintura. Hoy he realizado dos pequeñas acuarelas. Aparentemente débiles. En todo caso reminiscentes. Esa debilidad o ese vacío que dejan entrar en modo cansado, en modo enfermo, los vigores o plenitudes del pasado. Me encuentro muy cerca, en mi torpor, en mi apatía, del estado de quietud del alma que tanto encomiaba Miguel de Molinos. Puedo comprender que es la calma después de la tempestad. O la paz tras la oscuridad de Dios, tras las sequedades del alma.
                Berthe me anima a que escriba acerca de mis tintas chinas. Lo que hubiese que decir temo que fuese servido, delante de las imágenes, en la envoltura mínima de un telegrama. Lo mejor es hablar con alguien, ante la imagen. Sin la identidad de un público, la temática de mis tintas chinas permanece no identificada. Alarmante como los Objetos Volantes No Identificados.
                Siguiendo el camino del dossier que Berthe ha preparado, encuentro en primer lugar los trabajos a lápiz de color. Y el primero que aparece es mi « autorretrato como gato travesti ». Ciertamente caminé, mientras lo pintaba, sobre los altos tacones de unos zapatos de mujer. Tenía un espejo de cuerpo entero y otro a ras de suelo solamente para los zapatos. En la omnipotencia de poder convertirme en mujer, de suplantar, como Mercurio con Sosias, la identidad de la mujer, había sin duda algo de la omnipotencia de la Ciencia. Se me aparece en ese sentido el doblete de color azul y rojo, alrededor de mis vaqueros blancos, comprados en una boutique de la calle Zapatín, como una reminiscencia de las láminas en que se muestra la circulación de la sangre, venas en azul y arterias en rojo. El tema del poder, como fuerza productiva, vuelve en el seno de mujer que lanza chorros de leche.
                ¿Qué significa el disfraz de gato ? Las orejas y cola de gato abundan en la idea de travestismo, por ser un travestismo a su vez, de lo femenino. La mujer se quiere felina, en la parada nupcial. En una boda conmigo mismo, es decir, con el Hombre, a través de la imagen, es necesario que ambos, yo y mi imagen, seamos felinos.
                La camisa con rayas italiana es mi camisa favorita, comprada junto a los vaqueros blancos. La llevé puesta en Miami, Washington y Atlanta.

                El culto fetichista de la orina, sobre el que volveré a hablar, está sublimado nuevamente en el Retrato de la madre de San Agustín. Se trata de una puesta en escena bastante libre del fantasma ya tratado en mis dos primeras novelas. De forma concreta, una frase de Pleroma a propósito de la orina está inscrita al pie de las dos figuras. El ambiente filosófico o gnóstico de la novela está sugerido por sinergia con lo que pudiese poner en escena las Tentaciones de San Antonio de Flaubert : la gran ciudad, babélica, sea por sus rascacielos o por una fachada inspirada de las ruinas de Petra. Las alas angélicas como de águila sugieren que la de la mujer con su amante es una relación con el espíritu. Se trabaja sobre el anhelo de espíritu en el alma. La madre de San Agustín es el alma o sabiduría inmiscuida en el universo de materia. El padre de esa cópula estéril, por desviada, viene a sacarla del universo, es el espíritu creador que recoge en sus manos la orina o materia del pensamiento. En cuanto al título « Madre de San Agustín », viene dado por el nombre, Mónica, de una de las diversas pisseuses de la novela.

                Estoy bastante contento con ese cuadro a lápiz de color. Hay referencias sutiles al libro hebreo de Henoch en la forma en que está dibujado el maquillaje y la ropa interior. A mi manera, calipigia, ella es también una pink lady como las de Tadanori Yokoo. Me gustan también los montes esbozados, que me hacen pensar en Pierre Klossowski. El cielo con sus nubes retorcidas es un homenaje involuntario a Giorgio de Chirico. De la misma manera que la silla, sugiriendo que el exterior es en realidad un interior, pudiera hacer pensar en la pintura metafísica de este último. El conjunto es propio, de alguna manera, a los años treinta, por su peculiar visibilidad.

                Me es dificil desligar « La Samaritana » de la aproximación que hizo Michel Tardieu en el Collège de France a la polémica a tres entre judaísmo ortodoxo, samaritanismo y paganismo platónico en tiempos de Juliano. No obstante el cuadro es anterior al curso de Tardieu. Nace de un pequeño dibujo a pluma. Me interesaba por ser uno de los episodios del evangelio en el que Cristo tiene una relación particular con una mujer. Como en el precedente cuadro, fueron necesarias al menos dos sesiones de pose. La carnalidad es interesante y el rostro y peinado de una y otro es lugar para el refinamiento. Hacer hasta las pestañas. De todos los lápices de color, yo diría que es éste mi preferido.


                Evidentemente todo esto viene a ser un autoanálisis fragmentario, más que un discurso sobre la pintura, o siquiera un discurrir acerca de mis temáticas. Intentaré ser más objetivo con el tercer lápiz de color : « Amazona ».
                Hay una calidad de catacumba que viene dada por la idealización o estilización en modo popular del cuerpo de mi modelo. El aspecto bárbaro de la irrupción del cristianismo en Occidente. Por eso lo considero catacumbal. También puede ser semita o arabizante. En todo caso, por lo que toca a su manera de haberse hecho, esculpiendo con el lápiz de color, adoptando una posición fetichista, tiene lugar, por la renuncia al saber hacer del artista clásico, la misma inversión de roles que predican Sacher Masoch y las feministas radicales. La forma ha entrado en total sintonía con la idea de representar una amazona. Aunque la tendencia a hacer mujeres anchas de hombros es algo que vuelve en mi trabajo. El personaje masculino, durante este proceso, se ve transformado en árbol, nueva inversión de papeles respecto a la fábula de Dafne. En el colmo de su metamorfosis, eyacula, como en ese goce vegetal propio al papel o al texto.

                Sospecho que existe un vínculo con la tradición cristiana, en esta Amazona. El personaje masculino pretendía ser Baudelaire. En la línea de las preocupaciones religiosas, heterodoxas a priori, de Baudelaire habría seguramente algo que decir acerca de Eva, como doble del varón y como dimensión divina del sexo de la mujer. Además, mi modelo también lleva ese nombre. O sea, si el hombre es una imagen de Dios, la mujer en el Génesis es a su vez definida como una imagen del Hombre. Por oposición a la vampiresa, Lilith, que es en tanto ángel caído imagen de Dios. Una mujer andrógina, con una pizca de virilidad, como la mujer de los años veinte o las amazonas puede hacer compañía al Hombre Primordial, sin ponerlo ante el abismo maléfico de un incesto con su Creador.

                Prosigo el ordenamiento de mi dossier. « Pareja en sillón azul ». Con este autorretrato de pareja alcanzo una tensión interesante. Surrealismo, por lo que toca a la invención o diseño de un sillón inexistente. Nuevamente fetichismo en el primor o ingenuidad con que son laboriosamente trabajados el busto y el rostro. La fantasía de estar desnudo frente al público. La divinización de Berthe a través de una imagen que se reconforta a sí misma, cruzando las piernas. Mismo aspecto, sepulcral, que los dos anteriores. La imagen como gemelo místico de lo real, como garante de la identidad del cuerpo en el instante. El cuadro cobra sentido en su exposición física ante el público.

             Como el crecimiento de órganos respiratorios, o sexuales, en el reino vegetal, el cuerpo humano en esos dibujos sigue una fortuna de la felicidad en aumento en cada extremidad definida. De esa manera, los pies pueden calzar un zapato tipo, femenino, del neutro color del papel, munido de tacón, en sintonía con el astrágalo del tobillo.


* Manuel es pintor y escritor granadino residente en París (Francia). Puedes descargar gratuitamente su novela Pleroma aquí.